Aquel lugar se llamó Massá y Meribá, a causa de la querella de los israelitas, y por haber tentado a Yahveh, diciendo: «¿Está o no está Yahveh entre nosotros?»
La palabra Massá quiere decir tentación y la palabra Meribá quiere decir riña o pelea. Massá y Meribá es el lugar o el momento en que el pueblo de Israel, extenuado por la sed en medio del desierto, tienta a Dios, diciéndole a Moisés. «¿Está o no está Yahveh entre nosotros?»
Es una murmuración, una protesta, una actitud de desconfianza en la cual dudan de Dios -a pesar de todas las maravillas que había obrado el Señor al sacarlos de Egipto- y le exigen una prueba de su bondad y providencia.
Ante los desastres naturales que han causado la muerte y la desolación de tantos compatriotas pobres, quizás alguno también se pregunte: Está o no está Dios con nosotros? Otros incluso afirman que se trata de un castigo de Dios al pueblo peruano por los pecados de corrupción o las ideologías contra la vida o la familia.
Dios no es el causante de las lluvias, ni mucho menos el responsable de la falta de planificación en las ciudades y los caseríos construidos al borde de una quebrada. Los desastres naturales no son castigos divinos, aunque nada sucede sin que Dios lo sepa o lo permita. Dios es capaz de sacar bienes de los males. Se trata de un misterio que no podemos jamás comprender del todo.
Hoy me decía un empresario: Esta desgracia es una oportunidad para que los peruanos que estamos tan divididos, por tantos odios políticos e incluso religiosos, nos olvidemos de nuestras diferencias y nos unamos en una cruzada de solidaridad para socorrer a los más necesitados y reconstruir nuestro país.
Hoy Jesús le dice a la samaritana: Dame de beber. Y repitió en la Cruz una palabra semejante: Tengo Sed. El Señor tiene sed. Sed de nosotros, sed de ti y de mí, sed de tu respuesta, sed de tu amor, sed de tu generosidad y de tu caridad.
El nos dice: Cada vez que lo hiciste con uno de estos hermanos más pequeños, conmigo lo hiciste. Por eso, podemos saciar la sed y el hambre de Jesús, compartiendo el pan y el agua con aquellos hermanos que lo han perdido todo. Jesús quiere necesitar de ti, quiere contar contigo para saciar la sed de su pueblo.
Y si tú como la samaritana te dejas cuestionar por el Señor, si le das de beber, entonces descubrirás que El tiene un agua viva que es capaz de saciar una sed más profunda que la Sed del Agua, la Sed de Felicidad, la Sed de Dios.
San Agustín decía: La oración es el encuentro entre la sed de Dios por el hombre y la sed del hombre por Dios. Pero este encuentro no se da solamente en los momentos íntimos de oración a solas con el Señor, también se da cada vez que vivimos un acto genuino de caridad y de generosidad con otro ser humano.
Como dice esa hermosa canción de Los Miserables: Amar a otra persona es ver el rostro de Dios.
Jesús nos dice hoy como a la Samaritana: Si conocieras el don de Dios.
Jesús es el Don de Dios, el Don que Dios nos da en la Palabra y en la Eucaristía, El es la fuente de agua viva, El es el único capaz de saciar nuestra sed de eternidad y nuestros anhelos de infinito. El es el único que puede sanar las heridas más profundas del cuerpo, del alma o del espíritu. Si conocieras el Don de Dios y quien es El que te habla, Tú le pedirías a El…
Y El no solo te da el agua viva, sino que te dice: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna.
El no solo calma tu sed, sino que transforma tu vida en una fuente, en un manantial de agua viva para los demás…
Quien se acerca a Jesús, la Roca y recibe el agua viva del Espíritu, se convierte en un hombre o en una mujer capaz de transmitir paz, alegría y esperanza, que irradia un torrente de caridad para con tus hermanos.
La vida cristiana es sencilla queridos hermanos…
Tocar el corazón de Jesús, ese corazón del que brota sangre y agua, ese corazón del que brotan los ríos de agua viva que riegan toda la tierra.
Y llenando el corazón del agua viva del Espíritu Santo, nos convertimos en cántaros que desbordan esa agua sobreabundante saciando la sed de los demás.
Que San José, cuya fiesta toca el día de hoy y que celebraremos mañana, el hombre justo que conoció tan de cerca el don de Dios, nos conceda esa gracia en esta Eucaristía.
P. Juan Carlos Rivva