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Homilía – Domingo 16 de febrero

El contexto del evangelio es el del Sermón de la Montaña: Así como Moisés subió a la montaña y luego dictó al pueblo de Israel las tablas de la ley, Jesús –como un nuevo Moisés, sube al monte y desde allí enseña a la inmensa multitud que lo sigue, cuales son las actitudes fundamentales para ser su discípulo y entrar a formar parte de su Reino.

Jesús afirma: “si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos”. Cuando el pueblo escuchó estas palabras, seguramente se sintieron agobiados y confundidos. ¿Cómo podían aspirar ellos –que eran en su mayoría gente humilde y sencilla, pescadores, pastores, hombres y mujeres en muchos casos iletrados e ignorantes – a ser más justos que los fariseos, quienes cumplían al pie de la letra y escrupulosamente hasta el último precepto de la ley?

¿Era acaso un yugo demasiado pesado el que Jesús ponía sobre sus hombros: Cumplir la ley mejor que los fariseos? Lo cual queda confirmado por la sentencia con la que el Señor cierra su Evangelio: Vosotros sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial.

Pero, ¿A qué se refiere el Señor? ¿de qué manera un cristiano tiene que ser más justo y más santo que un fariseo? La palabra justicia es sinónimo de santidad, y justo es sinónimo de santo. ¿A qué perfección, a qué santidad se refiere el Señor cuando dice sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial?

Los fariseos buscaban cumplir la voluntad de Dios, pero para ello no solo se basaban en la escritura, sino en todos los comentarios y añadidos a la ley de los escribas, que los veían como una continuación de las enseñanzas divinas. Solo en torno al sábado existían 139 prohibiciones.

Habían caído en una casuística extenuante de cumplir, confundiendo lo esencial con lo accidental, y dándole más importancia al cumplimiento externo que el espíritu de la misma.

Lo esencial es lo interior. Esta frase expresa la novedad de la ética cristiana, centrada en el amor. El amor a Dios y al prójimo es la esencia de la ley, por eso San Agustín va a decir: Ama y haz  lo que quieras.

Ojo que el amor no puede ser nunca una justificación para dejarnos llevar por lo más fácil, por lo que nos provoca, o muchos menos para justificar la mentira o el pecado.

Jesús dice «No penséis que he venido a abolir la ley, no he venido a abolir sino a dar plenitud». La palabra griega: «plerosai» puede ser traducida por «dar cum­pli­miento, llevar a plenitud, llenar, satisfacer, realizar. Jesús purifica, supera y lleva a su perfección la ley antigua. El que se salte el más pequeño de estos preceptos, será el más pequeño en el Reino de los Cielos, pero el que los cumpla será el más importante. Que importante  es para un cristiano la fidelidad en las cosas pequeñas

La perfección a la que nos llama Jesús es la perfección en el amor. No es un perfeccionismo humano, sino la perfección de la caridad. Y la medida de la caridad es amar sin medida. Y el Evangelio de hoy nos da algunos ejemplos de cómo el Señor no ha venido a abolir la ley, sino a darle plenitud. Quiero mencionar solo dos.

a) No matarás: El que odia a su hermano, y le ofende y le desea el mal, es como matarlo en el corazón. El Papa Francisco nos dice: El «Odio, el chisme y la calumnia como un modo de matar al hermano». Si cada uno de nosotros se esforzara por ser más prudentes y menos chismosos, llegaríamos a la santidad.

b) No cometerás adulterio: El que mira a una mujer deseándola, ya pecó con ella en su corazón. Por eso la lucha entre el bien y el mal, entre la fidelidad y el pecado, no está solo en las obras exteriores, sino en el corazón. Jesús decía: De dentro del corazón humano surgen todos los vicios y pecados. Obviamente la obra externa es más grave que el pensamiento o el deseo, pero si queremos ser realmente fieles, tenemos que purificar los sentidos, la mente y el corazón.

Les quiero poner otro ejemplo más actual. La ley nos dice que hay que venir a misa todos los domingos. Pero cuál es nuestra actitud cuando venimos a la eucaristía. Quien no participa activamente, escuchando las lecturas, respondiendo a las oraciones, cantando con entusiasmo, no está viviendo la misa. Quien está presente solo con su cuerpo, pero su mente y su corazón están en otro lugar, no está viviendo la misa. Alguno dirá, entonces por eso es mejor no venir. No, hay que venir y esforzarse por vivir la eucaristía. Una vez más, lo esencial es lo interior.

Lo esencial es lo interior y el cambio del corazón para vivir la caridad, como María.