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Homilía del domingo 21 de setiembre de 2014

Quien nos comunica esta parábola es San Mateo. Él era publicano, un pecador. Y Jesús lo llamó al atardecer de su vida para ser apóstol y trabajar en su viña. Y en esta parábola aquellos contratados al amanecer y a las diversas horas del día serían los judíos, mientras «los gentiles» serían los llamados al atardecer.

Apliquemos esta parábola a todos los hombres que van siendo buscados por Dios en las diversas edades de la vida y finalmente se dejan encontrar por Él. Todos reciben la misma paga: El denario que significa formar parte del Reino y participar con Él en la felicidad de la vida eterna.

Parece lógico: Si una persona que nunca ha ido a misa, que ha vivido de manera egoísta y disfrutando la «buena vida», en medio de placeres, en medio de roches; al final de su vida se convierte y se va al cielo, igual que yo me he renunciado a tantas cosas, que he combatido contra las tentaciones cotidianas, que me he he esforzado por cumplir los mandamientos y ser una persona buena y perseverante; podría decir que no es justo.

Pero en esta parábola descubrimos una lógica distinta de la lógica humana. Descubrimos ciertos criterios de bondad, de magnanimidad y de misericordia de parte de Dios, que chocan con la estrecha visión de la justicia de los hombres. El dueño de la viña no ha sido injusto con los primeros y más bien ha sido clemente y generoso con los que llegaron después.

Sin embargo, detrás de esta manera que  tenemos los hombres se esconde una idea falsa y perversa: Creer que la vida pecaminosa es mejor que la vida cristiana y ver el seguimiento de Jesús y el trabajo en su viña como una carga pesada, y no como lo que es en verdad: una maravillosa bendición

Y es que vivir una vida cristiana es la mejor manera de disfrutar de la vida, es un camino de plenitud y felicidad. ¡Qué maravillosa bendición es amar y servir al Señor desde temprana edad! Es verdad que una persona se puede convertir al final de su vida y salvar su alma como el Buen Ladrón, pero es mucho mejor vivir una vida de fidelidad y amistad con Jesús y de servicio a la Iglesia, como el apóstol San Juan, el discípulo amado, o como Santa Teresita del Niño Jesús, o como Santa Rosa de Lima. Por eso San Agustín inicia sus confesiones lamentándose: «Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva. Tarde te amé.»

No es lo mismo aquél que recién conoce a su madre siendo adulto que aquél que durante toda la vida ha sentido la ternura y el afecto de una madre. La Iglesia es nuestra Madre y es una bendición enorme ser invitados a trabajar en la viña del Señor.

Y precisamente el Sínodo que hemos iniciado hoy en nuestra parroquia, como símbolo de adhesión a nuestro pastor de Lima, es una invitación a trabajar activamente en la viña del Señor, a sentirnos miembros vivos de ese Cuerpo que es la Iglesia. Por lo tanto, somos corresponsables del presente y futuro de nuestra Iglesia en Lima. Con justa razón se ha escogido el lema «Todos tenemos algo que decir».

Participemos en los grupos de reflexión sobre temas específicos, contestemos las preguntas del cuestionario luego de una necesaria reflexión, demos nuestra opinión y sugerencias, que son aportes importantes para construir la Iglesia. Y sobre todo, oremos por los frutos y trabajos del Sínodo Arquidiocesano, de esta manera estaremos aportando nuestro humilde pero necesario grano de arena.

En la parábola el amo de la viña se extraña de que haya tantas personas sin trabajar cuando hay tanto trabajo en la viña: “¿Qué hacen allí parados todo el día sin hacer nada?”. Y los trabajadores responden con tristeza: “Es que nadie nos ha contratado”. Hoy también nos sorprende ver tanta gente con tantos talentos y capacidades, que podrían ponerlos al servicio de la Iglesia. El Sínodo es un primer paso para salir a buscar a las personas a las plazas, a los cruces de los caminos, a las universidades, a las empresas, a los centros comerciales, a las periferias y decirles: Vengan también ustedes a compartir con nosotros esta labor ardua y fascinante de trabajar en la viña del Señor.