Hoy iniciamos la Semana Santa, recordando el ingreso triunfante de Jesús a Jerusalén, aclamado por la multitud como el Mesías Rey, Hijo de David, prometido por los profetas.
El cumple la profecía de Zacarías: He aquí que tu Rey viene a ti; él es justo y victorioso, humilde y montado en un asno, en un pollino de acémila. El detalle de montar un pollino, prestado y que nadie había montado todavía también es significativo. El reclama el derecho de los reyes a demandar transportes particulares para sus necesidades.
También manifiesta su realeza los mantos y las palmas con que alfombran el camino por donde pasa, así como el entusiasmo de la gente lo aclama con las palabras del Salmo 118: Hossana, Bendito el que viene en el nombre del Señor, Hossana al Hijo de David.
Es un rey manso y humilde. Ya en la época de Jesús el caballo es símbolo de fuerza y de poder, de un rey que se impone sobre sus enemigos, en cambio, el pollino es símbolo de humildad y de paz.
La multitud que lo aclama no son los habitantes de Jerusalén, que están sorprendidos y alborotados preguntando ¿Quién es este hombre? Son las personas sencillas de Galilea, de las periferias que están llegando con los discípulos a la fiesta de Pascua.
Jesús no tiene una corte ni un ejército que lo acompaña como los reyes de este mundo, sino que su corte son los pescadores y publicanos que lo siguen.
¿Cómo responde Jesús a las aclamaciones de la gente? Él no se opone, no los hace callar como pretenden los fariseos, pero tampoco se deja fascinar por la multitud exaltada que lo quiere coronar como Rey´. Él no arenga a las masas, ni hace falsas promesas como hacen los políticos, simplemente entra callado y silencioso, sabiendo que muy pronto iba a padecer, que su Trono Real sería la Cruz.
¿Cuáles serán los honores que va a recibir este Rey? Será ultrajado, azotado, despojado de sus vestiduras, le pondrán un manto y una caña como cetro y una corona de espina, se burlarán de El, y morirá crucificado.
Por eso, afirma resuelto a Pilatos: Tú lo dices, yo soy Rey, pero mi Reino no es de este mundo.
Antes les había dicho a sus discípulos: Los reyes de este mundo buscan dominar a los demás y se hacen llamar señores… Es decir, les encanta la fama y el poder…No será así entre ustedes, el que quiera ser el primero que sea el último y el servidor de todos.
Los peruanos en este tiempo, hemos visto y escuchado estupefactos algo que ya sospechábamos, pero que no deja de darnos rabia, indignación y vergüenza.
Que en nuestra patria, como en muchos países del mundo la política es corrupta, que se compran consciencias a cambio de un puesto de honor o de beneficios económicos. Que las empresas financian campañas o dan coimas con frecuencia para obtener licitaciones.
No caigamos en la tentación de pensar que el problema no es mío, sino de los demás, de los corruptos. No seamos fariseos. Cuántas veces con nuestros pecados, con nuestras mentiras, o con nuestra falta de civismo, con nuestra manera de conducir un carro, con las trampas grandes o pequeñas, colaboramos a que existan en nuestra sociedad verdaderas estructuras sociales de pecado.
Las estructuras sociales de pecado son situaciones en las que el pecado y la corrupción forman parte de la cultura y del estilo de vida de una sociedad.
Todos necesitamos convertirnos. Si han pasado estas cosas es porque hemos sacado a Dios de nuestras vidas, de nuestras instituciones fundamentales: de la familia, del colegio, de la universidad, de la cultura, de los medios de comunicación, de la política.
Porque hemos rechazado el Reino que Cristo nos ofrece y hemos elegido el Reino del materialismo, olvidando la enseñanza de Jesús: Nadie puede servir a dos señores. No se puede servir a la vez a Dios y a las riquezas.
Porque pensamos con los criterios mundanos que los demás están a nuestro servicio y que debemos dominar a los otros, para no ser dominados por ellos; aprovecharnos de los demás, para que no se aprovechen de nosotros.
Muchos piensan que con el nuevo presidente estamos viviendo en el Perú un tiempo de transición, una suerte de “pascua social”. Pasó el tiempo de crisis, de conflictos, de paralización e iniciamos un tiempo nuevo de esperanza, de reconciliación y desarrollo. Es como si el Perú hubiera muerto y ha resucitado.
Ojalá sea cierto, pero queridos hermanos, este cambio social sólo será posible si comienza por un cambio personal. Soy yo el que tengo que morir con Cristo al reino del pecado, del materialismo y de la búsqueda insaciable de poder, para resucitar con Él al reino de la gracia, de la solidaridad y del servicio.
Jesús quiere entrar nuevamente en nuestras vidas y nos ofrece un Reino que no tiene fin, el Reino de la Verdad y de la Luz, el Reino de la Santidad y de la Gracia, el Reino de la Justicia, el Amor y la Paz.
Esta Semana Santa es una bella ocasión no solo para orar por nuestro país, sino para reconocer a Jesús como nuestro Rey y cambiar nuestra escala de valores.
Juan Carlos Rivva
Párroco