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HOMILÍA VII DOMINGO DE PASCUA LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR ANHELAR EL CIELO

Con la Ascensión culmina el tiempo de Cristo y con Pentecostés se inicia el tiempo de la Iglesia.

  1. Salí del Padre y vine al mundo, ahora dejo el mundo y vuelvo al padre. (Jn 16,28). Con estas palabras sintetiza Jesús su obra reconciliadora.

La reconciliación es un proceso que supone dos etapas: el abajamiento y la elevación.

El Hijo Eterno de Dios que bajó del cielo y asumió nuestra carne, que se abajó hasta la muerte de Cruz y descendió a los infiernos, ha resucitado de entre los muertos y ha sido elevado y glorificado a la diestra de Dios.

Nadie sube al cielo, sino el que ha bajado del cielo, el Hijo del hombre que está en el cielo. (Jn 3,13)

Pero Jesús no vuelve solo al Padre, sino que asciende el Cristo total, Jesucristo Cabeza, unido a su Cuerpo Místico que es la Iglesia.

ORACION COLECTA. Concédenos, Dios todopoderoso, exultar de gozo y darte gracias en esta liturgia de alabanza, porque la ascensión de Jesucristo, tu Hijo, es ya nuestra victoria, y donde nos ha precedido él, que es nuestra cabeza, esperamos llegar también nosotros, como miembros de su cuerpo.

Así como Jesús se encarnó por nosotros, murió por nosotros, resucitó por nosotros, también sube al cielo por nosotros…Va a la Casa del Padre a preparar un lugar para nosotros.

  1. Ascensión nos recuerda la dimensión trascendente de nuestra vida.

Me voy a prepararles un lugar, volveré y los llevaré conmigo.

El cielo es el último paradero de nuestra historia, nuestra meta, nuestra patria, el descanso de todas las fatigas. Que Dios os de espíritu de sabiduría e ilumine los ojos de vuestro corazón y nos permita comprender cuál es la esperanza a la que nos llama, cual es la herencia de los santos, cual la extraordinaria grandeza de su poder para con nosotros.(Ef 1,17-18)

Somos ciudadanos del cielo, aquí vivimos como peregrinos, como extranjeros, como desterrados.

El cielo no es un lugar concreto, donde Dios está sentado en un Trono, el cielo es la participación plena en la naturaleza divina, gozar de Dios por toda la eternidad, la satisfacción inagotable del deseo de felicidad que cada hombre lleva en su corazón, la más perfecta comunión de amor con la Trinidad, con la Virgen María y con los Santos.

Cuando pienso en el cielo, viene a mi memoria un hermoso canto de la zarzuela Los Gavilanes, cuando Juan el Indiano vuelve a su aldea, después de una vida de luchas y sacrificios en América y entona estas líneas: Pensando en ti noche y día aldea de mis amores, mi esperanza renacía, se aliviaban mis dolores; pensando en ti mar serena, pensando en ti bello cielo, era más dulce mi pena y menor mi desconsuelo, Siempre en mi aldea pensaba, siempre ambicioné volver y este momento soñaba…de otra vez mi aldea ver.

La esperanza de llegar al cielo, de contemplar cara a cara el rostro del Señor, el rostro de nuestra Madre, es lo que le da sentido a nuestra vida y nos sostiene en todas nuestras fatigas.

  1. No nos desentendemos de esta tierra. No es una esperanza escapista. Galileos, ¿qué hacéis ahí mirando al cielo?. Hch 1,11

Jesús se ha ido, pero nos ha dejado una misión: Id y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo y enséñenles a guardar todo lo que yo les he enseñado a ustedes (M t 28,19), y Él volverá a pedirnos cuentas de esa misión.

El Reino hay que comenzar a construirlo aquí en la tierra. Cada uno tiene una porción del Reino que instaurar: el hogar, el trabajo, la universidad, la cultura, el apostolado con los jóvenes, con los pobres, con las familias. Tenemos que trabajar para que esta tierra, se parezca lo más posible al cielo.

La esperanza cristiana nos recuerda que en esta tierra estamos solo un tiempo, y no tenemos tiempo que perder. El tiempo, la salud, los talentos, son dones que Dios nos da y debemos vivir la vida con pasión y con un sano sentido de urgencia.

  1. Jesús se ha ido, pero se queda con nosotros. El mismo que asciende a lo más alto de los cielos continúa cercano a los que viven en la tierra y nos dice: Yo estaré con ustedes, todos los días hasta el fin del mundo.

Jesús se queda con nosotros en su Palabra y en la Eucaristía, nos da su Espíritu, el Paráclito que ilumina y fortalece el corazón, y nos regala también a su Madre para que nos tome de la mano y nos guíe en este valle de lágrimas hacia el cielo.

Que el Señor nos ayude a tener siempre los ojos fijos en el cielo, los pies en la tierra, el corazón encendido de amor a Jesús y a María, y las manos siempre dispuestas para acoger y servir a todos los hermanos.

*Si quieres escuchar el hermoso canto de Los Gavilanes pueden escucharlo en https://www.youtube.com/watch?v=Wcaw_FG3Wrs

Juan Carlos Rivva
Párroco