Hoy vamos a terminar nuestras catequesis, meditando acerca de la Fracción del Pan y la comunión.
La plegaria eucarística desemboca naturalmente en el Padre Nuestro, ya que gracias al sacrificio de Cristo hemos sido reconciliados con el Padre, participamos de su filiación divina, somos hijos en el Hijo, por ello unidos al Hijo y unidos como hermanos, el Espíritu Santo nos mueve a clamar Abba Padre.
Luego viene el embolismo, que viene de la palabra griega emballo, que quiere decir añadir. Es un añadido, en el que se toma la última palabra del Padre Nuestro, para pedir a Dios que nos libre todos los males y nos conceda la paz. ¿Por qué? Porque Jesús ha dicho que en el mundo tendremos amenazas y tribulaciones. Al pedir la Paz, pedimos al Padre, a quien hemos suplicado: perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden, que no solo estemos en comunión con El, sino también entre nosotros.
Y esa misma súplica por la Paz se la hacemos luego a Jesucristo que nos prometió darnos su Paz, una Paz muy distinta de la que nos ofrece el mundo. En ese momento el sacerdote se inclina ligeramente sobre el Cuerpo y la Sangre de Jesús.
Culmina con el gesto de darse un saludo de paz, que ha de ser un gesto sobrio, pues no debe alterar el ritmo de recogimiento vivido durante todo el rito eucarístico. Por ello, incluso el misal dice que si el sacerdote lo considera oportuno puede omitir el saludo de la paz. A veces por la distancia que hay entre los fieles en una misa de semana o porque se puede armar un jolgorio con el rito de la paz entre jóvenes, es preferible omitirlo.
Luego viene la Fracción del pan…En el libro de los Hechos se llama a la Eucaristía la Fracción del Pan (Hch 2,42) y el Evangelio de Lucas nos cuenta que los discípulos de Emaús lo reconocieron en la fracción del pan. (Lc 24,35).
Antiguamente era un gesto real y lleno de sentido, pues los panes ázimos se partían antes de repartirse a los fieles.
Hoy la hostia grande que consagra el sacerdote se divide en tres partes:
Haec commixtio Corporis et Sanguinis Domini nostri Jesu Christi fiat accipientibus nobis in vitam aeternam. Amen. Qué por la mezcla del Cuerpo y Sangre de nuestro Señor Jesucristo, podamos nosotros participar de la vida eterna.
En todas las religiones la víctima sacrificada tenía que ser partida en dos. El partir la hostia nos recuerda la muerte de Cristo. Del mismo modo que el pan se rompe en la Eucaristía, así se quebró el Cuerpo del Señor en la Cruz.
Luego la unión del Cuerpo y la Sangre simboliza la reintegración en el cuerpo glorioso y resucitado del Señor que nos comunica la vida eterna.
Expresa también qué al comulgar de la hostia, recibimos el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, muerto y resucitado, aunque no comulguemos bajo las dos especies.
Mientras tanto la asamblea reza o entona el Agnus Dei, el Cordero de Dios, en el que se reconoce a Jesús como la víctima, el verdadero Cordero Pascual inmolado por nuestra salvación, pero también el Cordero Degollado y Resucitado del Apocalipsis que es el único digno de abrir el libro de la salvación.
Finalmente, una breve reflexión sobre el acto de comulgar:
a) En primer lugar en cuanto a la forma… Debemos acercarnos a comulgar con profundo respeto y reverencia:
Se puede comulgar de pie o de rodillas, recibiendo la comunión en la boca o recibiéndola con profundo respeto en la mano. En Lima, el modo ordinario de recibir la comunión es en la boca y de rodillas, pero no se prohíbe ni se debe juzgar a quien comulga de pie y en la mano.
Sobre todo, las personas mayores reciban con toda paz la comunión de pie, si arrodillarse implica un esfuerzo y un tiempo excesivo.
Si alguno comulga en la mano, recuerden que la comunión se recibe en la mano izquierda como un trono y luego con la mano derecha se comulga delante del ministro. No se debe agarrar la hostia, ni hacer la señal de la cruz con ella antes de comulgar, ni mucho menos llevársela a su sitio.
b) Condiciones para recibir la comunión: Es necesario guardar un equilibrio entre una actitud laxa y un excesivo rigorismo.
La Iglesia recomienda la comunión frecuente, si es posible diariamente, pues la comunión es el modo más pleno de participar en el sacrificio de la misa. La condición para recibir la comunión es saber a quién vamos a recibir y estar en gracia de Dios, es decir, sin conciencia de pecado grave.
No es que cada vez que vengo a misa me tengo que confesar. No olvidemos que uno de los efectos de la comunión es que perdona los pecados veniales. No hay que ver la comunión como una especie de premio que yo alcanzo como fruto de mi esfuerzo, y no como un don del cual siempre me reconozco indigno. La comunión como dice el Papa Francisco tiene también una dimensión medicinal.
Pero al mismo tiempo, es necesario tener discernimiento ante de comulgar. Quien come sin discernir el cuerpo y la sangre de Cristo, come y bebe su propia condenación. (1 Cor 11,29). Es necesaria una preparación interior para recibir al Señor, y si tengo conciencia de haber cometido un pecado grave que me ha apartado de la gracia de Dios, no debo acercarme a comulgar, sin antes confesarme.
Por último, siempre existe la posibilidad de hacer un acto de comunión espiritual, para quienes viven en una situación irregular o por diversos motivos no pueden por ahora recibir la comunión sacramental.
Juan Carlos Rivva
Párroco