La Cuaresma es el tiempo en el que profundizamos en el don maravilloso del sacramento del Bautismo, por el que participamos de la Pascua de Cristo, es decir pasamos con Cristo del pecado a la gracia, de la esclavitud a la libertad, de la muerte a la vida, de las tinieblas a la luz.
En los primeros siglos la gente se bautizaba siendo adultos. El tiempo de preparación de un adulto para recibir el bautismo se llama el catecumenado. El catecumenado dura normalmente un año, y la recta final del catecumenado suele ser la Cuaresma ya que los catecúmenos se bautizan en la Vigilia Pascual.
A la luz del Evangelio, cada domingo de Cuaresma se les explicaba a los catecúmenos los diversos símbolos bautismales, y esta catequesis servía también para que los ya bautizados recordaran y profundizaran en el bautismo que ya habían recibido.
La semana pasada el relato de la Samaritana nos hablaba del “agua viva”, hoy las lecturas nos hablan del aceite y de la luz.
Vamos a la primera lectura. El Señor elige a David y lo consagra como Rey ungiéndolo con el óleo santo. En el AT a los reyes, a los profetas y a los sacerdotes se les consagraba derramando aceite sobre su cabeza.
También tú el día de tu bautismo fuiste ungido con el santo crisma que dejó una huella imborrable en tu espíritu. Fuiste consagrado por Dios…para ser otro Cristo, para ser como él Sacerdote, Profeta y Rey.
Por ser Ungidos, no nos pertenecemos a nosotros mismos, sino que somos propiedad de Dios, debemos vivir como hombres y mujeres consagrados.
El crisma tiene un olor exquisito, así nosotros los crismados o ungidos, debemos exhalar el buen perfume de Cristo por nuestras obras.
El evangelista a propósito insiste cinco veces en que nació ciego. Empecatado naciste de pies a cabeza.
Todos nosotros somos ciegos de nacimiento, porque hemos nacido con la herida del pecado original, que nos inclina al mal, que nos lleva a vivir en las tinieblas, en la mentira, en el engaño.
El ciego simboliza a la humanidad que está sumida en las tinieblas, y que es iluminada por Jesús, la Luz del Mundo.
En el bautismo se le entrega al recién bautizado una vela que se enciende de la Luz del Cirio Pascual y se le dice RECIBE LA LUZ DE CRISTO.
Cuando es un niño se le dice: A ustedes padres y padrinos se les confía hacer crecer esta Luz, que sus hijos y ahijados caminen siempre como hijos de la Luz.
Los cristianos hemos sido iluminados por Cristo y debemos vivir siempre como hijos de la luz, y caminar en la luz de Cristo, Caminar en la luz de Cristo es vivir en la verdad; rechazando las obras de las tinieblas y la mentira.
Tres detalles más:
Jesús “escupió en tierra, hizo barro con la saliva, y untó con el barro los ojos del ciego… Muchos ven en el gesto de Jesús de hacer barro el mismo gesto en la obra creadora de Dios, cuando del barro modeló al primer hombre y sopló sobre él. (Gn 2,7) Quiere decir que el bautismo hace de nosotros nuevas creaturas, hombres nuevos que hemos sido recreados en Cristo a la vida sobrenatural como hijos adoptivos de Dios.
Luego de salir del agua y ver la luz, el ciego hace una profesión de fe: “¿Crees en el hijo del Hombre? Le pregunta Jesús, y el ciego responde: ¿Quién es Señor para que crea en él? Y Jesús le dijo: Le estás viendo, el que está hablando contigo. El ciego se postra y le dice: CREO SEÑOR.
También nosotros recibimos el don de la fe el día de nuestro bautismo, y nuestros padres y padrinos, profesaron en nuestro nombre: SI CREO.
CONCLUSION
Por eso todas las lecturas de hoy nos invitan a descubrir el maravilloso don del bautismo.
Muchas veces a pesar de haber sido iluminados por Cristo en el bautismo, hemos recaído en las tinieblas del pecado. Necesitamos ser nuevamente iluminados por Cristo en el sacramento de la reconciliación, que es un nuevo bautismo.
El soberbio que cree ver y se aferra como los fariseos a sus propios criterios, permanece en su ceguera. El humilde que se reconoce ciego, que se acerca a Jesús como un mendigo de su amor y pide ser iluminado, recibirá la luz de Cristo y podrá irradiar esa luz, como María, la Bella Luna que refleja la Luz del Sol de Justicia.
P. Juan Carlos Rivva