Hoy comienza el tiempo ordinario. No es un tiempo sin importancia.
La espiritualidad del tiempo ordinario está marcada por el seguimiento de Jesús y el crecimiento en la vida cristiana. Es el camino del discipulado, en el que iremos como esos primeros apóstoles escuchando las palabras del Maestro y contemplando sus signos, sus milagros, de manera que Él nos irá formando para enviarnos luego a predicar el Evangelio.
Hoy, el evangelio nos narra el comienzo de la vida pública de Jesús, cuando luego de ser bautizado y de su retiro durante cuarenta días en el desierto, Juan lo señala públicamente como el Mesías enviado por Dios.
Hoy, Juan va a designar a Jesús con dos títulos : «El Hijo de Dios» y «El Cordero de Dios que quita el pecado del mundo». Cada uno de estos títulos manifiesta la identidad y la misión del Señor, su ser y su destino.
Vayamos a estos títulos: Juan dice: “Yo lo he visto y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios”. Al llamarlo el Hijo de Dios, afirma su eternidad y preexistencia divina. “Detrás de mí viene un hombre que se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo”.
Nuestra Fe cristiana profesa que Jesús no fue simplemente un hombre admirable, enviado por Dios, que dejó un mensaje ético de perdón y fraternidad universal. Nosotros profesamos la Fe en Jesucristo, el Hijo de Dios Vivo, muerto y resucitado, nacido del Padre antes de todos los siglos, engendrado, no creado, que por nosotros los hombres y por nuestra salvación, bajo del cielo y se encarnó en las entrañas purísimas de la Virgen María.
Jesús es pues el Hijo Eterno del Padre que es enviado al mundo con una misión: Redimir al hombre del pecado. Y aquí aparece el otro título que usa hoy Juan Bautista. Este es «el cordero de Dios que quita el pecado del mundo».
La imagen del Cordero es muy importante en el Antiguo Testamento:
a) Evoca al Mesías, Siervo Sufriente, profetizado por Isaías, que aparece “como cordero llevado al matadero, como oveja muda ante los trasquiladores”, que carga sobre sí los pecados de su pueblo, ya que fue “herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados, con sus heridas hemos sido curados”.
b) Evoca también al Cordero Pascual: “macho, sin mancha, de un año” que debe ser comido a toda prisa en la noche de la Pascua y cuya sangre rociada en el dintel de las puertas sería el signo de la alianza que rescataría al pueblo de Israel de la muerte y del pecado.
c) Evoca por último al chivo expiatorio, que el día solemne del perdón, el sacerdote imponía sus manos sobre el y confesaba los pecados del pueblo, y luego era llevado al desierto, fuera del campamento, llevando consigo los pecados perdonados por Dios.
Todas estas imágenes nos hablan de Jesús, ese Cordero de Dios, que a través del sufrimiento y la muerte nos ha redimido del pecado y reconciliado con Dios.
Esto que nos dice a nosotros:
a) Nosotros como discípulos de Cristo somos también Hijos de Dios, hermanos y discípulos de Cristo, estamos llamados a compartir su misión redentora.
La vida cristiana tiene una dimensión de sacrificio. No quiere decir ser masoquistas ni buscar el dolor por el dolor. Pero sí saber ofrecer los dolores de la vida cotidiana, como un modo de unirnos al sacrificio de Jesús, de “completar lo que falta a la pasión de Cristo, como miembros de su Cuerpo, por toda la humanidad”.
Hoy el hombre tiene atrofiado el músculo del sacrificio: Vive dentro de una cultura del confort, de la sensualidad, de la comodidad.
b) El Cordero, decía hoy el Papa Francisco, no es un animal fuerte y robusto que carga sobre sus espaldas con un enorme peso. Es en cambio una criatura débil y frágil, símbolo de la obediencia, la docilidad y el amor que lleva a su propio sacrifico.
Nosotros como Jesús, el Cordero de Dios, estamos llamados a vencer el mal con el bien. A cambiar la maldad por la inocencia, la fuerza por el amor, la soberbia por la humildad o el prestigio por el servicio. A no responder al insulto con insultos, a saber como Jesús callar y perdonar.
Hoy que vamos a adorar y a comer la carne del Cordero que se inmola por nosotros en cada Eucaristía, pidamos a la Virgen que nos ayude a saber ofrecer nuestros sufrimientos en el altar, a vivir la dimensión del sacrificio en nuestra vida y a tener como el Señor un corazón manso y humilde.
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