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Santa Misa de la Cena del Señor – Homilía Jueves Santo 20e4

Esta tarde nos reunimos a celebrar una misa especial. Es verdad que en el fondo todas las misas tienen el mismo valor, pero hoy, nosotros conmemoramos la última cena. Ese momento en que Jesús quiso hacernos el regalo más grande: La Eucaristía. Y junto con ese regalo también el regalo del Sacerdocio. Cada uno de ustedes hoy ocupa en la mesa del Señor el lugar de los apóstoles. Y sin ningún mérito de parte mía, yo ocupo el lugar del Señor, el lugar del maestro.

Sinceramente, estoy muy emocionado, tanto como Jesús podría decir hoy: «He deseado con ansias comer esta pascua con ustedes antes de padecer».

Celebramos esta misa de la cena del señor en el año de nuestras bodas de plata. Desde hace veinticinco años todos los Jueves Santos esta comunidad parroquial se reúne presidida por su párroco para recordar la cena del señor.

Desde hace veinticinco años, el sacerdote como buen pastor se inclina para lavar los pies de sus ovejas. Desde hace más de 25 años, aquí en este territorio, en esta urbanización de Camacho, donde primero fue en un parque, luego en una choza, en una capilla improvisada, y finalmente en este hermoso templo se reúne la comunidad para celebrar juntos la Eucaristía.

El documento de aparecida, que tanto gusta citar al Papa Francisco, porque él mismo participó en la redacción de este importante documento. Este documento dice que la parroquia esta llamada a ser casa y escuela de comunión. La parroquia no es un edificio. no es simplemente el templo, ni las oficinas, ni los salones. La parroquia es una comunidad, una comunidad viva de fieles, que quieren vivir una experiencia viva de comunión primero con Dios, y de comunión entre si, como una verdadera familia espiritual.

Yo quisiera que centremos la reflexión en el tema de la comunión: ¿Es nuestra parroquia en verdad un casa y escuela de comunión?

Hace poco tuve una reunión con un grupo de amigos que nos reunimos a veces un grupo de parejas. Y una señora dijo algo que me dolió mucho: «En realidad yo prefiero ir a otra capilla porque, en esa capilla todos nos conocemos. No es como una parroquia que, de alguna manera, es una multitud de gente desconocida».

Y me dolió porque en el fondo, es verdad. De alguna manera, es cierto. ¿Tu conoces a las personas que están en al banca de atrás? ¿Conoces a los que están en la banca de adelante? ¿Sabes donde viven? ¿Sabes cuales son sus alegrías, sus preocupaciones o como es su familia?

En un sentido es cierto que no nos conocemos, pero por otro lado, también es verdad que la verdadera comunión no consiste en conocernos el uno al otro. No consiste en los lazos de amistad. ¡Hay una comunión profunda en esta parroquia!

En el tiempo que llevo siendo párroco, soy consciente del cariño que le tiene la gente a la parroquia, de como sienten las personas que la parroquia es realmente su casa. Y esa comunión se construye porque hay una historia viva en esta casa, porque ustedes mismos han construido esta Iglesia. Porque quizás le han dedicado mucho tiempo a realizar actividades profondos para construir esta parroquia, o porque quizaá aquí se han bautizado, se han casado, porque aquí se han enterrado a sus abuelos, porque vienen a buscar el perdón de Dios en el sacramento de la confesión, porque vienen con frecuenta a buscar el rostro del Señor en la capilla del Santísimo y abrirle el corazón, y porque saben que la madre conoce tu corazón y esa madre te mira y esa madre sabe de tus alegría y dolores.

¡Como no amos a vivir una verdadera comunión como hermanos! Pero la comunión, queridos hermanos, es un «ya» y también un «todavía no». Ya vivimos esa comunión, pero la comunión tiene que crecer. Y la comunión crece, como dice el Papa Francisco, cuando se vive la cultura del encuentro. Así crece esa comunión.

Pero la fuente misma de la comunión es la Eucaristía. La Eucaristía es el centro de la vida de la Iglesia. La Iglesia vive de la Eucaristía. La parroquia vive de la eucaristía. La eucaristía es el corazón de la parroquia. Es en la eucaristía cuando compartimos la mesa del señor, cuando escuchamos su palabra, cuando nos alimentamos de su cuerpo.

Es en la misa de todos los días, de todos los domingos, en que se construye la parroquia. Y aunque seamos distintos, somos todos un cuerpo, como esos granos de trigo que forman un pan y todos comemos de ese pan.

La comunión no solamente encuentra su fuente en esa eucaristía. La comunión también crece cuando uno comparte, cuando uno vive la caridad. el verdadero termómetro para saber como esta nuestra fe es cómo vivimos la caridad con el hermano, especialmente el pobre, el que más lo necesita.

El papa nos insiste que quiere una Iglesia en salida, en una conversión misionera. Como vamos a celebrar nuestros 25 años solamente mirándonos a nosotros mismos con una mirada autoreferente, pare decirnos «que buenos somos». O vamos a construir esa comunión entre nosotros y compartirla con los demás?

Los que fundaron esta parroquia tuvieron un desafío inmenso: Construir esta casa, y vaya que lo cumplieron bien. ¿Cual es nuestro desafío, hoy después de veinticinco años? A veces es mas difícil construir una comunidad que construir un edificio. Yo reconozco mi pobreza, mi limitación, mi fragilidad y por eso a veces le digo al Señor cuando celebro la Eucaristía: ¿Que mas puedo hacer?, ¿Qué mas puedo hacer con estos fieles que me confías? Poder consagrar tu cuerpo y tu sangre es lo mejor que puedo hacer y lo único. En el fondo es en la Eucaristía en que podemos nutrirnos para poder salir.

Jesús decía: Si yo que soy el maestro les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies unos a otros. Así como el señor dio su vida por nosotros, nosotros también debemos dar la vida por los demás.

Que María nuestra madre nos enseñe a tener esa disponibilidad, esa generosidad, que nos enseñe a amar cada día mas la Eucarisitía, y que nos enseñe a salir al encuentro de los que mas nos necesitan.