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Catequesis sobre la Misa (II) – Domingo 9 de agosto

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El Evangelio nos habla deja la enseñanza de que Jesús es el Pan de Vida que nos ofrece al Padre como alimento que da la vida eterna: primero en el Pan de la Palabra y luego en el Pan Eucarístico. La fe cristiana y la fe judía, creen en un Dios que se revela, que se comunica con el hombre, y que ha creado al hombre capaz de comunicarse con Dios. Por eso, nuestra fe tiene una estructura dialogal que apunta a la comunión, al encuentro entre Dios y el hombre. Esa estructura dialogal, esa suerte de conversación la vemos en la misa y especialmente en la Liturgia de la Palabra.

Es Dios el que inicia el diálogo, El que se acerca al hombre y le habla. Estar sentado es la posición que expresa la actitud de escucha y atención. (Synkatabasis). Condescendencia divina para comunicarse con un lenguaje accesible al ser humano.

Primero Dios nos habla a través de los profetas y de la ley (Antiguo Testamento). La primera lectura del domingo suele estar tomada del Antiguo Testamento y anuncia el tema que tocará el Evangelio.

La asamblea acoge y responde con el Salmo. Se inicia el diálogo, en el que respondemos a Dios con las mismas palabras de la Sagrada Escritura, inspiradas por el Espíritu Santo y con las que han orado todas las generaciones de judíos y cristianos. Lo ideal es que el Salmo sea cantado por toda la asamblea, o al menos que participe entonando la antífona.

La revelación es de Dios es progresiva, va increcendo. En la segunda lectura, pasamos ya a la Nueva Alianza, y Dios nos habla a través de los apóstoles. La segunda lectura está tomada de las cartas de San Pablo, San Pedro, San Juan o Santiago que anuncian la Buena Noticia de la venida del Verbo.

El corazón creyente se llena de gozo y de esperanza, se pone de pie para salir al encuentro del Verbo que viene entonando el Aleluya, que significa: Alabad a Yahveh. El Aleluya es un canto de gozo y alabanza que se entona de pie como las vírgenes que salen al encuentro del esposo se ponen de pie: Aleluya. “Alabad al Señor”, nos decimos unos a otros en la Eucaristía, pero procurad alabarlo con toda vuestra persona, esto es, no sólo vuestra lengua y vuestra voz deben alabar a Dios, sino también vuestro interior, vuestra vida, vuestras acciones. Hoy cantamos el Aleluya en medio de peligros y tentaciones, pero un día lo cantaremos en el cielo. ¡Dichoso Aleluya aquel! ¡En paz y sin enemigo alguno! Allí ni habrá enemigo ni perecerá el amigo. Se alaba a Dios allí y aquí; pero aquí lo alaban hombres llenos de preocupación, allí hombres con seguridad plena; aquí hombres que han de morir, allí hombres que vivirán por siempre; aquí en esperanza, allí en realidad; aquí de viaje, allí ya en la patria. El Aleluya solo se suprime en la Cuaresma por ser un tiempo penitencial.

Momento culminante: Proclamación del Santo Evangelio. La Palabra de Dios en la misa no se lee, se proclama y debe ser escuchada y acogida en el corazón. Las hojitas con la liturgia dominical son una ayuda para las personas que tengan problemas auditivos o les cueste concentrarse, pero no deben llevarnos a leer en lugar de escuchar la Palabra viva de Dios.

Porque como dice el Catecismo, citando a San Bernardo. La religión católica no es la religión del libro, sino la religión de la Palabra de Dios, no es un verbo escrito y mudo, sino el Verbo Encarnado y Vivo, Jesucristo, la Palabra hecha carne, en quien encuentran su plenitud y cumplimiento todas las palabras de las Sagradas Escrituras.

En la proclamación del Evangelio Jesús –el mismo Ayer, Hoy y Siempre- está realmente presente. No es una presencia sustancial, como en el caso de la Eucaristía, pero si es una presencial real y operante, es decir eficaz.

La homilía. Si la Palabra es la semilla, la homilía es como el riego que debe hacer fructificar la Palabra. Forma parte de los actos sagrados, y por ello el sacerdote predica en nombre de Cristo y de la Iglesia. La homilía ayuda a comprender mejor la Palabra, debe encender el corazón y debe cuestionarnos para llevarnos a un cambio en la vida. Por eso, debe ser clara, vivencial y encarnada en la realidad concreta para que la Palabra de Dios aterrice en la vida cotidiana.

Hay muchas quejas sobre la homilía de los sacerdotes tanto en Lima, en el Sínodo como en el mundo entero. Por eso el Papa le dedica varias páginas a este tema en la Evangelii Gaudium. No me puedo alargar porque es una de las cosas que pide el Papa es que la homilía no debe ser muy larga. Solo les digo que no es fácil predicar. Hay sacerdotes que tienen muchos talentos y dones para la prédica, pero lo más importante en el predicador es dejarse él mismo tocar por la Palabra y meditarla en el corazón. Y de parte de ustedes que son oyentes, siempre de toda homilía, por mala que sea, hay algo que pueden llevarse para la vida cotidiana.

La Palabra suscita la Fe, que no es una experiencia subjetiva o individual, sino la Fe que ha sido confiada a la Iglesia para que la custodie y la anuncie al mundo entero. Esa fe que se condensa en el Credo que tiene dos formulaciones, una más corta y antigua que es la fórmula más difundida llamada CREDO DE LOS APOSTOLES y otra del año 381 que es más rica y extensa llamada el CREDO NICENO CONSTANTINOPOLITANO.

Finalmente la Liturgia de la Palabra concluye con las peticiones, que también es llamada Oración de los Fieles u Oración Universal, pues en ella el Pueblo de Dios ejercita su sacerdocio bautismal orando por la Iglesia y por las necesidades del mundo entero.

Hoy nos dice Jesús: Yo soy el pan de la vida. Todo el que escucha lo que dice el Padre y aprende viene a mí. El que cree tiene vida eterna. Que como la Virgen María sepamos acoger y meditar la Palabra de Dios una y otra vez en nuestro corazón.