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Homilía del Domingo 13 de Julio de 2014

La palabra «parábola» proviene del vergo griego «parabolé» que significa juxtaponer, es decir, colocar dos cosas juntas. Jesús utilizó este recurso para iluminar una realidad o determinadas situaciones a las que siempre nos enfrentamos. Por eso las parábolas tienen una aplicación eficaz y práctica para nuestras vidas

¿Cómo podemos aplicar la parábola del sembrador en el «aquí» y en el «ahora» de nuestras vidas? En resumen se me ocurren dos ejemplos concretos: Se acerca un Sínodo Arquidiocesano, ocasión especial para acoger las enseñanzas del Señor. Y un segundo ejemplo es la reciente encuesta publicada de CPI, sobre la aceptación de una figura pública como el Cardenal Juan Luis Cipriani.

Sin duda, Cipriani es uno de los personajes más atacados por los medios de comunicacón, principalmente a través de las columnas de opinión y todos los ataques soltados en las redes sociales. Sin embargo, el Cardenal es quizás el único personaje que tiene el 62% de aprobación de los limeños.

Pero algo que debemos entender, queridos hermanos, es que la responsabilidad de nuestros pastores es también la misma responsabilidad de todos los laicos. Un 76,7% de personas se declaran ser católicos en nuestro país. Es interesante esta cifra porque después podemos ver que un 12.6% de católicos se declara «muy comprometidos», un 42% se declara «comprometiso» y otro 40% se declara «poco comprometidos».

Estos datos nos sirven para regresar a la parábola del sembrador. En la parábola de Mateo 13, Jesús nos muestra distintos tipos de tierra que expresan las distintas maneras de acoger la Palabra de Dios en la propia vida. Si tuviéramos que aplicar esta parábola a la encuesta mencionada, diríamos que sólo ese 12.6% son esa tierra buena que acoge la Palabra y la poner en práctica para producir buenos frutos. Y eso, que tendríamos que preguntarnos qué significa ser una persona muy comprometida.

Pero hay otros tres tipos de personas que son los que dice el Señor:

Miran sin ver y escuchan sin oír ni entender. Y citando al profeta Isaías añade: «Está embotado el corazón de este pueblo, son duros de oído, han cerrado los ojos; para no ver con los ojos, ni oír con los oídos, ni entender con el corazón, ni convertirse para que yo los cure.an sin ver y escuchan sin oír ni entender».

Veamos que dice Jesús sobre estos tres tipos de tierra:

– Indiferencia: No escuchar. Se trata de las semillas que caen a lo largo del camino y las aves se las comen. Tierra sin profundidad, dura porque ha sido pisada por los hombres. Simplemente no escuchan, y si escuchan no entienden la palabra. Sea porque tienen algún prejuicio que les hace difícil creer, o porque simplemente no les interesa la Fe ni la vida espiritual. Están embotados de materialismo, de sensualidad, de frivolidad y pareciera no perciben el anhelo de Dios en su interior.

– Escuchar sin hondura ni profundidad: No tiene raíz, no tiene hondura, es superficial. Se entusiasma ante la Palabra, se conmueve, se emociona, pero es inconstante y ante la primera tentación o dificultad sucumbe. Es el primario que se deja llevar por el impulso del momento. Es el activista que vive volcado hacia fuera, sin silencio, sin serenidad, sin vida interior.

– Escuchar pero se deja envolver por el mundo: El cristiano está en el mundo, pero no es del mundo. Pero muchas veces se deja arrastrar por los criterios y seducciones del mundo. Tiene el corazón dividido, por un lado ama a Dios sinceramente, pero en la práctica tiene el corazón apegado a las riquezas y a los placeres mundanos. Las muchas preocupaciones de la vida cotidiana lo agobian: el trabajo, la casa, los problemas económicos, los viajes, tantas cosas que terminan asfixiando la palabra.

Hagamos un sincero examen de conciencia, hermanos, y veremos que quizás la mayoría de nosotros nos ubicamos en estos dos grupos, y no damos los frutos de conversión que Dios espera ver en nosotros.

Tierra buena: Si queremos ser esos católicos muy comprometidos. Si hemos escuchado la Palabra de Dios y hemos descubierto la belleza de la fe, tenemos que abrir la mente y el corazón para que la Palabra pueda dar en nosotros fruto abundante.

Que María nos enseñe a ser oyentes de la Palabra. Ella escuchó la Palabra y la meditó con cuidado en su corazón y la puso por obra. Ella es la tierra buena y fértil, que empapada por el Espíritu de Dios recibió la Palabra en su seno, para dar el fruto más hermoso : Jesús, la Palabra hecha carne. En Ella se cumple la promesa de Isaías : La Palabra no quedó sola, no se fue vacía.