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Homilía – 20 de octubre de 2013

Domingo de la Semana 29 del Tiempo Ordinario. Ciclo C

La semana pasada nos hablaba de la oración de acción de gracias y hoy nos habla de la oración de súplica.

 

¿Por qué orar?

Una de las dimensiones esenciales en la vida de un cristiano es la oración.

San Juan de Ávila decía, “por qué quema el fuego o por qué vuela el águila…Porque para eso han sido creados, porque forma parte de su naturaleza. Del mismo modo, que el fuego ha sido creado para calentar o el pájaro para volar, nosotros hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios, y hemos sido creados para el encuentro con Dios…” “Nos hiciste Señor para Ti, y nuestro corazón estará inquieto hasta que no descanse en Ti.” (San Agustín)

 

¿Qué es orar?

San Agustín lo define como, el encuentro de la sed del hombre por Dios con la sed de Dios por el hombre.

Santa Teresa decía, es el trato de amistad con aquel que sabemos que nos ama…

Si bien es cierto que toda nuestra vida tiene que ser una oración constante en que demos gloria a Dios con cada una de nuestras acciones, también es cierto que necesitamos tener momentos fuertes de oración: Cada día debemos tener un momento para recogernos y elevar el espíritu a Dios.

En la oración, como en todo: lo importante es la constancia, el hábito. No desanimarse, si al principio nos cuesta, si nos distraemos, si no sentimos nada. La oración no es cuestión de sentimientos, sino de fe.

 

Oración de Petición o Súplica:

Orar siempre sin desanimarnos. Es decir sin perder la esperanza. La esperanza cristiana no es la espera de algo que “quizás” o “seguramente” se realizará. Hay personas que no oran más que “para la ocasión”. Oran insistentemente hasta que “consiguen” lo que pretenden, o hasta que simplemente ya “es imposible conseguirlo”. Por ejemplo, la curación de un ser querido…  Si Dios no nos concede lo que le pedimos entonces nos sentimos defraudados, perdemos la fe y dejamos de orar.

La oración es la fe expresada en la plegaria. La fe nos asegura que aquello que esperamos es algo que ya ha sucedido y que por lo tanto no puede fallar. Jesús ha muerto por mis pecados, ha vencido el poder del mal, ha resucitado. Dios es un Padre Sabio y Bueno, y yo puedo confiar siempre en su amor incondicional por mí.

La oración cristiana brota de la conciencia de que toda nuestra vida está en manos de Dios y que podemos confiar y esperar en Él. A Él debemos acudir siempre para pedirle y para darle gracias, con la misma confianza que tiene un niño con su padre.

A veces me dicen: “Padre, Dios no me escucha…” Dios siempre escucha, el Señor inclina el oído y escucha mis plegarias (Sal 16) “Pero entonces porque no me da lo que le pido…” Son dos actos distintos: una cosa es escuchar y otra cosa es dar. Puedo escuchar y, al mismo tiempo no dar por algún motivo ¿Acaso un padre de familia siempre le da a sus hijos ¡todo! lo que le piden? Los padres tratan de discernir qué es lo que más les conviene a sus hijos ¡Cuánto más nuestro Padre del Cielo! Quizás, de modo misterioso no nos conviene aquello que le pedimos al Señor.

O quizás nos educa en la paciencia, en la humildad y en la perseverancia. Los tiempos de Dios no son los tiempos de los hombres.

Nunca dudemos de que Dios nos escucha. Él es un Padre que siempre escucha a sus hijos y comprende los sentimientos que nos conmueven. No es como los ídolos, que tienen oídos pero no escuchan. Ni como los poderosos de este mundo, que escuchan sólo lo que les conviene.

Él escucha todo y escucha siempre. Incluso cuando nos enojamos y nos quejamos con él. Y no sólo escucha, sino que ama escuchar.

Escucha sobretodo a los que claman por justicia, escucha el grito de los que claman por el salario retenido, por no tener un trabajo digno, porque son maltratados u oprimidos de cualquier modo por sus semejantes. Dios escucha y responde.

Dios hará justicia… Y la parábola del Juicio Final es la respuesta al clamor por justicia de la humanidad… Tarde o temprano, Dios hace justicia. Debemos tener la seguridad de que la última palabra sobre la justicia, en todas las cosas, corresponde a Dios.

Por eso, el modelo de toda súplica es el modelo de Jesús: Padre si es posible, aparta de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad sino la tuya.

Además a Dios no hay que pedirle tanto que él resuelva nuestros problemas. Hay que pedirle sobretodo la luz, la sabiduría y la fortaleza para enfrentar nosotros los problemas y dificultades.

Pedirle no sólo por nosotros mismos, sino por las necesidades del mundo entero. Moisés, que como figura de Cristo en la Cruz, eleva los brazos intercediendo ante Dios por su pueblo.

María = Viuda, que sabe ora sin desfallecer, con total fe y confianza. Aprendamos de esta viuda a no desfallecer en la oración, a pedir con insistencia.

Santa Teresita: “Antes se cansará Dios de escucharme y de hacerme esperar, que yo de esperar y confiar en El”. Cuando Cristo vuelva en su Gloria: ¿Encontrará esta fe sobre la tierra?