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Homilía – Domingo 9 de febrero

Hoy, el Evangelio nos habla acerca de la misión de los cristianos en el mundo. Ser sal de la tierra y ser luz del mundo. Se trata de dos símbolos importantes en la liturgia  cristiana:

SAL:
¡Qué desagradable es comer una comida sin sal! Esto no sabe a nada. Y, al mismo tiempo, las amas de casa saben que bastan unos cuantos granitos de sal para darle sabor a toda una olla. Antiguamente, no existían neveras y para preservar las carnes y evitar que se descompongan, la gente utilizaba la sal.

Jesús utiliza el ejemplo de la sal para explicar cual es la función de los cristianos en la sociedad: Darle sabor a la vida y evitar que el mundo se corrompa.

Los auténticos cristianos en el mundo no son más que unos cuantos. Pero, así como unos cuantos granos de sal pueden mejorar un plato, unos cuantos buenos cristianos pueden darle sentido y mejorar la vida de la sociedad.  Unos cuantos obreros cristianos pueden transformar el ambiente de una fábrica, unas cuantas familias cristianas pueden mejorar la vida familiar de todo un barrio, unos cuantos jóvenes cristianos pueden evangelizar el ambiente de una universidad.

LUZ:
El Señor utiliza también el ejemplo de la luz. Cuando entramos en un cuarto oscuro, no vemos nada, no podemos orientarnos, nos tropezamos, y nos sentimos solos y confundidos. Pero si se enciende una luz, podemos ver todo con claridad y descubrimos el lugar y el sentido que cada cosa tiene.

La oscuridad: simboliza la muerte, el pecado, la mentira, la impureza.
La luz: manifiesta la vida, la gracia, la verdad, la pureza..

El cristiano está llamado a ser luz del mundo. Pero no ilumina con una luz propia, sino que es  portador de la luz del Cristo. Cristo es la luz, y esa luz se debe reflejar en la faz de la Iglesia y en la vida de cada uno de nosotros, en nuestras palabras y sobretodo en nuestras obras.

Refleja la Luz por el testimonio de la caridad. Isaías nos dice: “Cuándo partes tu pan con el hambriento, y cuando a los pobres sin hogar recibes en tu casa,  cuando ves a un desnudo y lo cubres, y cuando de tu semejante no te apartas. Entonces brilla tu luz en las tinieblas y tu oscuridad se vuelve mediodía”. 

Sin embargo, también hay que tener cuidado porque se nos presentan algunos peligros: La sal se puede volver insípida y la luz se puede apagar o esconder.

a) SAL SE VUELVA INSIPIDA:
-Cuando se “desvirtúa” la identidad del discípulo, cuando el cristiano no vive su fe con coherencia.
-Cuando deja de ser signo de contradicción y de proclamar con valentía la palabra de Dios,
-Cuando se deja arrastrar por los afanes y criterios del mundo y busca siempre busca agradar y caerle bien a todos,
-Cuando descuida la vida espiritual, cuando se quedado vacío y ya no tiene nada que dar.

Entonces, ¿cómo “salará” la tierra? Si la sal pierde su sabor, ya no sirve para nada. Hay que botarla y también la comida sufre, pues no tiene como ser sazonada, ni como conservarse.

b) TAMBIEN LA LUZ SE PUEDE APAGAR
La luz de la gracia se apaga en nuestra vida por el pecado grave. Cuando nuestras obras y palabras traicionan la fe que decimos profesar, en lugar de ser luz, nos convertimos en oscuridad. Si la luz que hay en ti es oscuridad, cuanta oscuridad habrá.
Que terrible es la incoherencia, el anti-testimonio, el escándalo.

c) PUEDE QUE NO SE APAGUE, SINO QUE SIMPLEMENTE SE ESCONDA

Cuando el cristiano se “oculta” a los ojos de los demás. A veces Dios bendice a una persona con muchos dones humanos y espirituales, pero por falsa humildad, por vergüenza, por cobardía o por pereza no asume su lugar en la misión de la Iglesia, no hace apostolado, incluso se averguenza de mostrar su fe ante los demás por miedo a ser rechazado ¿cómo iluminará a los que necesitan salir de las tinieblas?

El Señor Jesús lo dice con toda claridad: El discípulo está llamado a hacer brillar la Luz de Cristo ante todos los hombres. No para buscar su propia gloria, sino la gloria de Dios.

Así, pues, dos condiciones son necesarias para que el discípulo pueda cumplir con su misión: permanecer y desplegarse. Permanecer fiel a su identidad y por otro lado desplegarse ocupando el lugar que le corresponde en la misión de la Iglesia: “sobre el candelero”.

Invoquemos a María, la mujer que siempre fuel fiel a su identidad y vocación y que se desplegó irradiando la luz de Cristo. Que así sea, Amén.