Tres veces dice Jesús en el Evangelio de hoy: No tengáis miedo.
No tengáis miedo a los hombres, no tengáis miedo a los que matan el cuerpo.
Hoy quisiera que reflexionemos en el tema del miedo.
El miedo es la sensación de angustia provocada por la presencia de un peligro real o imaginario. Un sentimiento de desconfianza y perturbación del ánimo que impulsa a creer que ocurrirá un hecho contrario a lo que se desea.
El miedo es una experiencia existencial que nos acompaña desde el vientre materno hasta la tumba.
De niños tenemos miedo a la oscuridad, a estar solos, a los animales, a los fantasmas, a que nos levanten la voz.
De adolescentes surge el temor a la interacción con el sexo opuesto, a ser rechazados, a que nos hagan bulling, a hacer el ridículo, aparecen la timidez, los complejos y las máscaras.
De adultos sentimos miedo frente al futuro, a las carencias económicas, a la vejez, a la soledad, a los cambios, al fracaso.
Y hoy aparecen nuevos miedos, propios del stress en las grandes ciudades: los accidentes de tránsito, la inseguridad, el miedo a los asaltos y violaciones, el temor a la guerra, a la contaminación ambiental, al colapso moral de la familia y la sociedad.
Quizás el temor existencial más profundo es el miedo a la muerte. El temor a perder la vida está profundamente arraigado en nosotros por el apego natural a la existencia. Y sin embargo, los cristianos sabemos que la muerte no es el final, que Jesucristo nos da la vida eterna y que nuestra meta es el cielo, y por ello nuestra actitud frente a la muerte es muy distinta de la de aquellos que no tienen Fe.
¿Cada uno pregúntese hoy? Cuáles son mis miedos… No importa si son miedos reales o imaginarios, justificados o injustificados. ¿A qué le tememos? ¿Cuáles son esos miedos que quizás están profundamente arraigados en nuestro inconsciente y que nos cuesta enfrentar?
Jesús nos habla hoy de un miedo que está muy presente entre los cristianos de nuestro tiempo y es el miedo a dar un testimonio público de nuestra fe, el miedo a dar la cara por Cristo y por la Iglesia…
Este miedo se llama el “respeto humano” y nos lleva a esconder nuestra identidad católica para evitar ser rechazados o a ser cobardes para corregir al prójimo cuando obra el mal. No olvidemos que “corregir al que yerra” es una de las obras de misericordia.
«Por todo aquel que se declare por mí ante los hombres, yo también me declararé por él ante mi Padre que está en los cielos; pero a quien me niegue ante los hombres, le negaré yo también ante mi Padre que está en los cielos.
¿Cuántas veces nos da miedo evangelizar o mostrar nuestra Fe en público? Me da vergüenza mostrar que soy católico, que voy a misa los domingos o que pertenezco a un movimiento por temor a que me señalen, a que me etiqueten.
Cuántos hermanos y hermanas en otros países son perseguidos por su fe y nosotros a veces ni siquiera nos atrevemos a persignarnos antes de los alimentos en un lugar público porque nos “da roche”.
Hoy vivimos en una cultura agnóstica, indiferente y hasta hostil a la fe. Podemos decir que está de moda ser un poco caviar, con una actitud “open mind” frente a temas morales como el aborto, el matrimonio homosexual, la anticoncepción, la manipulación de embriones o la indisolubilidad del vínculo matrimonial.
A veces nos hacemos los tontos y sonreímos, frente a situaciones que sabemos que están mal y que por temor no nos atrevemos a denunciar.
No se trata de convertirnos en jueces o de asumir la responsabilidad por los pecados ajenos, pero si de tener el coraje de sentar una posición frente al pecado y a la manipulación ideológica.
Hemos celebrado este sábado el nacimiento de San Juan Bautista y recordemos que le cortaron la cabeza porque no fue cómplice, sino que denunció el pecado del Rey Herodes que había tomado como esposa a la mujer de su hermano.
Que San Juan Bautista nos ayude a no tener miedo de dar un testimonio público de nuestra Fe. No se trata de ser arrogantes, pero sí de tener un sano orgullo de ser católicos, discípulos de Jesucristo.
P. Juan Carlos Rivva
Párroco