loader image

HOMILÍA DEL XXV DOMINGO DE T.O. ID TAMBIÉN VOSOTROS A LA VIÑA

Estamos preparándonos para recibir al Papa Francisco en nuestra patria y en nuestra iglesia de Lima vamos a reflexionar cada mes sobre un tema importante. En este mes de Septiembre el tema es TU PUEDES SER SANTO: EL EJEMPLO DE LOS SANTOS PERUANOS.

Jesús, antes de subir al cielo envío a los apóstoles: Id por todo el mundo y predicad el Evangelio. La Iglesia es un sacramento de salvación para todo el género humano. Ella existe para llevar la Buena Noticia del Evangelio e instaurar el Reino de Dios en la tierra.

Todos los católicos, por el sacramento del bautismo, estamos llamados a la santidad y al apostolado. Todos debemos sentir como San Pablo: “Ay de mí, si no predico el Evangelio”. Todos somos corresponsables de la vida y misión de nuestra Iglesia.

Hace cerca de quinientos años se inició la primera gesta evangelizadora del continente americano y de nuestra patria el Perú. Cientos y miles de misioneros venidos de España llegaron a nuestra agreste geografía para transmitir la Buena Nueva de Jesucristo e implantar la semilla de la Fe en nuestra tierra.

En medio de luces y sombras, los misioneros fueron defensores de la dignidad de los indígenas y promovieron el encuentro de dos grandes culturas al calor de la fe, de donde brota nuestra identidad cultural y racial mestiza.

Ellos fueron los primeros trabajadores en esta inmensa viña del Señor. Aquellos que comenzaron la faena al comenzar el día.

En medio de estos intrépidos misioneros, destacan los grandes santos peruanos, como el primer fruto maduro de aquella gesta heroica.

Santo Toribio de Mogrovejo fue el gran evangelizador de América, quien siguiendo el ejemplo de Jesús, el Buen Pastor, recorrió a lomo de mula valles, quebradas y cordilleras predicando el Evangelio Él organizó la Iglesia a través del Tercer Concilio Limense en el que estuvo representada toda la Iglesia de América del Sur y América Central, ocupándose de la defensa de los derechos de los indios y su promoción social y religiosa, así como de la reforma y formación del clero, elaborando el Catecismo único en castellano, quechua y aymara.

Junto con él, tenemos el maravilloso testimonio de Santa Rosa de Lima, la primera flor de la santidad en el Nuevo Mundo; San Martín de Porres, Francisco Solano, Juan Macías y tantos otros santos anónimos que animan e iluminan nuestro peregrinar

Al contemplar la primera evangelización y la historia de nuestra Iglesia Arquidiocesana de Lima, podemos decir con el Salmista: El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres (Salmo 125,3)

Sin embargo, cinco siglos después la tarea no ha terminado. Aunque el Perú es un país con una profunda raíz católica, percibimos muchas señales de materialismo, relativismo e indiferencia religiosa en nuestra sociedad actual. En la mayoría de universidades, lejos de enseñarse la doctrina social de la Iglesia, se promueve la ideología de género y muchas otras corrientes ideológicas.

Son signos de una cultura de muerte que también se manifiestan en las divisiones políticas y culturas, así como en las profundas injusticias y desigualdades de una sociedad en contraste con la Palabra de Dios y el designio de salvación.

Por ello, el Señor también nos urge a nosotros a trabajar en su viña. Cómo es que están el día entero parados sin hacer nada, id también vosotros a trabajar en mi viña.

Es preciso asumir el compromiso de una nueva evangelización, de hacernos discípulos y misioneros, recogiendo las lecciones de nuestros santos: oración, espiritualidad eucarística, devoción a la Santísima Virgen, penitencia, caridad hecha servicio concreto, especialmente con los necesitados.

La visita pastoral del Papa Francisco nos urge a ser una Iglesia misionera, de puertas abiertas, a ser callejeros de la fe, saliendo a anunciar la belleza de la fe a los hermanos que viven en las periferias geográficas y existenciales.

Como dice San Pablo hoy en la segunda lectura: Para mí la vida es Cristo, y la muerte, una ganancia… Lo único que me importa es que vosotros llevéis una vida digna del Evangelio de Cristo.

Tenemos que esforzarnos por llevar una vida digna del Evangelio y por anunciar a Jesucristo en la familia, en la empresa, en las universidades, en la cultura.

Cada domingo el Señor nos regala el don de la Eucaristía que renueva nuestras fuerzas para aguantar el peso de la jornada y el bochorno. Esa Eucaristía que es como un anticipo de la vida eterna, de aquel denario con el que el Señor, es su infinita misericordia nos premiará a todos de manera totalmente gratuita e inmerecida.

Juan Carlos Rivva
Párroco