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HOMILÍA DEL VIERNES SANTO

Decía ayer que en este triduo pascual vamos a meditar en tres grandes pasos o saltos que debemos dar en esta Pascua. Ayer meditábamos en el paso del buscar ser servido a servir. Hoy meditaremos en el paso del dolor asumido como destrucción, al dolor que engendra vida.

Sensación: El mal está por todas partes. El mal nos rodea y nos duele.

La brutal violencia en Medio Oriente con el riesgo real de un conflicto armado que puede tener consecuencias terribles, los sangrientos atentados contra cristianos en Egipto, las amenazas de terrorismo en Europa, y si venimos al Perú: Los desastres naturales que han causado tanto sufrimiento, unidos a la corrupción, los sobornos, las noticias de violaciones, asesinatos, la agenda anti vida y anti familia, todo eso a veces como que nos enferma.

A todas estas heridas, hay que añadir nuestras propias heridas… Los conflictos familiares, el desempleo, las enfermedades, la fragilidad psicológica y moral, los vicios, las profundas heridas en el corazón mismo de nuestra familia espiritual.

Todo eso nos lleva a una experiencia que tiene que ser vital, existencial, intensa:

Soy un enfermo que necesita ser sanado, soy un pecador que necesita ser perdonado, soy un hombre o una mujer que tengo una herida profunda, una experiencia de ruptura profunda que necesita ser reconciliada.

Desde esa experiencia, la Iglesia nos invita a MIRAR EL ARBOL DE LA CRUZ en este Viernes Santo, a escuchar la Palabra de la Cruz, el Evangelio de la CRUZ como dice San Pablo.

Desde la Cruz el Señor nos enseña que para enfrentar el MAL, mejor para enfrentar al MALIGNO, son necesarios dos pasos: Primero ASUMIR el MAL y luego VENCERLO a través del AMOR.

1) ASUMIR EL MAL: Frente a la presencia del MAL y al SUFRIMIENTO en nuestra vida y en nuestra familia, siempre hay muchas tentaciones, muchos mecanismos de defensa.

Relativizarlo, justificarme echándole la culpa a otros, fugar del sufrimiento a través de las evasiones que el mundo nos ofrece (sexo, alcohol, trabajo, ludopatía), deprimirnos, victimizarnos, distanciarnos o endurecer el corazón hasta volvernos inmunes, impenetrables.

Todos esos mecanismos siempre conducen al mismo final: El MAL y el DOLOR terminan destruyéndonos, amargándonos, aislándonos.

Como el enfermo que tiene una enfermedad grave y que cree que la mejor manera de enfrentarlo es evadirla, y pospone el tratamiento o la cirugía que tiene que asumir.

¿Cómo asume Jesús el sufrimiento?

El Señor sabe que la Cruz es la hora del combate final contra el demonio. A esperado este momento con ansias. El texto del Siervo Sufriente nos describe la actitud interior del Señor.

«El Señor me abrió el oído; yo no resistí ni me eché atrás: ofrecí la espalda a los que me apaleaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no me tapé el rostro ante ultrajes ni salivazos. El Señor me ayuda, por eso no sentía los ultrajes; por eso endurecí el rostro como pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado» (Is 50,5-7)

Jesús les dice a los apóstoles: A mí nadie me quita la vida, yo la entrego por mi propia voluntad. Jesús en la Cruz sufrió con paciencia lúcida, consciente y generosa: «Cristo —dice San Pablo— nos amó y se entregó por nosotros a Dios como oblación y víctima de suave olor»(Ef 5,2), dejándonos un ejemplo para que sigamos sus huellas.

Se entregó por nosotros a Dios. La gran tentación del sufrimiento es olvidarnos de Dios y de los demás, aislarnos, y creer que el sufrimiento es inútil y estéril. Solo cuando se sufre por amor a otro el sufrimiento se vuelve fecundo y engendra vida.

2) EN LA CRUZ, EL AMOR VENCE EL MAL Y LO TRANSFORMA.

Dios permitió en este Viernes Santo, que todas las fuerzas del mal fueran liberadas para ensañarse contra el cuerpo y el alma del Señor.

Jesús experimentó la más terrible oscuridad y soledad, al punto de gritar; Dios mío, Dios mío, porque me has abandonado.

La última tentación de Cristo, fue la que pronunció el ladrón crucificado a su izquierda: Bájate de la Cruz y creeremos en Ti.

Pero el Señor no se bajó de la Cruz, no pateó el tablero, se hizo obediente hasta la muerte y muerte de Cruz. Confió en el Padre hasta el final y pudo morir diciendo: Todo está cumplido.

Por eso hoy celebramos la Pasión Gloriosa de NSJ. Hoy no es un día de luto o de fracaso, hoy celebramos la Victoria de Cristo, nuestro Soberano y Señor, sobre el poder del enemigo, y la Cruz es el Trono donde reina nuestro Rey Crucificado.

Jesús nos enseña desde la Cruz que hay que vencer al mal con el bien. Que el amor es más grande que el odio, que la misericordia triunfa sobre el juicio, y que cuando ofrecemos nuestros dolores con paciencia y esperanza junto a la Cruz, ese dolor deja de ser una maldición y se convierte en una bendición. Se vuelve fecundo, como el grano de trigo que al caer en tierra produce mucho fruto.

Que María, la Virgen de los Dolores, nos ayude a ASUMIR con paciencia el mal en nuestra vida y a TRASCENDERLO a través del amor oblativo.

Juan Carlos Rivva

Párroco