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Homilía – 24 de noviembre de 2013

Solemnidad Jesucristo, Rey del Universo. Ciclo C

 

Durante siglos, el pueblo judío fue sojuzgado por las naciones vecinas. Primero fueron los egipcios, luego los persas, los caldeos, los griegos y finalmente los romanos. Y durante todos estos años de opresión, este pueblo que se llamaba a sí mismo el pueblo elegido de Dios, mantuvo viva su esperanza, porque aguardaba la venida de un Mesías-Rey.

 

Este Mesías sería un sucesor del Rey David, un poderoso guerrero que Yahveh les iba a enviar para aplastar a sus enemigos, para salvarlos del dominio extranjero, para someter a todas las naciones e inaugurar un imperio universal de Israel sobre todos los pueblos quienes finalmente derrotados reconocerían que no existe otro Dios fuera de Yahveh. La capital de ese imperio sería la ciudad santa de Jerusalén.

 

Un día apareció en Galilea un predicador llamado Jesús de Nazareth. Y muchos creyeron al principio que podía ser el Mesías. Pues obraba milagros increíbles y arrastraba a las multitudes con sus palabras, pero muy pronto se decepcionaron de El.  Porque su estilo y sus enseñanzas contradecían totalmente sus expectativas de poder y conquista. Jesús hablaba de perdonar a los enemigos, de poner la otra mejilla, de ser mansos y humildes, y se hacía amigo de publicanos y prostitutas. Un hombre así no podía ser el Mesías, al fin y al cabo no era más que el hijo de un carpintero.

 

La vida de este impostor acabó como la del más infame malhechor. Jesús fue condenado a la muerte ignominiosa de la Cruz, fue colgado como un malhechor entre en medio de las burlas y el desprecio de la gente. Los soldados romanos se burlaron de su realeza, poniéndole una corona de espinas y dándole una caña como bastón de mando y vistiéndolo de púrpura, lo escupían y golpeaban diciéndolo: He aquí al rey. Y cuando estaba colgado en la Cruz le decían: «Si tu eres el Rey de los judíos ¡sálvate!».  Los magistrados judíos también se burlaban y le decían, si eres el Mesías Rey, bájate de la cruz para que creamos en ti.

 

Aunque lo hacen por burla, es interesante notar los títulos que le asignan: Cristo de Dios, Elegido, Rey de los Judíos. Todos esos títulos evocan a David, el gran rey de Israel. Son los títulos propios del Mesías Rey. Lo mismo se puede decir de la frase misteriosa que Pilato mandó colocar en la Cruz (INRI). “Jesús Nazarenos,  Rey de los Judíos. 

 

Jesús fue crucificado en medio de dos ladrones. En medio de la agonía de la muerte cada uno de estos malhechores mira a Jesús y se produce una divergencia entre ellos: Uno lo mira con desprecio y lo insulta: No eres Tú el Cristo, pues sálvate a ti y a nosotros”, el otro en cambio le dice:  Acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino. Y recibe esta respuesta: «Yo te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso».

 

Estas dos posiciones son las que aún hoy prevalecen en torno a la persona de Jesús. Unos siguen creyendo que fue un impostor, un fraude. Pero hoy millones de personas de distintas razas, lenguas y culturas nos reunimos para confesar a Cristo como nuestro REY y SEÑOR.

 

Porque creemos con toda nuestra mente y con todo nuestro corazón que Jesús de Nazareth no era un impostor, que el era el verdadero Mesías enviado por Dios para salvarnos, el Rey de los Judíos, más aún que Él es el Rey del Universo.

 

Porque tenemos la certeza que ese hombre que murió y fue enterrado en un sepulcro sin usar, no era un hombre más, Él es el Hijo eterno del Padre, el Dios hecho hombre que resucitó de entre los muertos y está vivo para siempre.

 

Porque para nosotros los cristianos la Cruz no es una necedad ni un escándalo, no es un signo de ignominia ni fracaso. La Cruz es el trono donde nuestro rey ha vencido victorioso el poder de la muerte y del pecado, y nos ha rescatado del dominio de Satanás, el peor de los enemigos, para sacarnos del dominio de las tinieblas y trasladarnos al reino de su luz admirable.

 

Porque confesamos en esta fiesta que Jesús, nuestro Rey, volverá un día con gloria para juzgar a los vivos y a los muertos, que Él someterá a todos sus enemigos y que ante Él toda rodilla se doblará y toda lengua jurará diciendo: Jesucristo es el Señor para gloria de Dios Padre.

Jesús había reconocido ante Pilatos que Él era Rey, pero que su Reino no es de este mundo. Él es Rey al modo de Dios y no al modo de los hombres. Entre los hombres el Rey está del lado de los grandes y poderosos del mundo y hacen sentir su autoridad a través de la fuerza y el poder. El reino que Dios viene a instaurar es como dice el prefacio de esta fiesta es el reino de la verdad y la vida, el reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz. Cristo Rey tiene la misión de hacer justicia al pobre y al desvalido, y su modo de reinar es a través de la misericor­dia, el amor y el servicio.

 

¿Qué implica reconocer a Jesús como Rey?

 

a)    Tener los pensamientos, palabras y obras de Jesucristo. Poner a Jesús en el centro de nuestra vida. (Papa Francisco).

b)    Pasar del reino de la oscuridad al reino de la luz, dejar la mentira y el engaño para vivir en la verdad que nos hace libres.

c)    No vivamos ya para nosotros mismos, sino para el Señor que por nosotros murió y resucitó.

d)    Vivir para el Señor, implica vivir para los demás, y tratar a todos con misericordia y bondad.

e)    Desde la Cruz nos enseña que reinar es servir, que el que quiera ser el primero debe ser el último de todos y el servidor de todos.