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HOMILÍA DEL V DOMINGO DE PASCUA

La vida es un camino hacia la Casa del Padre, un camino para llegar a la felicidad, a la Verdad plena y a la Vida sin fin.

Jesús no solo nos muestra el Camino Recto, el camino del Amor, el camino de la entrega hasta dar la vida, sino que Él mismo camina con nosotros, como veíamos en el bello pasaje de los discípulos de Emaús.

Jesús nos dice: No se angustien, no pierdan la paz, confíen en Dios y confíen también en mí.

Con que facilidad nos angustiamos y perdemos la paz en este camino de la vida: Los problemas de todo tipo: las angustias económicas, las enfermedades, los fracasos, las calumnias, los distanciamientos de las personas que más queremos, la fragilidad moral y la inestabilidad emocional.

Me apela mucho la analogía de la vida como una barca que navega hacia el puerto del cielo, hacia la orilla de la eternidad. Dios nos ha dado un mapa, una carta de navegación que son sus mandamientos; tenemos un timón que es la libertad y una brújula que es nuestra consciencia moral, que nos dice si estamos yendo por el buen camino o nos estamos desviando. Nos da la también la fuerza de voluntad, la tenacidad para remar con esfuerzo cuando vamos contracorriente y sobretodo nos da la gracia, que es como el soplo del viento que inflama las velas de nuestro espíritu para avanzar hacia el puerto de la salvación.

Pero cuantas veces nuestra barca se ve zarandeada por las olas y las tempestades. A veces no podemos ni siquiera enrumbar bien la nave, porque no hemos terminado de pasar una ola y viene enseguida otra peor. Y vivimos de tumbo en tumbo, con la sensación de que en cualquier momento la barca va a zozobrar y nos vamos a hundir.

En esos momentos, conviene recordar que Jesús nos ha dado también una Madre, la Santísima Virgen María. Una Madre Auxiliadora que nos invita a la confianza en su corazón maternal, una Madre que es clemente, piadosa y dulce como la llamamos en la Salve, que nos sostiene con su mano extendida cuando sentimos que nos hundimos.

En este día de la Madre, al contemplar la imagen de la Virgen de Fátima en el altar de nuestra parroquia -rodeada de estas rosas, cada una de las cuales representa a una mamá, con sus dolores, ilusiones y esperanzas y los de sus hijos- me parece muy bello evocar un hermoso himno de San Bernardo sobre María, la Stella Maris, la Estrella del Mar, que es como una luz que ilumina la noche más oscura y que nos guía hacia Cristo para no zozobrar en medio de las tempestades. Dice San Bernardo:

Si se levanta la tempestad de las tentaciones, si caes en el escollo de las tristezas, eleva tus ojos a la Estrella del Mar: invoca a María!.

Si te golpean las olas de la soberbia, de la maledicencia, de la envidia, mira a la estrella, invoca a María!

Si la cólera, la avaricia, la sensualidad de tus sentidos quieren hundir la barca de tu espíritu, que tus ojos vayan a esa estrella: invoca a María!

Si ante el recuerdo desconsolador de tus muchos pecados y de la severidad de Dios, te sientes ir hacia el abismo del desaliento o de la desesperación, lánzale una mirada a la estrella, e invoca a la Madre de Dios.

En medio de tus peligros, de tus angustia, de tus dudas, piensa en María, invoca a María!

El pensar en Ella y el invocarla, sean dos cosas que no se parten nunca ni de tu corazón ni de tus labios. Siguiéndola no te pierdes en el camino! ¡Implorándola no te desesperarás! ¡Pensando en Ella no te descarriarás!

Si Ella te tiene de la mano no te puedes hundir. Bajo su manto nada hay que temer. ¡Bajo su guía no habrá cansancio, y con su favor llegarás felizmente al Puerto de la Patria Celestial!

Y a ustedes queridas mamás, están llamadas a ser para nosotros sus hijos ese mismo refugio de paz, fortaleza y seguridad, sin importar la edad que tengamos. También ustedes acérquense hoy a la Virgen, Nuestra Señora de Fátima, llévenle una rosa, compartan con Ella sus temores, anhelos y esperanzas y pídanle que las ayude a guiar a sus hijos en el camino de la Fe y a tener un corazón maternal tan sereno, tan sabio, tan fuerte, tan tierno, tan lleno de Fe, de Amor y de Esperanza como su Corazón Inmaculado.

Y pidámosle al Señor, que recorriendo el Camino que Jesús nos enseñó, un día lleguemos todos a la Casa del Padre y así como compartimos hoy la Mesa de la Eucaristía, podamos compartir el Banquete del Reino de los Cielos.

Juan Carlos Rivva
Párroco