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Homilía Domingo 4 de mayo de 2013

El camino de la vida se parece al camino de Emaús. La imagen de estos dos discípulos caminando entristecidos por la vida, ¿no es un acaso un retrato de lo que muchas veces nos sucede a nosotros?

Cuando nos dejamos abatir por las tristezas y el desaliento frente a los problemas, cuando creemos que aquellos sueños e ideales a los que entregamos nuestra vida siendo jóvenes se han derrumbado, porque las cosas no suceden de acuerdo a nuestros criterios o a nuestros planes. ¿No tenemos también una sensación amarga de fracaso y pensamos que ya no vale la pena seguir luchando o esforzándonos?

Cuando nos sentimos solos y creemos que Dios nos abandona, y no nos damos cuenta que Él va caminando con nosotros, entonces viene la tentación de regresar a Emaús, a la vida anterior, y abandonar Jerusalén, que representa a los nuestros, a la Iglesia, a la comunidad de los creyentes.

La Fe de la Mente en el Camino de la Vida

El Señor sale al encuentro, camina con ellos, se interesa por sus problemas, toma la iniciativa y les pregunta: ¿De qué están conversando? Jesús Resucitado sale a nuestro encuentro de muchas maneras en el camino de la vida: En las personas, en los acontecimientos alegres o dolorosos, en la Palabra de Dios que es luz que guía nuestras decisiones.

Él nos explica el sentido de las Sagradas Escrituras, y así ilumina nuestra mente, envuelta en la oscuridad, en la scotosis y en el engaño. La clave de toda la Sagrada Escritura es Cristo Resucitado: «Quien no conoce la Escritura, tampoco conoce a Cristo. Y quien no conoce a Cristo, tampoco conoce la Escritura».

Qué necios y tardos somos también nosotros para comprender el sentido de las Sagradas Escrituras. Que poco profundizamos en la Palabra de Dios… “¿Acaso no era necesario que el Mesías padeciera todo esto y  así entrara en su gloria?”

Cómo nos escandalizamos cuando las cosas no son como queremos, cuando hay en nuestra vida cruces, enfermedades, sufrimientos.

Cómo nos cuesta comprender que la Cruz es el camino para llegar   a la Gloria. Que hay que morir con Cristo para resucitar con Él.

B) La Fe del Corazón en la Eucaristía

Cuando la Palabra de Cristo ilumina la mente y calienta el corazón, entonces surge del corazón encendido una súplica sencilla: Quédate con nosotros Señor.

 La Eucaristía es la respuesta a esa súplica. «Tomó pan, pronunció la bendición, lo partió y se los dio…y se les abrieron los ojos y lo reconocieron».

Es en la consagración que Jesús cumple su promesa de estar con nosotros todos los días hasta el fin de los tiempos.

Qué pena me da cuando las personas están en la misa, incluso en el momento de la consagración cansados, aburridos, con el corazón endurecido, incapaces de darse cuenta lo que está sucediendo.

Ojala se abran los ojos del corazón y lo reconozcamos, y sepamos que el Señor esta vivo y que está tocando a las puertas de nuestro corazón para entrar en nuestras casa, para cenar con nosotros, para que podamos entrar en comunión con El.

c) La Fe de la Acción en la Misión Apostólica

Salieron a contar a los hermanos… «Miren lo que ha sucedido en mi camino. Me encontré con  Jesús  resucitado, y  lo he reconocido en la fracción del pan».

La alegría del encuentro con Cristo Resucitado no se puede retener en el corazón. Es necesario compartirla, con gozo, con valentía, con convicción.

Quiera Dios que en esta misa, nos sucediera lo que les sucedió con los discípulos de Emaús. Que nos encontremos con Jesús Resucitado, y El cambie nuestras tristezas en alegrías, nuestro desaliento en esperanza, nuestras soledades en compañía.

Que el encuentro con el Señor Jesús en esta Santa Misa, acreciente nuestra Fe, para que tengamos una Fe profunda y grande como la de María, que como Ella meditemos la Palabra en nuestra mente, vivamos la comunión con Jesús en el corazón, y lo anunciemos con prontitud en nuestra vida cotidiana.