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HOMILÍA DEL XIV DOMINGO DE T.O. – EL MISTERIO DEL SUFRIMIENTO

Venid a Mí los que estáis cansados y agobiados y Yo os aliviaré…

Así como la semana pasada meditamos en el tema del miedo, hoy quisiera que reflexionemos sobre el misterio del sufrimiento.

En realidad, todo ser humano, de una u otra manera experimenta el misterio del dolor y del sufrimiento en algún momento de su vida. ¿Quién de ustedes no sabe que es sufrir? ¿Quién puede decir que nunca ha sufrido?

Existen muchas clases de sufrimiento, aunque podríamos agruparlos en tres tipos de sufrimiento que están íntimamente unidos:

a) El sufrimiento físico o del cuerpo: la pobreza, el hambre, la enfermedad, el dolor físico, la progresiva disminución de nuestras fuerzas.

b) El sufrimiento psíquico o del alma: La soledad, la ingratitud, la inseguridad, el ser víctimas de vejaciones o maltratos, el ser víctimas de calumnias o injusticias, la depresión, la tristeza ante la muerte de un ser querido.

c) El sufrimiento moral o espiritual: La falta de sentido en la vida, el temor a la muerte, la angustia que produce en nosotros el pecado, el remordimiento, la culpa. El dolor que sentimos frente al mal que existe en el mundo: frente a los abortos, a la pobreza, a los matrimonios que fracasan.

El sufrimiento forma parte de nuestra condición humana, y es fruto de esa herida del pecado. En la raíz de todos los males está el pecado.
Jesús vino al mundo para redimirnos del pecado y sus consecuencias. Jesús hubiera podido eliminar el sufrimiento de la faz de la tierra, pero El eligió el camino del dolor y del sufrimiento para reconciliarnos. El mismo quiso cargar sobre sí y experimentar en carne propia todos los dolores de la humanidad.

Dietrich Bonhoeffer es un teólogo luterano que estuvo en Auschwitz y alguna vez le increparon: ¿Dónde está Dios mientras su pueblo sufre? Y el respondió: Sufriendo con su pueblo)

Dios no es indiferente frente al sufrimiento humano. Hay un misterio que no logramos comprender y es el misterio del sufrimiento de Dios. El Padre no pudo ser impasible e indiferente frente al sufrimiento de su Hijo en la Cruz, ni es indiferente frente al sufrimiento de cada ser humano.
La Cruz es la respuesta de Dios frente al sufrimiento humano y es al mismo tiempo la Catedra donde Jesús nos enseña a sufrir con dignidad.
Frente al sufrimiento solo hay tres opciones…

a) O trato de huir evadiendo el sufrimiento…El alcohol, la droga, el no asumir la responsabilidad de mis acciones.

b) O me amargo. Y el sufrimiento se convierte en una maldición, que me destruye, me envenena, y nos vuelve persona frustradas y resentidas.

c) O integro el sufrimiento como camino de maduración, que me hace crecer en fortaleza y en paciencia, en la compasión por los demás, en la fe y en la confianza en el Señor.

No se trata de tener una actitud de víctima o de rendirnos ante los problemas, todo lo contrario, se trata de luchar, de esforzarnos, de resistir con garra, pero con la confianza puesta en el Señor.
Sabiendo que cuando ya no podemos más, cuando nos sentimos aplastados por el dolor o agobiados por los problemas miremos a la Cruz, allí está Jesús, el Divino Maestro que nos enseña con su vida y que nos dice:

Vengan a mi los que están cansados y agobiados y yo os aliviaré.
Aprendan de mí que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis alivio para vuestras fatigas, porque mi yugo es llevadero y mi carga es ligera.

Jesús no nos promete solucionar todos los problemas, pero si nos ofrece alivio y descanso. El nunca nos prometió que la vida en esta tierra iba a ser fácil, sin dolores o pruebas. Pero El si nos prometió que no nos iba a dejar solos.

Una Cruz sin Cristo es insoportable, es un peso que nos aplasta. Solo unidos a Jesucristo, aprendiendo de El a ser manso y humildes de corazón, descubrimos que su yugo es llevadero y su carga es ligera y que la Cruz puede ser un camino de maduración.

En su hermosa poesía Cristo del Calvario, decía Gabriela Mistral
En esta tarde, Cristo del Calvario,
vine a rogarte por mi carne enferma;
pero, al verte, mis ojos van y vienen
de tu cuerpo a mi cuerpo con vergüenza.
¿Cómo quejarme de mis pies cansados,
cuando veo los tuyos destrozados?
¿Cómo mostrarte mis manos vacías,
cuando las tuyas están llenas de heridas?
¿Cómo explicarte a ti mi soledad,
cuando en la cruz alzado y solo estás?
¿Cómo explicarte que no tengo amor,
cuando tienes rasgado el corazón?
Ahora ya no me acuerdo de nada,
huyeron de mí todas mis dolencias.
El ímpetu del ruego que traía
se me ahoga en la boca pedigüeña.
Y sólo pido no pedirte nada,
estar aquí, junto a tu imagen muerta,
ir aprendiendo que el dolor es sólo
la llave santa de tu santa puerta.

María, al pie de la cruz nos enseña a soportar el sufrimiento con paciencia, con fortaleza, con esperanza, y a unirlo al sufrimiento del Señor y ofrecerlo por la salvación del mundo entero.

Ofrezcamos nuestros dolores grandes y pequeños hoy en el Altar del Sacrificio y pidámosle al Señor que nos ayude a tener un corazón manso y humilde como el suyo.