Hoy San Mateo nos cuenta que el Espíritu de Dios llevó a Jesús al desierto para orar, ayunar y enfrentarse con las tentaciones del demonio.
Tentación: Sugestión, provocación o incitación que nos lleva a obrar el mal, a pecar y alejarnos de Dios que es el Bien Absoluto y por lo tanto, de la verdadera felicidad.
En la vida todos tenemos tentaciones: San Agustín: “Nadie puede ser coronado si no ha vencido, ni puede vencer si no ha combatido, ni puede combatir si carece de enemigos y de tentaciones”.
En toda tentación hay un tentador y algo o alguien que me tienta.
El tentador ya sabemos quién es: El diablo, el demonio, el maligno, Satanás. Existe, actúa, es astuto y es perseverante. Busca siempre engañarnos, presentándonos el mal bajo la apariencia de bien o llevándonos a desconfiar de Dios y de su infinita misericordia. Por eso, Jesús lo llama el mentiroso, el Padre de la Mentira.
El demonio siempre nos tienta a través de algo o de alguien.
El Papa Francisco nos dice que debemos ponerle nombre y apellido a los apegos, a las tentaciones.
¿Cuál es esa tentación a través de la cual el maligno me perturba o quizás me tiene sujeto, esclavizado?
Pueden ser tentaciones evidentes, como las tentaciones de la carne: la pereza, la gula, la lujuria, una pareja de enamorados que les cuesta contenerse, o un esposo o una esposa que cae en infidelidad, que se enreda en una relación que lo lleva a vivir una doble vida. Estas tentaciones de la carne están contenidas en la tentación del maligno: Di que estas piedras se conviertan en panes.
Hoy podemos hablar de nuevas tentaciones que han tomado un peso cultural que antes no tenían: la ludopatía, la adicción a los videos juegos, la pornografía al alcance de un botón, la adicción a las redes sociales. (Yo no puedo estar una semana sin entrar al FB).
Están por otro lado las tentaciones del dinero, de la avaricia que me puede llevar a ser injusto con los trabajadores o clientes, a la corrupción, a recibir u ofrecer una coima, al robo, o simplemente al consumismo y al despilfarro. Satanás tentó a Jesús ofreciéndole todos los reinos del mundo si lo adoraba.
Sin embargo, hay tentaciones más sutiles, y quizás más peligrosas, las tentaciones del espíritu. La tentación de la vanidad o de la envidia, la tentación de juzgar temerariamente, la tentación de victimizarme y echarle la culpa a los demás (como Adan y Eva), la tentación de la tristeza y la desconfianza, la tentación de la soberbia y del resentimiento, la tentación de la ira y la división, la tentación de querer una vida tranquila y acallar la voz de mi conciencia que me llama a un mayor compromiso.
Todos tenemos tentaciones y las tentaciones van variando a lo largo de nuestra vida de acuerdo a la edad y a las circunstancias.
Vemos como el maligno tienta a Jesús y busca engañarlo, incluso manipulando la Palabra de Dios para presentarles un mesianismo terreno y llevarlo a apartarse del designio divino que suponía la Cruz y el rechazo.
El Papa Francisco –comentando este pasaje- nos da algunas claves para enfrentar la tentación, nos dice:
Miren bien cómo responde Jesús. Él no dialoga con Satanás, como había hecho Eva en el paraíso terrenal. Jesús sabe bien que con Satanás no se puede dialogar, porque es muy astuto. Por ello, Jesús, en lugar de dialogar como había hecho Eva, elige refugiarse en la Palabra de Dios y responde con la fuerza de esta Palabra. Acordémonos de esto: en el momento de la tentación, de nuestras tentaciones, nada de diálogo con Satanás, sino siempre defendidos por la Palabra de Dios. Y esto nos salvará.
Algunas claves breves para terminar:
1. Reconoce cuál es tu tentación. Ponle nombre y apellido. Fíjate de qué manera busca engañarte el maligno. Cuando, donde, de qué manera.
2. No te pongas en ocasión de pecado, no dialogues con la tentación.
3. Si estás atado a algún vicio o adicción, se radical, corta. Toma conciencia del daño profundo que produce el pecado en tu vida y en la vida de los demás. Todos somos testigos del mal que puede ocasionar un pecado en la vida de la Iglesia.
4. Lee la Palabra de Dios para pasar de la mentira a la verdad, para que no te dejes engañar por el maligno y por los criterios del mundo.
5. Revístete de la gracia de Dios, tú sólo no puedes vencer la tentación, pero reconociendo tu debilidad, Dios te dará la fuerza para vencerla. Acude a los sacramentos.
6. Si has pecado, no te quedes lamiéndote las heridas, levántate y lánzate con confianza a los brazos de la misericordia divina.
Que esta Cuaresma podamos retirarnos al desierto con Jesús, hacer ayuno y oración, y con la fuerza del Espíritu enfrentar y vencer a Satanás y al pecado.
P. Juan Carlos Rivva