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Homilía – Domingo 23 de marzo de 2014

¿Por qué has venido hoy a la Misa? ¿Para qué has venido a la Misa?

Es una pregunta que me hago muchas veces, en ocasiones cuando estoy sentado en el confesionario y veo a la gente en la última banca, que se está durmiendo, algunos que apenas contestan a las oraciones o que casi nunca cantan.

¿Por qué has venido a la Misa?

Quizás por cumplir con Dios, como un sacrificio a cambio de tantos beneficios, quizás porque tienes una necesidad, o porque quieres agradecerle por algo, o quizás porque te sientes triste o vacío. En el fondo, detrás de cualquier explicación o motivo humano, todos estamos aquí porque tenemos Sed de Dios. Sed de encontrarnos con Dios, sed de vivir la experiencia que vivió esta mujer samaritana, que representa a toda la humanidad.

Venimos como ella, con nuestros cansancios y tristeza, hastiado de la rutina y el activismo, a veces como ella atrapados por los vicios y pecados que nos da miedo enfrentar. Cansados de tratar de saciar cada día nuestra sed de felicidad, en los charcos que nos ofrece el mundo del poder, del placer y del tener. El agua estancada que no sacia, pero que creemos que necesitamos para sobrevivir.

La misa es el encuentro de la sed de Dios por el hombre, con la sed del hombre por Dios.

Dios tiene Sed. Jesús lo dijo en la Cruz: Tengo Sed. Y por eso es Él quien toma la iniciativa, es Él quien nos primera, como le gusta decir al Papa Francisco, es Él quien te dice: Dame de Beber. Él quiere necesitar de Ti, Él quiere contar contigo. Él tiene Sed, pero Sed de tu respuesta, Sed de tu amor, Sed de tu oración, Sed de tu Fe, Sed de tu fidelidad, Sed de tu generosidad.

He escuchado un testimonio muy hermoso que quiero compartirles: Sé de una señora mayor que ante el Santísimo decía en voz alta, cuando nadie más estaba dentro de la capilla: «Señor, ¿qué quieres que haga por Ti?

A veces también deberíamos rezar más así. No solo que necesito, sino también: Señor que quieres que haga por Ti…Y Él te dirá: ¡Cada vez que lo hiciste con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hiciste!

La Samaritana se sorprende: «Como tú siendo judío, me pides de beber a mí que soy samaritana». Es el estupor ante el llamado: ¡Cómo Dios que es Todopoderoso, puede querer contar conmigo que soy un pecador!

Y Jesús responde con aquella frase que vale una enciclopedia, y que nunca lograremos comprender: «Si conocieras el don de Dios».

Es lo que yo te digo hoy a Ti:

A ti que has venido un poco a la fuerza, traído por tus papás o por tu esposa.
A ti que estás aburrido y te estás quedando dormido en las bancas de al fondo.
A ti que estás agobiado por los problemas y conflictos.
A ti que te sientes abrumado por el peso de tus culpas.
A ti que te sientes solo, triste o vulnerable.
Si conocieras el Don de Dios…

Jesús es el Don de Dios, el Don que Dios nos da en la Palabra y en la Eucaristía, Él es la fuente de agua viva, Él es el único capaz de saciar nuestra sed de eternidad y nuestros anhelos de infinito. Él es el único que puede sanar las heridas más profundas del cuerpo, del alma o del espíritu. Si conocieras el Don de Dios y quien es Él que te habla, Tú le pedirías a Él…

Y Él no solo te da el agua viva, sino que te dice: «el que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna».

El Señor Jesús no solo calma tu sed, sino que transforma tu vida en una fuente, en un manantial de agua viva para los demás…en un hombre y en una mujer capaz de transmitir paz, alegría y esperanza.

Toquemos el corazón de Jesús, hay que contemplar el corazón traspasado por la lanza y ver como de ese corazón brota sangre y agua, brotan los ríos de agua viva que riegan toda la tierra.

Y llenando el corazón del agua viva del Espíritu Santo, colaboramos con Jesús, le damos de beber, porque nos convertimos en cántaros que desbordan esa agua sobreabundante saciando la sed de los demás.

Me vuelvo a preguntar ¿A qué has venido a misa?
La respuesta es: A encontrarte con Jesús

Quien, -como dice hoy el prefacio- al pedir agua a la Samaritana, ya había infundido en ella la gracia de la fe, y si quiso estar sediento de la fe de aquella mujer fue para encender en ella el fuego del amor divino.

Ojala también tu corazón se encienda hoy con el fuego del amor divino.
Que así sea.

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