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HOMILÍA DEL XIII DOMINGO DEL T.O.

El evangelio de hoy es un Evangelio que nos habla de la vocación, en particular del llamado a la vida consagrada, y de la radicalidad y prontitud con la que debe responder quien es llamado o llamada por el Señor.

La vocación al sacerdocio y a la vida consagrada es un misterio hermoso. A veces las dificultades, los escándalos y las deserciones no nos dejan ver lo maravilloso y cuestionante que es que un joven o una chica estén dispuestos a renunciar a tantas ofertas del mundo y entregarle su vida totalmente al Señor en el servicio a los hermanos, en una vida de castidad, obediencia y espíritu de pobreza. Yo creo que en nuestro tiempo es algo heroico responder con un SÍ a ese llamado y perseverar en la fidelidad.

Hoy el Evangelio presenta tres casos. El primero que es muy distinto de los dos siguientes:

1. Primer caso: Mientras iban caminando, uno le dijo: «Te seguiré adondequiera que vayas.».

Este hombre se ofrece voluntariamente a seguir al Señor, se auto-recluta. Sin embargo, Jesús lo llama a pensar bien en que se está metiendo y a moderar el falso entusiasmo, advirtiéndole «Las zorras tienen madrigueras y las aves tienen nidos…

el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar su cabeza».

A veces detrás del deseo de seguir al Señor, puede existir una intención solapada de buscar seguridades económicas, comodidades, o simplemente un afán de figuración, de reconocimiento, de admiración, de sentirse parte de.

O incluso, hay personas que buscan la vocación consagrada como una especie de refugio o fuga ante problemas que no son capaces de enfrentar.

La vocación es un don, no es un derecho. No somos nosotros los que lo escogemos a Jesús, es el Señor el que elige a quien quiere, sin ningún mérito de nuestra parte. No basta decir yo creo que tengo vocación, es la Iglesia la que tiene que discernir con prudencia y confirmar si esa vocación es auténtica.

2.En el segundo caso: El Señor elige, pero el llamado se excusa: Déjame primero ir a enterrar a mi padre.

Se trata de un semitismo. Seguramente tenía un padre anciano o enfermo y quería esperar a que muriese para luego seguir al Señor.

Pero Jesús le dice: Deja que los muertos entierren a sus muertos, tu vete a anunciar el Reino de Dios.

3. El tercer personaje es una situación parecida. El Señor lo llama y el llamado pone condiciones: Déjame despedirme de los de mi casa. Algo que nos resulta lógico y natural. Pero Jesús le dice: Quien pone la mano en el arado y sigue mirando hacia atrás no es apto para el Reino de Dios.

Estamos ante una de esas páginas incómodas del Evangelio, ante las cuales el mundo se escandaliza. Estas respuestas del Señor nos parecen duras, desconcertantes. Hoy podrían acusar a Jesús de ser fanático y sectario.

Algunos criterios:

a) Cuando el Señor llama no acepta ninguna excusa ni dilación. La urgencia del llamado y la misión exige una respuesta pronta, total, alegre y generosa.

b) Dios quiere ocupar el primer lugar en nuestro corazón. Debemos honrar padre y madre, pero por encima de ellos está Dios. Los vínculos familiares por más sagrados e intensos que sean no pueden ser un obstáculo para responder a la vocación.

c) El Plan de Dios cuando elige a una persona contempla el bien no solo para el que es elegido sino para toda su familia. La vocación a la vida consagrada que en un primer momento supone un distanciamiento de la familia, a la larga termina siendo una bendición para los padres, los hermanos y para toda la familia.

d) Una vez más Jesús conoce el corazón de cada persona. Quizás a alguno le ordenaría anda despídete de tu familia o anda y cuida de tu padre, pero en este caso se da cuenta que en estos jóvenes hay un apego que nos los deja ser libres. De repente, tenían mamitis.

También las personas que son llamadas a la vocación al matrimonio, tienen que dejar padre y madre para formar una nueva familia. No es que dejes de querer a tus padres o de preocuparte por ellos, pero el vínculo con tu esposo, con tu esposa, con tus hijos, tiene que anteponerse.

Una clave para interpretar el Evangelio de hoy, nos la da la segunda lectura, en que San Pablo dice:

 

Para ser libres nos libertó Cristo. Manteneos, pues, firmes y no os dejéis oprimir nuevamente bajo el yugo de la esclavitud.

El Señor nos llama a la libertad. Él nos necesita libres, libres de todo apego que nos impida cumplir la voluntad de Dios. Puede ser el apego al dinero, al trabajo, a determinadas personas, a ciertos gustos o placeres, incluso aficiones que en sí mismas son buenas, pero que me impiden vivir esa libertad.

Libres también de temores, complejos, de vanidades y cobardías, de todo lo que nos lleva a vacilar y nos hace mirar atrás.

Como nos decía siempre el padre Armando Nieto y recordaba Lalo Gildemeister en uno de sus cantos: No importa si es una cadena de hierro o una cinta de seda, la que impide al ave volar. El problema es que no vuela, que eres esclavo y Dios te quiere libre.

Piensa: ¿Cuál es ese apego que te impide seguir a Jesús? Puede ser una persona, un vicio, una afición. Por eso es tan importante el discernimiento de espíritus para saber si esta circunstancia o esta relación procede del espíritu bueno que te lleva a Dios o procede del enemigo que quiere alejarte de Dios.

El podamos liberarnos de esos apegos para poder entregarle al Señor un hágase total y libre al Plan que El tiene para cada uno de nosotros.

Y alguno de sus hijos siente el llamado a consagrar su vida al Señor, acompáñenlo en su discernimiento, apóyenlo, y sepan que es una gracia y una bendición para toda la familia.