Con nadie tengas otra deuda que la del amor. El que ama no hace mal a su prójimo. Pues el que ama al prójimo, ha cumplido la ley.
Estas palabras de San Pablo en la segunda lectura resumen la reflexión de este domingo. El amor al prójimo puesto en práctica a través de la oración de intercesión y la corrección fraterna, esos son los dos temas que propone el Evangelio.
1. La Oración de Intercesión
Si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, sea lo que fuere, lo conseguirán de mi Padre que está en los cielos. Porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.»
Hoy nos reunimos como una comunidad de creyentes, a pedirle al Señor, que se hace realmente presente en la Palabra y en la Eucaristía, por tantas necesidades:
Por los hermanos que están sufriendo por las consecuencias de los desastres naturales: las víctimas del terremoto en México y de los huracanes en el caribe y el sur de Estados Unidos. Que el Señor aplace la furia de la naturaleza y que sea una ocasión para vivir la prevención y la solidaridad entre los seres humanos.
Para pedirle por los frutos de la visita del Papa a la hermana nación de Colombia, que marque un tiempo nuevo de paz, reconciliación y renovación espiritual para todos los Colombianos, y que los peruanos podamos prepararnos espiritualmente para recibir al Santo Padre.
Por nuestros seres queridos. Todos traemos en el corazón las necesidades de nuestras familias, aquellas personas enfermas y frágiles que se han encomendado a nuestra oración.
Ofrezcamos el Santo Sacrificio por todas estas intenciones.
2. La Corrección Fraterna
Hoy el Evangelio toca un tema muy práctico y un modo concreto de vivir la caridad: La corrección fraterna.
Hay dos actitudes cobardes y aparentemente opuestas que son muy frecuentes en nuestro tiempo
a) La indiferencia relativista, que se expresa en la frase popular: No es mi roche, no es mi problema.
Cuantas veces personas que están cerca de nosotros: familiares, amigos, compañeros de trabajo cometen pecados y obran mal: el amigo que le saca la vuelta a su mujer, el familiar que soborna a un funcionario público o a un policía, el compañero de trabajo que sabemos que miente para llegar tarde o es poco delicado en sus cuentas, los jóvenes que tienen una vida sexual prematura o la amiga que salió embarazada y está pensando abortar…
Cuantas veces decimos: No es mi problema, allá él con su conciencia. Y nos lavamos las manos.
Incluso relativizamos el mal. Quien soy yo para juzgarlo, cada uno puede actuar de acuerdo a sus propias convicciones, no importa lo que uno haga mientras sea sincero o se sienta bien con los que está haciendo.
Muchas veces, con el pretexto de la famosa “tolerancia” nos volvemos complacientes e indiferentes con la vida de los demás. No se puede ser tolerante con el mal, con la mentira, mucho menos con el aborto o la manipulación de la vida humana.
Todos tenemos la obligación de enfrentar el pecado y el mal moral que vemos en nuestra sociedad; si no lo hacemos nos volvemos cómplices, sea por conveniencia, por temor o por indiferencia.
Recordemos lo que decía hoy la primera lectura: Si el malvado comete el mal, morirá por su pecado, pero a ti te pediré cuentas de su sangre.
b) El otro extremo consiste en juzgar y condenar a la persona a sus espaldas, apartándonos de ella. No le decimos nada, pero si hablamos mal de ella, la criticamos, caemos en el chisme y en la murmuración, incluso juzgando sus intenciones y motivos.
Que nos enseña Jesús:
Si tu hermano llega a pecar, vete y repréndele, a solas tú con él. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano.
Aquí hay algunas reglas que es importante recordar:
a) Discreción: Siempre a solas, cuidando la honra del prójimo. Buscando el momento y el lugar más oportuno.
b) Movido por la caridad: Si vas a corregir no lo hagas porque estás harto, porque te molesta. Si vas a corregir con rabia es mejor que no corrijas. Yo corrijo porque amo a esa persona, porque amar es querer el bien del otro y ayudarlo a cambiar.
c) En tercer lugar, hay que corregir con caridad. Tratando siempre de ser asertivos: es decir, motivando al cambio, proponiendo alternativas, comprometiéndonos en ayudar a la otra persona para que salga de su pecado.
d) Por último, así como es importante aprender a corregir, es importante aprender a recibir las correcciones. Ser humilde para escuchar y acoger lo que el otro me quiere decir y no ver en la corrección un ataque personal.
Pensemos como podemos vivir esta semana la corrección fraterna, que tanto sabemos ofrecerla y recibirla. Que Santa María nos ayude a poner en práctica estas dos dimensiones de la caridad con el prójimo.
P. Juan Carlos Rivva
Párroco