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HOMILÍA DE LA SOLEMNIDAD DE JESUCRISTO REY DEL UNIVERSO

La Iglesia culmina el año litúrgico proclamando a Jesucristo como Rey del Universo. Jesús le decía hoy a Pilatos: tú lo dices: Yo soy REY, pero mi reino no es de este mundo. Los Reinos de este mundo se apoyan en el poder de las armas, de la política, del dinero, de la manipulación o de los medios de comunicación. Jesús no es como los reyes de este mundo, sino que es un Rey Crucificado. Su corona no es una corona de oro, sino una corona de espinas, su trono no es un cetro real sino una Cruz, no es un rey que viene a ser servido, sino a servir. El Reino de Cristo, es como dice hoy el prefacio: un el reino de la verdad y la vida, el reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz. Es el reino del bien que vence sobre el mal, el reino del perdón que vence al odio, el reino de la misericordia que vence el pecado, el Reino de la Luz que brilla en las tinieblas. Jesús comienza su predicación anunciando la llegada del Reino de Dios, o también la llegada del Reino de los Cielos a la tierra. Este Reino se manifiesta a los hombres en las palabras, en las obras y en la persona misma de Jesucristo, acoger a Jesús como Salvador es acoger «el Reino». El germen y el comienzo del Reino es el «pequeño rebaño» que Jesús ha convocado y reunido en torno a Él, y que tiene como fundamento a los doce apóstoles, con Pedro como su Cabeza visible. Por ello, la Iglesia es el signo visible, el sacramento del Reino de Dios en medio de los hombres. El Reino de Cristo, presente ya en su Iglesia, sin embargo, no está todavía acabado «con gran poder y gloria». El Reino es un ya, pero todavía no. El poder del mal ya ha sido vencido en su raíz por la muerte y resurrección de Cristo, pero esa Victoria aún no ha sido consumada. Por eso, la Iglesia gime como con dolores de parto, aguardando la consumación final del Reino de Cristo. Y también, por esa razón, vemos como en el mundo, en la Iglesia y en cada uno de nuestros corazones, conviven el Reino de Cristo y el reino del maligno, el Reino de la Gracia y el reino del pecado. Para que Cristo reine en el mundo, tiene que reinar en nuestras vidas, en nuestras familias y en nuestros corazones. Hay dos aspectos del Reino de Cristo que quisiera destacar brevemente: El Reino de la Verdad y el Reino del Amor. El Reino de Jesús se apoya en la VERDAD. “Para esto he nacido y para esto he venido al mundo, para ser testigo de la VERDAD. Todo el que es de la VERDAD escucha mi voz. Por eso, no podemos decir que formamos parte del Reino de Cristo si mentimos y engañamos a los demás, o si somos cómplices de la mentira y la corrupción. La verdad nos hace libres. Jesucristo es el camino, la verdad y la vida. El nos muestra la Verdad sobre nosotros mismos y sobre nuestra conducta. El Reino de Jesús es el Reino del Amor. Amar es hacer el bien al otro. Jesús nos dice: Ámense, como Yo los he amado, y El nos ama entregando la vida por nosotros. Por eso el amor se manifiesta en obras concretas de misericordia, en la actitud compasiva… Dar de comer al hambriento, hospedar al que no tiene techo, visitar al que está solo, consolar al que esta triste, enseñar al que no sabe. La verdad y el amor deben siempre estar unidos. Veritas in Caritate (Ef 4,15) y al revés Caritas in Veritate. No hay amor sin verdad, ni verdad sin Amor. El amor sin verdad es una caricatura, es pura tolerancia, es una falsa misericordia en la que se relativiza el verdadero bien. San Pablo dice en el himno de la caridad que el amor se alegra con la verdad, no miente. La verdad sin amor, puede llevar a la actitud soberbia, de quien es incapaz de tener empatía y comprensión con el pecador y se siente con derecho de juzgar la conciencia y las intenciones del otro. De quien se siente dueño y no servidor de la Verdad. Jesús reina en mi vida, cuando en mi mente y en mi corazón, en mis pensamientos y sentimientos, en mis palabras y en mis obras reina la verdad y reina el amor. Cuando la luz del evangelio es la norma que guía mis juicios y decisiones. Cuándo me pregunto en cada momento: ¿Qué haría Jesús en mi lugar? Juan Carlos Rivva Párroco