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Homilía – 5 de enero de 2014

LA EPIFANÍA DEL SEÑOR 

Epifanía: Jesús se manifiesta como la Luz que brilla en medio de las tinieblas y que ilumina a todas las naciones de la tierra.

Esa Luz anunciada en la primera lectura por el profeta Isaías: ¡Levántate, resplandece Jerusalén, que llega tu luz, y la gloria de Yahveh sobre ti ha amanecido. Caminarán las naciones a tu luz, y los reyes al resplandor de tu alborada.

Los reyes magos representan a todas las naciones de la tierra, que acogen la salvación que Jesús viene a traer. La epifanía es la fiesta en la que se celebra la universalidad, la catolicidad de la Iglesia.
Quisiera que meditemos hoy en algunas reflexiones que nos ofrece el Papa Francisco en su exhortación apostólica el Gozo del Evangelio.

En primer lugar el Papa nos habla de esa dimensión católica de la Iglesia. La salvación que Dios ofrece en su Hijo Jesucristo es para todos, para todos los pueblos de la tierra, para todas las personas, de todas las culturas, de todos los tiempos.
Y Dios nos quiere salvar no de manera aislada, sino que nos invita a ser pueblo, a ser miembros de su Cuerpo, a ser comunidad.

Dice el Papa: Jesús no dice a los Apóstoles que formen un grupo exclusivo, un grupo de élite. Jesús les dice: Id y haced que todos los pueblos sean mis discípulos. Me gustaría decir a todos los que se sienten lejos de Dios o de la Iglesia, a los que son temerosos o indiferentes, El Señor también te llama a ser parte de su pueblo y lo hace con gran respeto y amor. La Iglesia tiene que ser el lugar de la misericordia gratuita, donde todo el mundo pueda sentirse acogido, amado, perdonado y alentado a vivir según la vida buena del Evangelio.

La Epifanía es la fiesta del discipulado, en la que nos postramos con reverencia como los magos de Oriente para adorar al Señor, para abrirle nuestro corazón y para ofrecerle nuestros dones y talentos. Es la fiesta en la que le damos gracias por haber recibido la Luz de la Fe que ilumina y le da sentido a nuestra vida, que nos rescata de las tinieblas del pecado, que debe penetrar hasta los rincones más recónditos del corazón y que nos permite vislumbrar ya desde ahora la belleza del rostro del Señor, en los brazos de su Madre,  ese rostro que un día esperamos contemplar cara a cara.

Pero la Epifanía es también la fiesta del apostolado, de la evangelización. Somos llamados a ser discípulos-misioneros, a desplegar esos dones que le ofrecemos al Señor en el anuncio alegre y ardiente del Evangelio a los demás. Es la fiesta que nos mueve a llevar esa Luz de Cristo a tantas personas que no lo conocen, que están alejadas, que viven en la oscuridad o en la soledad, y que están llamadas a formar parte de este Pueblo de Dios que es la Iglesia.

El Espíritu Santo ilumina y calienta el corazón del discípulo y le infunde la fuerza para anunciar la novedad del Evangelio con audacia, con parresía, en voz alta y en todo tiempo y lugar, incluso a contracorriente.

El Papa menciona dos motivos que nos deben llevar a evangelizar:
1a)  El primero del cual hemos hablado muchas veces y que lo mencionaré brevemente, es el encuentro con Cristo en la oración, en la vida interior, en los sacramentos, especialmente en la Eucaristía. Cuidado con refugiarnos en una falsa espiritualidad, intimista e individualista, que me aleja de los demás y de la vida cotidiana, y que no tiene nada que ver con la lógica de la Encarnación. El encuentro con Cristo me debe llevar a anunciarlo. Se pregunta el Papa: ¿qué amor es ese que no siente la necesidad de hablar del ser amado, de mostrarlo, de hacerlo conocer?
1b)  La otra gran motivación es que el apóstol, siguiendo el estilo de vida de Jesús, debe ser una persona en contacto con la gente, que no se aísle, sino que se meta a fondo en la vida de la sociedad. Compartir la vida de todos, escuchar sus inquietudes, colaborar con sus necesidad materiales y espirituales, alegrarse con los que están alegres, llorar con los que lloran. Jesús quiere que toquemos la miseria humana, que toquemos la carne sufriente de los demás y que descubramos la fuerza de la caridad y la ternura.

Con una gran convicción: El Evangelio responde a las necesidades más profundas de las personas. Porque todo ser humano ha sido creado, aun sin saberlo, para vivir la amistad con Jesús y el amor fraterno.

El misionero y el apóstol está convencido que existe en las personas y en los pueblos, por la acción del Espíritu Santo, una espera, aunque sea inconsciente, por conocer la verdad sobre Dios y sobre el hombre que Cristo nos viene a manifestar.

Solo persevera en la evangelización fervorosa el que está convencido, por la experiencia personal de amistad perseverante con el Señor, que no es lo mismo haber conocido a Jesús que no conocerlo, que no es lo mismo caminar bajo la Luz de la Fe que caminar a tientas, que no es lo mismo tratar de construir un mundo mejor con su Evangelio que tratar de construirlo con la propia razón.

El verdadero misionero nunca deja de ser discípulo, en medio de su fragilidad cae y se levanta, sabe que Jesús camina con él, habla con él, respire con él, trabaja con él.

CONCLUSIÓN
Epifanía, démosle gracias al Señor por la luz de la Fe, pero comprometámonos a irradiar esa Luz con alegría… en el trabajo, en la universidad, en la playa, a tiempo y a destiempo.

Pidámosle a María que ahora que este año que nos disponemos a celebrar como comunidad parroquial nuestras Bodas de Plata, nuestra parroquia sea un reflejo de la Iglesia Católica, una casa de puertas abiertas, que acoja a todos con ese calor maternal, una madre para todos que sea semilla de un mundo nuevo.