La Cuaresma es el camino hacia la Pascua. Es un camino ascensional, que es descrito de un modo muy bello por el prefacio que hoy rezaremos:
Tú abres a la Iglesia el camino de un nuevo éxodo a través del desierto cuaresmal, para que, llegados a la montaña santa, con el corazón contrito y humillado, reavivemos nuestra vocación de pueblo de la alianza.
Somos invitados a subir con Jesús por el camino de la Cruz, para llegar purificados a la celebración de la Vigilia Pascual y ese día renovar nuestra alianza con el Señor, mediante la renovación de las promesas de nuestro bautismo.
En este camino, la Liturgia nos regala hoy este pasaje maravilloso de la Transfiguración de Jesús en el Monte Tabor.
Seguramente muchas veces hemos meditado en este pasaje. Jesús está subiendo con sus apóstoles a Jerusalén para celebrar la fiesta de la Pascua, en la que será crucificado y al tercer día resucitará. Se transfigura en el monte Tabor, delante de sus mejores amigos: Pedro, Juan y Santiago que están golpeados y confundidos por el anuncio reciente de su Pasión. A ellos les cuesta aceptar la idea de que Jesús fuera a morir en una Cruz.
Estos mismos apóstoles que hoy contemplan su Gloria, lo verán en poco tiempo angustiado y derramando lágrimas de sangre en el Huerto de Getsemaní.
El Señor quiere darles a estos tres hombres que serán columnas de su Iglesia un anticipo de su Gloria, para que al contemplarlo angustiado en Getsemaní y escarnecido en la Cruz, no pierdan la esperanza en la Resurrección.
A ellos les manifiesta no solo su Gloria Divina, sino también se manifiesta el misterio de la Santísima Trinidad: El Espíritu representado por la nube luminosa que los cubre y la voz del Padre sobre el Hijo que dice: Este es mi Hijo Amado, en quien me complazco, escuchadle.
La Cuaresma es como un resumen breve e intensivo del camino de la vida. Este camino a veces se hace largo, y nos invade el cansancio y la tristeza. Tenemos días luminosos en que experimentamos el gozo de la fe y de la comunión con Dios y con los demás, desplegando nuestros dones y también días grises, en que pasamos por la noche oscura del alma.
Días en que sentimos el peso de la Cruz, la fragilidad de la existencia: fragilidad moral, fragilidad física, fragilidad psicológica: stress, ansiedad, depresión.
Días en que nos cuesta sonreir, en que no queremos escuchar ninguna mala noticia más, en que decimos como el Salmista:
Misericordia, Señor, misericordia, que estamos saciados de desprecios; nuestra alma está saciada del sarcasmo de los satisfechos, del desprecio de los orgullosos.
Días en que sentimos como Jesús en Getsemaní: Mi alma está triste hasta la muerte.
Días en que como el profeta Elías le decimos al Señor: Ya basta, quítame la vida porque no valgo más que mis padres. Ya no jalo, ya no aguanto.
Himno del Oficio de Lecturas hoy:
Para la cruz y la crucifixión, para la agonía debajo de los olivos, nada mejor que el monte Tabor. Para los largos días de pena y dolor, cuando se arrastra la vida inútilmente, nada mejor que el monte Tabor. Para el fracaso, la soledad, la incomprensión, cuando es gris el horizonte y el camino, nada mejor que el monte Tabor.
Todos necesitamos esas experiencias del Monte Tabor, en que Dios nos regala un anticipo de su Gloria. Todos necesitamos a veces un pequeño oasis, un sorbo de agua en medio del desierto, una luz en medio de la oscuridad, un consuelo en medio de las tristezas.
“Quítale al peregrino la esperanza de llegar, y al instante, desaparecen las fuerzas para andar”…S. Agustín.
Por eso, en este segundo domingo de Cuaresma, el Señor nos permite experimentar por un instante el resplandor de su Gloria, la paz y la dulzura del cielo, para que no perdamos el ánimo en nuestro combate espiritual, para alimentar nuestra esperanza al llevar nuestra Cruz.
La Eucaristía tendría que ser para nosotros ese Monte Tabor, ese anticipo del cielo, ese momento de comunión con Dios que nos dice: Este es mi hijo amado, escuchadlo. El instante maravilloso en que contemplamos en la Hostia Santa la Gloria del Señor.
Como Pedro nos provoca decir: ¡Que bien se está aquí!. Hagamos tres tiendas. Pero no podemos quedarnos aquí, hay que volver a la vida cotidiana, hay que seguir luchando, hay que seguir caminando, hay que seguir llevando la Cruz con paciencia, hasta cuando el Señor quiera llamarnos a la Pascua definitiva en su Reino, donde contemplaremos cara a cara y para siempre la hermosura infinita de su Gloria.
P. Juan Carlos Rivva