El camino de la vida se parece al camino de los discípulos de Emaús…
La imagen de estos dos hombres, caminando entristecidos por la vida ¿no es un acaso un retrato de lo que muchas veces nos sucede a nosotros?
-Cuando nos dejamos abatir por las tristezas y el desaliento frente a los problemas, cuando creemos que aquellos sueños e ideales a los que entregamos nuestra vida siendo jóvenes se han derrumbado, porque las cosas no suceden de acuerdo a nuestros criterios o a nuestros planes. No tenemos también una sensación amarga de fracaso y pensamos que la vida no tiene sentido o que ya no vale la pena seguir soñando o esforzándonos.
-Cuando nos sentimos solos, cansados, desilusionados y creemos que Dios nos ha abandonado…
Entonces viene la tentación de regresar a Emaús, a la vida anterior, y abandonar Jerusalén, que representa a los nuestros, a la Iglesia, a la comunidad de los creyentes.
En este camino nos encontramos tantas veces con personas que están llenas de heridas, incapaces de experimentar una auténtica alegría interior, que han perdido la fe y la esperanza. Lo único que puede sanar el corazón y volver a darle un sentido a la vida es el encuentro personal con Alguien que me ama incondicionalmente, que tiene la respuesta a todas mis preguntas, que nunca me va a defraudar, y ese alguien es el Señor Jesús, muerto y resucitado.
Jesús siempre camina con nosotros, Él nunca nos ha dejado nunca solos, y que por más tristes o duros que sean los acontecimientos que hemos vivido. Él nunca nos ha prometido que nuestra vida iba a ser fácil o que iba a durar para siempre. Él nos ha prometido que estaría con nosotros todos los días hasta el fin del mundo y que al final del camino nos aguarda en la Casa del Padre.
Él siempre ha estado allí, somos nosotros los que no hemos sido capaces de reconocerle. ¿Por qué no lo reconocemos? Porque somos insensatos, tardos de corazón como les dijo Jesús a los discípulos de Emaús?
No lo reconocemos porque nuestra vida es tan vacía y esta embotada de cosas materiales y superficiales.
El Concilio Vaticano II en la constitución Gaudium et Spes n. 10 habla de dos tipos de personas que tienen el corazón embotado de materialismo:
¿Cómo encontrarnos con Jesús Resucitado en el camino de la vida?
De muchas maneras, en la oración personal, en una peregrinación, en un retiro (Emaus), en los pobres y afligidos, en el testimonio de una persona que irradia al Señor Resucitado, pero sobretodo en la Eucaristía.
En cada Eucaristía, Jesús nos explica las Sagradas Escrituras. Las Sagradas Escrituras que nos dan la luz para cambiar la lectura que tenemos de los acontecimientos, para comprender que la Cruz es el camino para la Resurrección. Como quisiera que en cada homilía se iluminara nuestra mente y sobretodo se encendiera nuestro corazón. Y de ese corazón encendido brota la súplica espontánea: Quédate con nosotros Señor.
Y luego la consagración es la respuesta a esa súplica. Tomó pan, pronunció la bendición, lo partió y se los dio…y se les abrieron los ojos y lo reconocieron.
Ojala se abran los ojos de la fe y lo reconozcamos, y sepamos que el Señor está vivo y que está tocando a las puertas de nuestro corazón para entrar en nuestras casa, para cenar con nosotros, para que podamos entrar en comunión con El.
Finalmente, los discípulos de Emaús salieron a toda prisa a contar a los hermanos… Miren lo que ha sucedido en mi camino. Me encontré con Jesús resucitado, y lo he reconocido en la fracción del pan.
Cuando Dios toca tu corazón y cambia tu perspectiva de la vida, sientes la necesidad incontenible de transmitirlo a los demás.
Y así te vuelves un servidor, un acompañante en el camino de Dios para tantos hermanos y hermanas desorientados, que necesitan quien los ayude a encender en sus vidas la fe y la esperanza. Se cumple aquello que dice San Pablo: Consuelas con el consuelo con que has sido consolado por el Señor.
Quiera Dios que en esta misa, nos suceda lo que les sucedió con los discípulos de Emaús. Que nos encontremos con Jesús Resucitado, y El cambie nuestras tristezas en alegría, nuestros desalientos en esperanza, nuestras soledades en compañía.
Juan Carlos Rivva
Párroco