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HOMILÍA DEL DOMINGO XIX DE T.O. ¡ÁNIMO, SOY YO, NO TENGÁIS MIEDO!

Tabgha es el nombre de la colina, al noreste del Mar de Galilea, donde Jesús multiplicó los panes y los peces. En la falda de la colina, al pie del mar hoy encontramos una hermosa iglesia benedictina, construida por monjes alemanes. En la cima de la colina hay un pequeño monte donde Jesús fue a orar, luego de despedir a la multitud. Desde allí podía ver la barca de los discípulos, bregando por cruzar hacia Cafarnaúm, que está más al norte, pero el viento les era contrario.

Nos contaba el guía, que aunque el Mar de Galilea suele ser muy tranquilo. Cuando comienza la primavera, es frecuente que después de un día caluroso sobrevenga por la noche -desde las montañas del norte- un viento frío y fuerte en dirección sur, que continúa y crece más cada vez hasta la mañana, con olas de moderado tamaño, haciendo la navegación muy difícil. Esto es lo que le pasaba a la barca de Pedro.

La barca de Pedro simboliza a la Iglesia. El mar y las olas representan el espacio y el tiempo, el caos, la inestabilidad. Ese vasto mar del mundo y de la historia, que tiene que atravesar la Iglesia en su travesía hacia la otra orilla que es la eternidad.

Esa travesía se da muchas veces con viento en contra y grandes olas que zarandean la barca y a veces parece que la van a hundir. Cuando Mateo escribió este Evangelio, la Iglesia experimentaba ya las primeras persecuciones.

La barca en dificultad pueden también representar muchas cosas en nuestra vida cotidiana: Un matrimonio que se tambalea, un negocio que no resulta, un problema grave de salud que nos aflige. El viento contrario puede ser la hostilidad de las personas, los fracasos, los conflictos, las dificultades que encontramos en el camino.

Jesús caminando sobre las aguas les dice: Animo, soy yo, no tengan miedo.
ANIMO: En los Evangelios aparece casi siempre en labios de Jesús.
Animo, hijo tus pecados son perdonados le dice al paralítico.
Animo, hija, tu fe te ha salvado le dice a la hemorroísa.
ANIMO: Alma… CORAJE: Corazón.

Tener un alma grande y un corazón valiente para enfrentar las dificultades, para confiar en los momentos más difíciles, para no perder la esperanza.

¿Quién nos puede dar un verdadero ánimo y coraje cuando estamos tristes o tenemos un problema grave? Nosotros nos animamos unos a otros, con frases bonitas por el Facebook o el whatsapp: ¡Animo, no te preocupes, verás que todo va a ir bien! Son frases de cajón, porque en el fondo, no tenemos como garantizar que todo va a ir bien.
Es distinto cuando Jesús nos dice: ANIMO. El no dice simplemente ánimo, sino que dice ANIMO, SOY YO. Ego eimi… Que evoca aquel famoso YO SOY EL QUE SOY de DIOS a Moisés en la zarza ardiendo.
Cuando un niño esta solo en la casa y siente ruidos y alguien se acerca tiene miedo. Pero si escucha la voz de mamá o papá que les dicen: Soy yo, el miedo desaparece, porque reconoce la voz del ser amado. Porque ese soy yo viene de alguien que nos da seguridad.

La Palabra del Señor es digna de confianza y suscita esperanza y paz.
Jesús les dice a sus apóstoles: YO SOY EL BUEN PASTOR, YO SOY EL CAMINO, LA VERDAD Y LA VIDA, YO SOY LA LUZ DEL MUNDO, YO SOY LA RESURRECCION.

Yo soy Dios, soy el hijo de Dios que me he hecho hombre, que he conocido el dolor, que he sufrido todo lo que tú sufres, pero que he resucitado de entre los muertos y he vencido al mundo. Por eso, la Palabra del Señor tiene peso, porque realmente transforma la realidad.
Pedro baja de la barca y camina sobre las aguas hacia el Señor. Cuando él tiene los ojos fijos en Jesús, camina sobre las aguas, pero cuando deja de mirar al Señor y duda, se comienza a hundir.

Lo mismo nos sucede a nosotros. Cuando nos miramos a nosotros mismos, cuando nos quedamos viendo nuestros problemas, nuestras debilidades, nos hundimos. Cuando ponemos los ojos en Jesús, podemos caminar sobre el mar que simboliza lo inestable, lo inseguro, las dificultades de la vida.

Pero si desfallece la confianza gritemos como Pedro: Sálvame Señor que me estoy hundiendo. Y sentiremos esa mano extendida y ese brazo fuerte del Señor que nos sujeta y nos dice: Que poca fe tienes, ¿Por qué dudaste? …
El Evangelio termina de una manera hermosa, las olas se calman, el viento amaina, y ellos se postran y exclaman: Realmente eres el Hijo de Dios.

Ojalá también nosotros experimentemos en esta Eucaristía que podemos confiar en el Señor, sintamos su mano fuerte que nos libra del desaliento y lo reconozcamos como nuestro Señor y Salvador.

P. Juan Carlos Rivva
Párroco