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HOMILÍA DEL III DOMINGO DE CUARESMA ¿CÓMO ESTÁ MI CORAZÓN?

Jesús poseía ese don, que muy pocas personas tienen: La Cardiognosis: Leer el corazón, saber lo que hay en el interior del hombre, en su consciencia, en su corazón.

Jesús no se fiaba a ellos porque los conocía a todos. Y no tenía necesidad de que se le diera testimonio acerca de los hombres, pues él conocía lo que hay en el corazón del hombre.

Nosotros podemos engañar a todos, incluso a nosotros mismos, pero no podemos engañar a Jesús. Y esta puede ser una buena pregunta en la mitad de la Cuaresma: ¿Puede fiarse Jesús de mí? ¿Puede fiarse Jesús de mí, o tengo una doble cara, una doble vida? Y todos sabemos el nombre que Jesús daba a estos con doble cara: hipócritas.

Examen de Conciencia, no solo de los pecados cometidos, sino un examen más a fondo: ¿Cómo está mi interior? ¿Cómo está mi corazón?

a) Primera pregunta ¿Tengo un corazón limpio o un corazón sucio?

Nos cuenta el Evangelio que Jesús al llegar al Templo de Jerusalén se indigna porque la Casa de su Padre que debía ser un lugar de oración se ha convertido en un mercado. Y por eso, purifica el templo, expulsando a los mercaderes y cambistas con un látigo.

También nuestro corazón necesita ser purificado, porque también dentro de nosotros hay suciedad, hay pecados de egoísmo, de soberbia, de orgullo, de codicia, de lujuria, de envidia, de celos, de desconfianza, de rencor … ¡tantos pecados! Nosotros somos templo de Dios, nuestro cuerpo y nuestra alma son por el bautismo y la comunión un templo en el que habita el Espíritu Santo.

Por eso tenemos que abrirle la puerta al Señor, para que así como limpió el Templo, venga a limpiar el alma. Y el viene a limpiarnos no con un látigo de cuerdas, sino con la esponja de su misericordia.

Dice el Papa Francisco: Abrid el corazón a la misericordia de Jesús. Decidle al Señor: «Jesús, mira cuánta suciedad. Ven, limpia. Limpia con tu misericordia, con tus palabras dulces; limpia con tus caricias». Y si abrimos nuestro corazón a la misericordia de Jesús, para que limpie nuestro corazón, nuestra alma, Jesús se fiará de nosotros.

b) Segunda Pregunta: ¿Tengo un corazón celoso o un corazón frío?

Ya en el Deuteronomio, en la primera lectura, se nos decía: Yo Yahveh tu Dios, soy un Dios celoso. Dios hace alianza, se desposa con su Pueblo. Tú serás mi pueblo y yo seré tu Dios. Y ama a ese pueblo con un amor intenso y apasionado.

El corazón humano de Jesús es también un corazón celoso, un corazón encendido de amor por su Padre y por nosotros. El celo no es fanatismo, el celo es el sentido de urgencia que surge en un corazón noble que anhela corresponder al Amor de Dios y que no es indiferente ante el pecado.

El celo es como un fuego o energía interior que impulsa a defender, proteger o cuidar con esmero a quien es objeto de su amor, cuando está ante una amenaza.

Lo contrario de un corazón celoso, es tener un corazón frio e indiferente.

Papa Francisco: Dante Alighieri, en su descripción del infierno, se imagina al diablo sentado en un trono de hielo; su morada es el hielo del amor extinguido. Preguntémonos entonces: ¿cómo se enfría en nosotros la caridad? ¿Cuáles son las señales que nos indican que el amor se está apagando en nosotros?

Lo que apaga la caridad es ante todo la avidez por el dinero, «raíz de todos los males» (1 Tm 6,10); a esta le sigue el rechazo de Dios y, por tanto, el no querer buscar consuelo en él, prefiriendo quedarnos con nuestra desolación antes que sentirnos confortados por su Palabra y sus Sacramentos.

Síntomas:

  • El descuido de la oración, faltar o llegar tarde a misa, no escuchar con atención y reverencia la palabra de Dios.
  • Nuestra actitud ante la Semana Santa: cuantas veces es más importante para mí descansar, ir a la playa, o programar un viaje en lugar de vivir una Semana Santa intensa en comunión con Cristo.
  • Cuando llenamos el vacío interior con la búsqueda del places, cuando profanamos nuestro cuerpo, que está llamado a ser un templo del Espíritu Santo, y lo convertimos en cueva de ladrones, cediendo a la lujuria y la impureza.
  • Cuando nos volvemos indiferentes ante el sufrimiento y las necesidades del prójimo, del próximo. Cuando nos encerramos en nuestro individualismo.

En fin, tantos síntomas que nos hablan de un corazón que se ha ido enfriando y endureciendo, porque le falta celo.

La Iglesia nos propone la oración, el sacrificio y la limosna como ese fuelle que inflama nuevamente el fuego del amor en nuestro corazón.

Pidamos al Señor con humildad que limpie nuestro corazón y que lo encienda, para que sea un corazón del cual pueda fiarse.

Juan Carlos Rivva
Párroco