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Homilía – Domingo 30 de marzo de 2014

La Cuaresma es el tiempo en el que profundizamos en el don maravilloso del sacramento del Bautismo;  por el que participamos de la Pascua de Cristo, es decir pasamos con Cristo del pecado a la gracia, de la esclavitud a la libertad, de la muerte a la vida, de las tinieblas a la luz.

En los primeros siglos la gente se bautizaba adultos. El tiempo de preparación de un adulto para recibir el bautismo se llama el catecumenado. El catecumenado dura normalmente un año, y la recta final del catecumenado era la Cuaresma. Los catecúmenos normalmente se bautizan en la Vigilia Pascual.

Cada domingo de Cuaresma se les explicaba a los catecúmenos los diversos símbolos del bautismo que iban a recibir, y esta catequesis servía también para que los ya bautizados recordaran y profundizaran en el bautismo que ya habían recibido.

Las lecturas de la Cuaresma nos van mostrando los diversos símbolos bautismales. La semana pasada el relato de la Samaritana nos hablaba del “agua viva”, hoy las lecturas nos hablan del aceite y de la luz.

a)    PRIMERA LECTURA: SIMBOLO DEL ACEITE.

Vamos a la primera lectura. El Señor elige a David y lo consagra como Rey ungiéndolo con el óleo santo. En el AT a los reyes, a los profetas y a los sacerdotes se les consagraba derramando aceite sobre su cabeza.

También tú el día de tu bautismo fuiste ungido con el santo crisma que dejó una huella imborrable en tu espíritu. Fuiste consagrado por Dios…para ser otro Cristo, para ser como él Sacerdote, Profeta y Rey.

Por ser Ungidos, no nos pertenecemos a nosotros mismos, sino que somos propiedad de Dios, debemos vivir como hombres y mujeres consagrados.

El crisma tiene un olor exquisito, así nosotros los crismados o ungidos, debemos exhalar el buen perfume de Cristo por nuestras obras.

b)    LUZ

El evangelista a propósito insiste cinco veces en que nació ciego. Empecatado naciste de pies a cabeza. Todos nosotros somos ciegos de nacimiento, porque hemos nacido con la herida del pecado original, que nos inclina al mal, que nos lleva a vivir en las tinieblas, en la mentira, en el engaño.

El ciego simboliza a la humanidad que está sumida en las tinieblas, y que es iluminada por Jesús, la Luz del Mundo.

En el bautismo se le entrega al recién bautizado una vela que se enciende de la Luz del Cirio Pascual y se le dice «RECIBE LA LUZ DE CRISTO».

Los cristianos hemos sido iluminados por Cristo y debemos vivir siempre como hijos de la luz, y caminar en la luz de Cristo, Caminar en la luz de Cristo es vivir en la verdad no en la mentira; en la pureza, rechazando las obras de las tinieblas.

Tres detalles más:

c) BARRO Y LA SALIVA

Jesús “escupió en tierra, hizo barro con la saliva, y untó con el barro los ojos del ciego… Muchos ven en el gesto de Jesús de hacer barro el mismo gesto en la obra creadora de Dios, cuando del barro modeló al primer hombre y sopló sobre él. Quiere decir que el bautismo hace de nosotros nuevas creaturas, hombres nuevos que hemos sido recreados en Cristo.

d) LAVARSE…  y le dijo: ‘Vete y lávate en la piscina del Enviado que simboliza el agua bautismal. Dice San Juan Crisóstomo que Jesús es el Enviado por el Padre, y la pila bautismal es la piscina del Enviado donde somos lavados del pecado y la inmundicia..

e) PROFESION DE FE

Luego de salir del agua y ver la luz, el ciego hace una profesión de fe:¿Crees en el hijo del Hombre? Le pregunta Jesús, y el ciego responde: ¿Quién es Señor para que crea en él? Y Jesús le dijo: Le estás viendo, el que está hablando contigo. El ciego se postra y le dice: CREO SEÑOR.

También nosotros recibimos el don de la fe el día de nuestro bautismo, y nuestros padres y padrinos, profesaron en nuestro nombre: SI CREO.

CONCLUSION

Por eso todas las lecturas de hoy nos invitan a descubrir el maravilloso don del bautismo. Muchas veces a pesar de haber sido iluminados por Cristo en el bautismo,  hemos recaído en las tinieblas del pecado. Necesitamos ser nuevamente iluminados por Cristo en el sacramento de la reconciliación, que es un nuevo bautismo.

El soberbio que cree ver y se aferra como los fariseos a sus propios criterios, permanece en su ceguera.  El humilde que se reconoce ciego, que se acerca a Jesús como un mendigo de su amor y pide ser iluminado, recibirá la luz de Cristo y podrá irradiar esa luz, como María, la Bella

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