Así como el domingo pasado reflexionamos en los ritos iniciales, hoy reflexionaremos en la Liturgia de la Palabra.
Evangelio: Jesús es el Pan de Vida que nos ofrece el Padre como alimento que da la vida eterna, primero nos alimenta a través de su Palabra y luego se nos da como alimento en su Cuerpo y Sangre.
Cuando te invitan a cenar a una casa, normalmente antes de pasar a la mesa, te sientas en la sala a platicar un rato, y quizás te sirven unos bocaditos. Ese es el sentido de la Liturgia de la Palabra, es un alimento y un encuentro, que nos nutre, pero que también abre el apetito y nos prepara para el alimento y el encuentro definitivo en la Mesa de la Eucaristía.
Como a los discípulos de Emaús, el Señor nos explica las Escrituras y va calentando y encendiendo el corazón, para que luego podamos reconocerlo en la Fracción del Pan.
La fe cristiana y la fe judía, creen en un Dios que se revela, que se comunica con el hombre, y que ha creado al hombre capaz de comunicarse con Dios.
La Liturgia de la Palabra tiene una estructura dialogal, es una conversación entre Dios y nosotros que apunta a la comunión, al encuentro entre Dios y el hombre.
Es Dios quien inicia el diálogo, El que se acerca al hombre y le habla primero a través de la Ley y los profetas. El estar sentado implica una actitud de escucha y atención. La primera lectura del domingo suele estar tomada del Antiguo Testamento y anuncia el tema que tocará el Evangelio.
Por ejemplo, hoy la primera lectura nos habla del profeta Elías que es alimentado por Dios en el camino a la cumbre del monte santo. Este episodio prefigura el alimento del Pan de Vida que nos sostiene en el camino a la Casa del Padre.
La asamblea responde con el Salmo. Se inicia el diálogo, en el que respondemos a Dios con las mismas palabras de la Sagrada Escritura, inspiradas por el Espíritu Santo y con las que han orado todas las generaciones de judíos y cristianos. Lo ideal es que el Salmo sea cantado por toda la asamblea, o al menos que participe rezando o entonando la antífona.
Los Salmos son un regalo que Dios nos da para enseñarnos a orar y que expresan las diversas actitudes y circunstancias en la vida del creyente: La desolación, la súplica, el arrepentimiento, la confianza, la gratitud, la alabanza, etc.
La revelación de Dios es progresiva, va increcendo. En la segunda lectura, pasamos ya a la Nueva Alianza, y Dios nos habla a través de los apóstoles. La segunda lectura está tomada de las cartas de San Pablo, San Pedro, San Juan o Santiago que anuncian la Buena Noticia de la venida del Verbo.
El corazón creyente se llena de gozo y de esperanza, se pone de pie para salir al encuentro del Verbo que viene y entona el Aleluya, que significa: Alabad a Yahveh. El Aleluya es un canto de gozo y alabanza que se entona de pie como las vírgenes que salen al encuentro del esposo se ponen de pie. Dice San Agustín: Aleluya. “Alabad al Señor”, nos decimos unos a otros en la Eucaristía, pero procurad alabarlo con toda vuestra persona, esto es, no sólo vuestra lengua y vuestra voz deben alabar a Dios, sino también vuestro interior, vuestra vida, vuestras acciones. Hoy cantamos el Aleluya en medio de peligros y tentaciones, pero un día lo cantaremos en el cielo. ¡Dichoso Aleluya aquel! ¡En paz y sin enemigo alguno! Allí ni habrá enemigo ni perecerá el amigo. Se alaba a Dios allí y aquí; pero aquí lo alaban hombres llenos de preocupación, allí hombres con seguridad plena; aquí hombres que han de morir, allí hombres que vivirán por siempre; aquí en esperanza, allí en realidad; aquí de viaje, allí ya en la patria. El Aleluya solo se suprime en la Cuaresma por ser un tiempo penitencial.
Luego viene el momento culminante de la Liturgia de la Palabra: La proclamación del Santo Evangelio. La Palabra de Dios en la misa no se lee, se proclama y debe ser leída con intensidad, reverencia y fuerza. El ser lector es un ministerio en la Iglesia. Las hojitas con la liturgia dominical son una ayuda para las personas que tengan problemas auditivos o les cueste concentrarse, pero no deben llevarnos a leer en lugar de escuchar a Jesucristo, la Palabra viva de Dios.
En la proclamación del Evangelio Jesús –el mismo Ayer, Hoy y Siempre- está realmente presente. No es una presencia sustancial, como en el caso de la Eucaristía, pero si es una presencial real y operante, es decir eficaz.
Si la Palabra es la semilla, la homilía es como el riego que debe hacer fructificar la Palabra. La homilía forma parte de los actos sagrados, y por ello el sacerdote predica en nombre de Cristo y de la Iglesia. La homilía ayuda a comprender mejor el Evangelio, explicándolo y aplicándolo a la vida cotidiana. Debe encender el corazón y debe cuestionarnos para llevarnos a un cambio en la vida. Por eso, debe ser clara, vivencial, corta y encarnada en la realidad concreta, para que la Palabra de Dios aterrice en la vida cotidiana.
Lo más importante, dice el Papa Francisco es que el predicador se deje él mismo tocar por la Palabra y la medite en el corazón. Y de parte de ustedes que son oyentes, siempre de toda homilía, por mala que sea, hay algo que pueden llevarse para la vida cotidiana.
La Palabra suscita la Fe, que no es una experiencia subjetiva o individual, sino la Fe que ha sido confiada a la Iglesia para que la custodie y la anuncie al mundo entero. Esa fe que se condensa en el Credo que tiene dos formulaciones, una más corta y antigua que es la fórmula más difundida llamada CREDO DE LOS APOSTOLES y otra del año 381 que es más rica y extensa llamada el CREDO NICENO CONSTANTINOPOLITANO.
Finalmente, la Liturgia de la Palabra concluye con las peticiones, que también es llamada Oración de los Fieles u Oración Universal, pues en ella el Pueblo de Dios ejercita su sacerdocio bautismal orando por la Iglesia y por las necesidades del mundo entero.
Hoy nos dice Jesús: Yo soy el pan de la vida. Todo el que escucha lo que dice el Padre y aprende viene a mí. El que cree tiene vida eterna. Que como la Virgen María sepamos acoger y meditar la Palabra de Dios una y otra vez en nuestro corazón.
Juan Carlos Rivva
Párroco