El Evangelio de hoy nos habla de la confianza en la providencia y de no apegar el corazón al dinero y a los bienes materiales.
«No andéis agobiados, pensando qué vais a comer, o qué vais a beber, o con qué os vais a vestir. Los gentiles se afanan por esas cosas. Ya sabe vuestro Padre del cielo que tenéis necesidad de todo eso».
¿Le creemos a Jesús? Realmente confiamos en la providencia de Dios o confiamos más en el seguro de salud o en el seguro de vida, o en la cuenta que tenemos en el banco.
El mensaje de Jesús puede parecer para algunos, idealista, poco realista y encarnado. Es fácil decir que miren las aves del cielo o las flores del campo, pero cómo no agobiarse cuando uno tiene una deuda que va creciendo cada mes en el banco, o no tiene con qué pagar el colegio o la universidad de los hijos, o está enfermo y no tiene con qué cubrir los medicamentos o la cirugía que necesita.
No se trata de sentarnos con las manos cruzadas a esperar que todo venga de Dios, lo que dice el Señor es que “no nos agobiemos”, el verbo merimnate, quiere decir angustiarse, estar ansioso, preocuparse excesivamente.
«Buscad el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura».
Aquí hay dos realidades.
a) Una absoluta que es el Reino de Dios y la justicia, es decir la santidad.
b) Otra relativa que es todo lo demás. Una esencial y otra accidental.
El Papa Francisco comentando esta frase del Señor dice que “todo lo demás” debe ser realmente lo demás; y sin embargo, la añadidura muchas veces para nosotros es lo central: El trabajo, la casa, el carro, el deporte, los viajes, la playa… y más bien el Reino de Dios, la oración, la misa, la limosna se ha vuelto la añadidura. Como el niño que va a hacer la primera comunión y le dice al padre: «Mi papá no va a misa porque es un hombre muy ocupado».
San Ignacio sobre el tema de los apegos dice: «No se trata para nada de vivir “desapegados de todo”. La seguridad emocional que da la posesión de bienes es esencial para la vida: amar supone ligarse afectivamente y comprometerse con lo que uno ama. Pero cuando hay que elegir entre diversos bienes, es clave tener claro cuál es el Bien único al que debemos estar apegados totalmente y cuál es la jerarquía del apego a los otros bienes. No pueden estar las cosas por encima de las personas, y no se puede amar ninguna persona humana por encima de Dios».
El Evangelio de hoy nos cuestiona qué tanto el Señor es el centro de nuestra vida, y toda nuestra confianza y seguridad está puesta en Él.
A veces decimos, ¡yo le pido a Dios y El no me escucha!. San Claudio María La Colombiere nos da estas enseñanzas:
-No se puede atribuir la esterilidad de nuestras oraciones a la naturaleza de los bienes que pedimos, ya que no ha exceptuado nada en sus promesas: Todo lo que pidan lo obtendrán en la oración.
-Tampoco se puede atribuir esta esterilidad a la indignidad de los que piden, pues lo ha prometido a toda clase de personas sin excepción: Quien pide recibe.
-¿Quizás pensamos que nuestras demandas son triviales y excesivas que cansan y desagradan al Señor, por su indiscreción o por su importunidad? De ningún modo, porque Dios dice que pidamos a tiempo y a destiempo.
-No, no; la única razón por la que obtenemos tan poco de Dios es porque le pedimos demasiado poco y con poca insistencia.
Es cierto que Jesucristo nos ha prometido de parte de su Padre, concedernos todo, incluso las cosas más pequeñas; pero nos ha prescrito observar un orden en todo lo que pedimos y, sin la observancia de esta regla, en vano esperaremos obtener nada. En San Mateo se nos ha dicho: Buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura.
«No se os prohíbe desear o pedir las riquezas, y todo lo que es necesario para vivir, incluso para vivir bien; pero hay que desear estos bienes en su rango, y si queréis que todos vuestros deseos a este respecto se cumplan infaliblemente, pedid primero las cosas más importantes, a fin de que se añadan las pequeñas al daros las mayores». – San Claudio María La Colombiere.
Salomón. Te concedo de gusto esta sabiduría porque me la has pedido, pero no dejaré de colmarte de años, de honores y de riquezas, porque no me has pedido nada de todo esto.
Aprovechemos que comienza el tiempo de Cuaresma en reenfocar nuestras vidas. Que el Reino de Dios y su justicia sea lo central, y todo lo demás sea en verdad, lo demás. Que así sea.
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