El Domingo de Ramos es un día muy especial. Es uno de esos días en que vemos como la fe se expresa en la piedad popular, un día en que la fe sale a la calle y a las plazas y los fieles pueden llevarse el ramo bendecido, como un signo sagrado a sus casas.
La procesión, o al menos la entrada solemne a la Iglesia, evoca aquel momento en que Jesús sube a Jerusalén, y va delante de los discípulos y de la multitud que caminan detrás de Él. Para mí siempre ha sido muy emocionante la experiencia de guiar la procesión de Domingo de Ramos hacia la Iglesia, pues me recuerda al Buen Pastor que camina delante de las ovejas conduciéndolas a las verdes praderas del Reino.
El tema que quisiera destacar este domingo es el caminar con Cristo, caminar siguiendo las huellas de Cristo. Cristo con su vida y obras nos muestra el camino para ser mejores personas, para realizar nuestra humanidad de manera plena y auténtica, el camino para ser felices.
¿Hacia dónde camina Jesús… ¿Por dónde y hacia dónde nos lleva ese camino?
La multitud creía que Cristo subía a Jerusalén como un Mesías triunfador, que iba por fin a instaurar el Reino de Israel y a expulsar a los romanos de la Ciudad Santa. Habían visto el milagro de la Resurrección de Lázaro y estaban exaltados, eufóricos.
Jesús en cambio avanza silencioso y humilde como Cordero llevado al matadero.
Quiero destacar tres puntos importantes.
Uno en la vida puede elegir el camino del descenso hacia lo vulgar, hacia la mentira, hacia el pantano de los vicios. O puede elegir el camino del ascenso hacia lo grande, hacia el bien, hacia la verdad, hacia la belleza, hacia la cima donde se respira aire puro y limpio.
Nuestra vida cristiana está llena de dolores y alegrías, esos dolores y alegrías que se expresan de manera tan intensa en la Liturgia del Domingo de Ramos.
Hay que saber disfrutar las alegrías, y asumir con serenidad los dolores, abrazándonos a la Cruz de Cristo, porque como decía Santa Rosa: La Cruz es la escalera para subir al cielo.
La meta de ese camino es la Jerusalén del Cielo. Jesús sube a Jerusalén no solo para morir por nosotros, sino para resucitar y abrir para nosotros las puertas de la Nueva Jerusalén, de la Jerusalén Celeste que es el cielo.
Él ya ha llegado a la meta y allí nos espera, pero permanece también con nosotros, camina con nosotros, de manera que aunque pase por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo.
Caminemos juntos, como Pueblo de Dios, alentándonos unos a otros, cargándonos unos a otros, con la humildad de saber que es el camino supera nuestras fuerzas, que muchas veces necesito ser llevado, ser cargado por el Señor que está a mi lado.
Vivamos intensamente esta Semana Santa queridos hermanos, acompañemos a Jesús, pidiéndole a nuestra Madre que nos ayude a vivir como Ella estos sagrados misterios.
Juan Carlos Rivva
Párroco