Hoy que celebramos el aniversario de la parroquia, contemplemos el corazón inmaculado y doloroso de María. María es un modelo para la Iglesia y para cada cristiano de cómo hacer de nuestra vida una ofrenda agradable a Dios. La Presentación de los Dones –que es la primera parte de la Liturgia Eucarística- nos habla justamente de eso: Hacer de nuestra vida una ofrenda agradable a Dios.
Toda la estructura de la misa está tomada de la celebración pascual judía y en concreto de las palabras y gestos de Jesús en la Ultima Cena, que se sintetizan en: Tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se los dio.
Primero, en la parte donde tomó el pan, la liturgia eucarística comienza con la Presentación de los dones, que antiguamente se llamaba Ofertorio.
En los primeros siglos la gente llevaba al altar el pan sin levadura y el vino para la consagración, y además toda clase de frutas, de alimentos y hasta de animales para el sostenimiento de la Iglesia y para ser repartidas entre los pobres. Este bello gesto, que hoy -por un criterio moderno de funcionalidad y practicidad- se ha reemplazado por la colecta de dinero, es el modo como la celebración se hace nuestra. En la colecta y la presentación de los dones la ofrenda espiritual se hace visible en una ofrenda material.
Es el momento en el que el pueblo presenta su ofrenda a Dios para el sacrificio. Es mediante esta ofrenda que todos –incluso aquellos que no pueden comulgar- participamos del sacrificio de Cristo en el Calvario, para que ese sacrificio -que tiene un valor redentor infinito- sea aplicado a nosotros y a nuestras intenciones en la Misa.
Hace poco leía un texto de liturgia que decía que hoy la colecta ha perdido su sentido original, por dos razones:
Ahora bien, aunque pusiéramos toda nuestra vida y fortuna sobre el altar, siempre habrá una desproporción gigantesca, entre la ofrenda del hombre y la ofrenda de Dios, que es simbolizada en la pequeña gota de agua que se sumerge en el vino, para unirse a la sangre redentora del Señor.
Per huius aquæ et vini mystérium eius efficiámur divinitátis consórtes, qui humanitátis nostræ fíeri dignátus est párticeps. Por el misterio de la unión del agua en el vino, podamos participar de la divinidad, de aquel que se digno participar de nuestra humanidad.
Y luego el sacerdote presenta el pan y el vino, que son fruto de la tierra y de la vid, así como del trabajo del hombre, (hermosa síntesis de la gracia y de la colaboración humana) reconociendo que lo hemos recibido de su generosidad y que por ello queremos ofrecérselo como un signo de amor y gratitud.
No basta ofrecer, es necesario que la ofrenda sea aceptada y recibida por Dios. Por ello suplicamos al Padre que reciba nuestra ofrenda, no por nuestros méritos, siempre insuficientes, sino por los méritos de nuestro Señor Jesucristo. Por eso el sacerdote dice: Esta ofrenda mía y vuestra, no dice simplemente NUESTRA. El sacerdocio del ministro es cualitativamente distinto al sacerdocio de los fieles. Porque el sacerdote actúa en la persona de Cristo que ofrece al Padre la ofrenda del pueblo uniéndola a su propia ofrenda en la Cruz.
La presentación de dones nos enseña a hacer de nuestra vida cotidiana una ofrenda agradable a Dios. La historia de esta parroquia es la historia de una comunidad de hombres y mujeres que a lo largo de 26 años han trabajado poniendo con humildad y generosidad sus cinco panes y dos peces, para colaborar con el Señor en el sacrificio de Cristo que se hace presente en el momento de la consagración. Es una historia de salvación -entretejida de dolores y alegrías, de pecado y gracia- de una porción del pueblo de Dios que se experimenta como una comunidad de fe.
Hoy Jesús nos dice: Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. Jesús ofrece su carne como alimento para cada uno y para toda la comunidad, esa misma carne que tomó de las purísimas entrañas de la Virgen María.
María es modelo de la Iglesia Oferente. Así como Ella ofreció su carne inmaculada para que Dios se haga hombre, también ofreció su sacrificio de Madre al pie de la Cruz, uniéndose al sacrificio de su Hijo, así nosotros ofrezcamos cada domingo nuestros dones en el altar, pongamos nuestras cada domingo sobre el altar, para que así nuestro pequeño sacrificio se una al sacrificio reconciliador de Jesucristo. Asi sea, Amen.