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Homilía del 4to Domingo de Adviento – 21 de diciembre de 2014

Nos encontramos ad portas de la Navidad. Y en este tiempo, la Iglesia nos invita a contemplar a María, como Áquella en la que aconteció el misterio que celebraremos esta semana. Si el 3er Domingo de Adviento es el Domingo de la Alegría, este 4to Domingo, y toda esta semana, es el Domingo de María. Antes de celebrar el nacimiento del Salvador, la Iglesia nos invita a contemplar el misterio de la Virgen-Madre, de aquella Mujer elegida en la que, por la que, de la que el Verbo de Dios se hizo carne.

San Pablo nos cuenta hoy en la carta a los Romanos, que existía un misterioso plan de salvación que Dios había mantenido en secreto durante muchos siglos, pero que lo manifestó en el momento culminante de la historia. Que llegada la “plenitud de los tiempos Dios iba a enviar a su Hijo para que naciera de una Mujer, y rescatará a todos los que vivían esclavos del pecado.

Se cumple así la promesa que Dios le hizo a David: Dios mismo se construirá una casa digna de su nombre, en la que El mismo pueda habitar como en un Templo.

Y esta promesa la cumple en María: En el misterio de la Inmaculada Concepción que hemos celebrado el 08 de Diciembre, Dios mismo diseñó con esmero desde toda la eternidad una morada donde El pueda habitar. Una morada bellísima, toda pulcra, toda limpia, llena de gracia.

En el misterio de la Anunciación que se celebra el 25 de Marzo Dios pide el consentimiento de María para hacerse hombre y salvarnos del pecado. El, siendo el dueño de esta casa bellísima, no ingresa de manera abrupta ni se impone. Pide permiso para entrar, toca a la puerta y llama.

En el misterio de la Navidad contemplamos el admirable intercambio: Dios que se hace hombre para que el hombre llegue a participar de la misma vida divina. Dios que se abaja y asume nuestra naturaleza débil y pecadora, para sanarla y elevarla y para mostrarnos el camino de regreso a la Casa del Padre.

María es invitada a creer en lo que parece humanamente imposible, en lo que es un desafío para la razón humana: que iba a concebir a Dios en su seno, y que sería Madre, sin dejar de ser Virgen. Y María confía, cree, firma un cheque en blanco, se entrega a Dios con un hágase generoso, alegre y total, pone su vida en las manos de Dios.

Eso es la fe, cuando realmente le entregamos a Dios las riendas de nuestra vida, cuando no nos aferramos a nuestras seguridades humanas, sino que ponemos toda nuestra seguridad en el Señor.

María es la Madre y Modelo, que nos enseña cómo vivir la Navidad, como debemos creer y confiar en los planes de Dios, como debemos acoger a Jesús que también está tocando a la puerta de nuestro corazón y que quiere nacer en nosotros.

Jesús quiere nacer en tu corazón en esta Navidad. No es un corazón limpio y puro como el de María, sino un corazón pobre y sucio, que se parece más al pesebre de Belén. Lo único que te pide es que te entregues, que confíes, que abras las puertas de tu corazón, y pronuncies un Sí como el de María.

Jesús no quita nada, lo da todo… Jesús quiere llenar nuestra vida de luz, de paz, de alegría… De esa alegría como dice el Papa Francisco llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús y se dejan salvar por Él.

No nos dejemos robar la Navidad, no permitamos que el activismo y el consumismo de estos días, distraigan nuestra atención de lo esencial. Que así sea.