Evangelios de los Domingos anteriores: Los fariseos han sido objeto de la más dura crítica por parte del Señor. Se reúnen para discutir el modo de tenderle una trampa. Se les ocurre una idea genial. ¿Se debe o no pagar el denario, que era el impuesto de vasallaje al César?
El denario era una pieza de plata, que pesaba unos cinco gramos y que era considerada sagrada para los romanos y blasfema para los judíos piadoso, quienes incluso evitaban tocarla. Esta moneda tenía inscrita la imagen del César, y la leyenda: Tiberio César, hijo del Divino Augusto.
Frente a esta moneda existía una gran controversia en Israel.
La pregunta ponía a Jesús en una situación difícil. Si permitía pagar perdía la confianza del pueblo por ser traidor a la patria, si no permitía los fariseos tenían como acusarlo ante el gobernador romano.
Es magistral el modo como Jesús responde a esta trampa:
Pide que le muestren la moneda: Esto desconcierta a los fariseos, que al mostrarle la moneda evidencian su hipocresía, ya que viven una doble moral hipócrita: Por un lado reniegan del César y del dominio extranjero, pero por otro lado aceptan la soberanía del César al tener en el bolsillo la moneda romana. Si no es pecado usar la moneda, tampoco es pecado pagar los impuestos al César.
Responde con esta frase: Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.
Jesús con está respuesta no solo sale airoso de la trampa, sino que además da un criterio importante:
Dad al César lo que es del César: todo cristiano debe obedecer a la legítima autoridad civil y debe cumplir sus deberes como ciudadano.
Es hermoso el testimonio de la época de las persecuciones, cuando los cristianos a pesar de ser muchas veces asesinados y torturados, no dejaban de orar por el emperador.
Dad a Dios lo que es de Dios.
Si al César hay que entregarle la moneda del impuesto en la que está grabado su rostro, ¿Qué es lo que hay que entregarle a Dios?
A Dios hay que entregarle nuestra propia vida, porque nosotros somos imagen de Dios. La imagen de Dios está inscrita en lo más profundo de nuestro corazón, y como dice San Pablo: En El vivimos, nos movemos y existimos.
Desde el bautismo hemos sido ungidos, sellados con el sello indeleble del crisma, que nos hace otros Cristos. Y por eso, como Cristo estamos consagrados a Dios. Sólo El merece ser amado con todo el corazón, con toda la mente, con todas las fuerzas.
El no se contenta con unas cuantas monedas, con que le dediquemos una hora de la semana, a El y solo a El tenemos que entregarle el corazón, y mientras no le entreguemos el corazón, no le hemos entregado nada.
El es la única causa digna de ser servida, nunca ninguna causa ideológica o política puede pretender la entrega total de nuestro ser. Yo soy Dios y no hay otro.
Hay dos preguntas que podemos hacernos hoy: