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HOMILÍA DEL CORPUS CHRISTI

Hoy celebramos uno de los misterios más bellos de la fe cristiana. EL SANTISIMO CUERPO Y SANGRE DEL SEÑOR JESÚS realmente presente en la Eucaristía.

En la solemnidad de la Santísima Trinidad recordábamos que la Iglesia es una familia y la familia es una pequeña Iglesia.

La Eucaristía, en la que está realmente presente el Corazón de Jesús muerto y resucitado palpitando de amor por nosotros, debe ser el centro de nuestra parroquia, el centro de nuestra familia, el centro de nuestras vidas.

Les pregunto: ¿Por qué vienen a misa cada domingo?

  • Por cumplir… 4to Mandamiento… Santificar las fiestas.
  • Para dar gracias a Dios o para pedirle por alguna necesidad.
  • Porque necesitamos alimentarnos de su gracia. La Eucaristía es ciertamente el alimento fundamental de nuestra fe.

Todas estas razones son válidas, pero no reflejan un motivo fundamental. La Eucaristía no es simplemente un medio, sino que es un fin en sí misma.

La Eucaristía es fuente y cumbre de la vida del cristiano. (LG 11).

En la misa dominical encontramos la fuente de donde brota nuestra fuerza, nuestra alegría, nuestra paz. La vida cristiana es la vida en Cristo y Cristo vive en mí por la Eucaristía. La Iglesia vive de la Eucaristía.

La Eucaristía es también la cumbre, la cima hacia la cual tiende todo nuestro esfuerzo, porque a la Eucaristía traemos nuestros dolores y alegrías, nuestras frustraciones y anhelos, porque la Eucaristía es para nosotros ya un anticipo de la meta, del cielo. A ese Jesús a quien nosotros adoramos hoy en la Eucaristía, lo veremos cara a cara en la Gloria, y al celebrar la Santa Misa nos unimos a la Liturgia Celestial.

Tres palabras sintetizan el significado teológico de la Eucaristía: SACRIFICIO, BANQUETE y PRESENCIA.

Es sacrificio porque en cada altar se actualiza, se hace presente el sacrificio de la cruz. Su carne entregada y su sangre derramada para el perdón de los pecados, no es solo la carne y la sangre que Jesús ofreció en la Ultima Cena, es la carne y la sangre que Jesús ofreció como sacrificio reconciliador en la Cruz.

Es banquete porque el mismo Jesús se nos da como pan vivo bajado del cielo. Su carne es verdadera comida y su sangre verdadera bebida. El que come mi carne habita en mí y yo en él.

Por eso al acercarnos a la Eucaristía, debemos prepararnos y tener un corazón humilde y reverente capaz de maravillarse frente al Misterio.

La comunión eucarística no es un premio para unos cuantos puros, pues es también alimento y medicina para los pobres pecadores que somos todos. Sin embargo, San Pablo nos advierte que antes de acercarnos a comulgar, debemos discernir si estamos bien preparados, si estamos en gracia de Dios. Y si tenemos conciencia de pecado grave, debemos reconciliarnos antes de recibir la Sagrada Comunión.

Hay quienes piensan: ¿Para qué voy a ir a misa si no puedo comulgar?…

La comunión eucarística es el modo más pleno de participar en la Santa Misa, pero no agota la riqueza del misterio. La misa tiene un valor infinito como sacrificio que se ofrece por todos y cada uno de los participantes, además de ser un alimento espiritual por la Palabra de Dios y la Oración Comunitaria. Por ello, si alguno no puede recibir sacramentalmente al Señor, puede hacer una comunión espiritual, que puede ser un canal para recibir abundantes bendiciones de la misericordia divina.

Por último, la Eucaristía es también presencia real. En el Santísimo Sacramento está realmente presente Jesús, en su Cuerpo y Sangre, en su humanidad y en su divinidad. Una presencia que se prolonga luego de la celebración de la Santa Misa, ya que Jesús se queda con nosotros en el Sagrario.

Jesús nos dijo: YO ESTARÉ CON USTEDES TODOS LOS DÍAS HASTA EL FIN DEL MUNDO. Jesús está en el Sagrario, aguardándonos como un amigo íntimo y cercano, que nos conoce, que sabe de nuestras alegrías y tristezas.

El sabe lo que te preocupa y quiere que se lo compartas, que como San Juan reclines la cabeza en su Corazón. El quiere que lo visitemos con frecuencia, para darnos su fuerza y su gracia en el camino de la santidad.

Cuantas veces pasamos de largo ante el sagrario, sin ser conscientes de que allí habita Dios. Si Moisés se quitó las sandalias y se cubrió el rostro ante la zarza ardiente, cuanto más nosotros ante la presencia real del Hijo de Dios.

Que ella nos eduque a ser reverente, que Ella interceda por nosotros para que nuestros ojos se abran, para que nuestro corazón se encienda como el de los discípulos de Emaús, para que cada día crezca en nosotros el amor por el Santísimo Sacramento del Cuerpo y la Sangre del Señor Jesús.

P.Juan Carlos Rivva
Párroco