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HOMILÍA II DOMINGO DE CUARESMA ¡QUÉ BIEN SE ESTÁ AQUÍ! (ESTA ES LA VISTA DESDE EL MONTE TABOR)

Pedro, Santiago y Juan: Los tres mejores amigos de Jesús. Aquellos a quienes el Señor les comparte su intimidad, les abre el corazón.

En este camino de la Cuaresma, veremos la presencia de estos tres amigos con Jesús en dos montes: Hoy en el Monte Tabor, el Monte de la Transfiguración, contemplando el rostro divino y radiante del Señor; el Jueves Santo en el monte de los Olivos, en el Huerto de Getsemaní, contemplando el rostro tembloroso y bañado en lágrimas de sangre y lleno de angustia del Señor. Anticipo de lo que sucederá en el Monte Calvario.

En la vida humana, y en la vida cristiana todos tenemos estos dos montes: momentos luminosos y momentos oscuros, momentos alegres y momentos tristes, éxitos y fracasos, salud y enfermedad, consolación y desolación.

En cada uno de nosotros conviven un hombre nuevo y un hombre viejo: El hombre nuevo que irradia la Imagen y la Semejanza, la gracia, la bondad, la verdad, la belleza y el bien. Ese hombre nuevo que es nuestro rostro auténtico, del que nos sentimos orgullosos. Y el hombre viejo que nos avergüenza, con sus vicios y pasiones desordenadas, con sus envidias y mezquindades, ese hombre lleno de ruptura, desasosiego, de ira y egoísmo.

Hasta la misma Iglesia tiene también dos caras: La Iglesia Divina y Santa, que irradia la Luz de Cristo y la fuerza del Espíritu Santo, llena de vida y de joven lozanía, la Iglesia triunfante del Éxodo que guía a una inmensa multitud cruzando victoriosa las aguas del Mar Rojo. La hemos experimentado con la reciente visita del Papa Francisco.

Y la Iglesia humana, con sus pecados, con sus intrigas y sus cálculos políticos, con sus ambiciones e injusticias, porque también en la Iglesia existen injusticias. Esa Iglesia pecadora que tiene que pasar por el Exilio de la persecución y del destierro, para purificarse de sus manchas y desprenderse de sus seguridades y aprender a confiar solo en el Señor.

Incluso en los matrimonios y en las familias coexisten las luces y las sombras. Se dan momentos bellos de comunión, de encuentro, de gozo y unión; pero también hay momentos de ruptura, de distanciamiento y resentimiento, de desconfianza y violencia.

En los momentos difíciles, cuando aprieta el cansancio, cuando el camino de hace largo, cuando pasamos por la Noche Oscura del Alma, cuando la vida parece una eterna Cuaresma, cuanto necesitamos del Monte Tabor, cuanto nos hace falta ver el Rostro Transfigurado de Jesús, que nos recuerda cual es la meta… la Resurrección definitiva.

RABÍ, QUE BIEN SE ESTÁ AQUÍ… HAGAMOS TRES TIENDAS… Y QUEDÉMONOS AQUÍ … NO SABÍA LO QUE DECÍA.

La Transfiguración es un anticipo de la Resurrección. Más aún, podemos decir que es un anticipo del cielo: Es como si los apóstoles por un segundo, por un instante de dicha y dulzura, pudieron disfrutar lo que va a ser un día contemplar cara a cara la Gloria de Dios.

Y ese el sentido de este pasaje de la Transfiguración en medio del camino penitencial de la Cuaresma. Es como una posada para recuperar las fuerzas en medio del camino, como un oasis para el peregrino que camina en el desierto.

Todos recordamos algún TABOR en nuestra historia de salvación. Un momento en que hemos experimentado la cercanía, la dulzura y la luz de Dios. No es solo una experiencia emocional o afectiva, es algo más profundo, es un encuentro que inunda nuestro espíritu de paz y gozo. Pueden ser experiencias de intensa comunión familiar o de amistad en torno al Señor. Son experiencias que debemos guardar y atesorar en el corazón, porque luego nos sostienen en el combate.

Cuando uno ha visto brillar un día la luz del Sol, no importa si luego se esconde, si todos los días solo se ven nubarrones oscuros en el cielo, sabemos que detrás de esas nubes está el Sol, y que un día lo volveremos a ver brillar para siempre. El riesgo es olvidar el Sol y creer que siempre nuestra vida va a estar envuelta en tinieblas, y creer que Dios nos ha abandonado o que todo era una ilusión.

La Eucaristía semanal debería ser para nosotros como un Monte Tabor, un momento para contemplar el rostro radiante de Jesús y escuchar la voz del Padre: este es mi Hijo Amado. Un momento para experimentar el consuelo del Señor que nos dice: Vengan a Mi cuando estén cansados o agobiados y yo os consolaré.

No podemos hacer tres tiendas, no podemos evadir la Cruz, hay que poner los ojos fijos en el Señor, negarnos a nosotros mismos, posponernos, y seguirlo por el camino de la entrega generosa.

Pero con dos certezas:

  • Que el como Buen Pastor camina con nosotros y nos sostiene, y nos levanta cuando nos caemos. Que como dice hoy San Pablo: Si Dios está con nosotros, quien estará contra nosotros? Que nada ni nadie nos pueden separar del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús.
  • Que al final del camino nos vamos a encontrar con El, vamos a llegar a la meta. Que todas las alegrías de esta vida no son sino pálidos reflejos de la alegría eterna, son como el Monte de la Transfiguración, pequeños y breves anticipos de la Resurrección.

Con estas dos certezas, sigamos recorriendo de la mano de María el camino de la Cuaresma.

Juan Carlos Rivva
Párroco