Continuamos con la catequesis sobre la Santa Misa…
Hemos hablado el domingo pasado de los tres gestos de Jesús en la Ultima Cena, que configuran las tres partes de la Liturgia Eucarístíca: tomó el pan: La presentación de dones; pronunció la bendición: La plegaria Eucarística; lo partió y se los dio: La fracción del pan y la comunión.
Hoy vamos a profundizar en la Plegaria Eucarística que se conoce también como el Canon de la Misa, y que es el corazón o el culmen de toda la celebración eucarística. Comienza con el Prefacio y culmina con el Gran Amén, cuando el sacerdote presenta la ofrenda al Padre, por Cristo, con El y en El.
These stereotypes can blossom into customs, instructing actions. Thus we are changed on the most superficial level: what we do. In “Turkeys in the Kitchen”, Barry describes late twentieth century gender roles: “Before Women’s Liberation, men took care of the cars and women took care of the kitchen” (Barry). These actions – in this example from
Australia Writings, cooking and taking care of the cars – have no deep meaning. Barry knows the reader expects him to consider taking care of the cars to be more difficult, so to emphasize the equivalence of these two actions, he describes the difficulty of preparing a meal by setting the story on Thanksgiving, the day when the most complex meal of the year is created. However, society also shapes us in more profound ways than merely actions.
La Plegaria Eucarística es la plegaria sacerdotal por excelencia porque en ella, el sacerdote actúa como Alter Christus Capitis (Representa a Cristo Cabeza de la Iglesia), realiza el sacrificio eucarístico y lo ofrece a Dios en nombre de todo el pueblo. Por eso, toda esta oración está dirigida al Padre.
1. Prefacio: Jesús, como todos los judíos, en la Ultima Cena entonó los Salmos 113 al 118 con los que bendecía (Beraka) y alababa (Hallel) a Dios por las maravillas que había obrado en la historia de la salvación y en concreto por la pascua, es decir el paso del pueblo elegido de la esclavitud en Egipto a la libertad en la tierra prometida.
En el Prefacio, “la Iglesia, Nuevo Pueblo de Dios, bendice, alaba y da gracias al Padre por todas sus obras, especialmente por la creación, la redención y la santificación. El prefacio puede variar de acuerdo a los diversos tiempos y fiestas, pero siempre encuentra su centro y fuente en el misterio pascual, es decir en la muerte y resurrección de Jesucristo.
Comienza con ese bello diálogo entre el sacerdote y la asamblea…Que el Señor este con vosotros…Y con tu espíritu. Sursum corda (Levantemos el corazón). Hay que elevar el corazón de todo lo efímero y vano, para ser elevados con Cristo hacia nuestro Padre del cielo.
Y continúa…Demos gracias al Señor… Es justo y necesario. El prefacio del sacerdote comienza con las últimas palabras del pueblo, en verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación, darte gracias siempre y en todo lugar. ¿Por qué es justo y necesario? Porque hemos recibido mucho de El y como no tenemos como pagarle a Dios tantos beneficios, Jesús mismo es nuestra Acción de Gracias.
Siempre y en toda circunstancia hay que alabar y agradecer al Señor. San Agustín escribe: Aún en la hora del infortunio y la tristeza, aun en el lecho del dolor y en el reducto de la pobreza, nunca debe cesar el himno de alabanza en nuestra boca.
2. Santo: La Acción de Gracias del Prefacio culmina con el Santo, en el que la Iglesia Peregrina se une a la alabanza incesante de la Iglesia Celestial, para cantar con los ángeles y los santos, al Dios tres veces Santo.
3. Epíclesis: Hasta ese momento el tono ha sido exultante y ascendente. Repentinamente ingresamos en una atmósfera distinta, más recogida, más sagrada, y el sacerdote realiza el gesto de la imposición de las manos o epíclesis, invoca la fuerza del Espíritu Santo sobre el pan y el vino, para que se conviertan, por su poder, en el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo.
La epíclesis o imposición de las manos está presente en muchos sacramentos: Bendición del agua bautismal, en la confirmación, en la absolución, en la ordenación de diaconos, sacerdotes y obispos, en la unción a los enfermos.
4. La consagración: El corazón de la Plegaria Eucarística, es el relato de la institución o la consagración, en el cual se produce el efecto del sacramento. Por la eficacia de las palabras de Jesucristo en los labios del sacerdote -que actúa en la persona de Cristo, unidas al poder del Espíritu Santo, las especies del pan y del vino se convierten en el Cuerpo y la Sangre del Señor. Ese misterio que la Iglesia llama transubstanciación: cambia la sustancia, pero se mantiene la apariencia.
Ese cuerpo y esa sangre es el mismo cuerpo sacrificado y la misma sangre derramada en la Cruz de una vez para siempre, por la redención del mundo. Por ello, en cada misa se actualiza, se hace presente y se ofrece el sacrificio reconciliador de la Cruz que tiene un valor salvífico infinito. El sacrificio del Calvario y el sacrificio de la Eucaristía son un mismo y único sacrificio. Se trata del mismo sacerdote y la misma víctima: Jesucristo.
5. Anámnesis: La anámnesis o memorial, es una parte importante de la Plegaria Eucarística, en la que la Iglesia recuerda y trae al presente la muerte, resurrección y ascensión del Señor y aguarda su futura venida gloriosa.
6. Communicantes: En la plegaria eucarística la comunidad que ofrece el sacrificio no está sola, sino en comunión con toda la Iglesia peregrina, y por ello se menciona al Papa y al obispo de lugar como signos de unidad de la Iglesia universal y de la Iglesia particular.
Pero también estamos en comunión con la Iglesia Celestial, y por ello se invoca la intercesión de María, la Madre de Dios, de su esposo San José, de los apóstoles, los mártires y del santo patrono o cuya fiesta se celebra.
7. Ofertorio: ¿Por qué intención ofrecemos el sacrificio? La misa, además de ser un sacrificio de adoración y acción de gracias, es un sacrificio imprecatorio o de súplica. Y por eso se ofrece el sacrificio por los vivos y por los difuntos, así como por las necesidades de la Iglesia y del mundo entero.
8. Per Ipsum: Concluye con la doxología llamada el PER IPSUM. Es el momento culminante de la glorificación al Padre, en el que la Iglesia, movida por el Espíritu Santo, presenta la solemne ofrenda y ofrece la máxima gloria y honor al Padre POR CRISTO, CON EL Y EN EL.
Por Cristo, porque El es nuestro mediador, nuestro pontífice ante el Padre.
Con Cristo, porque nuestra oración sólo vale si se une a la oración de Cristo.
En Cristo, porque somos uno con El y Cristo reza a través de nuestros labios.
Culmina con el GRAN AMEN…San Jerónimo recuerda que este AMEN sonaba como un trueno en las basílicas romanas. Dice San Agustín que este Amen es el modo como el pueblo suscribe y da su asentimiento a la alianza pactada con Dios en la Eucaristía.
Juan Carlos Rivva
Párroco