En la vida de Santa Rosa se cumple el Evangelio que hoy acabamos de escuchar. La semilla pequeña de mostaza, que se convirtió en un gran árbol que ha producido abundantes frutos y en el cual muchas aves han puesto su nido. Una pequeña porción de levadura que es capaz de fermentar toda la masa.
Rosa fue una hermosa joven que vivió 31 años en el Cercado de Lima. La mayor parte del tiempo con sus padres, ayudándolos en las tareas domésticas y en las premuras económicas que pasaron. Amando intensamente a Jesús, con quien se desposó místicamente y socorriendo a los más necesitados. Nunca viajó más allá de Quives, donde fue confirmada a los 11 años por Santo Toribio de Mogrovejo, quien le puso el nombre Rosa de Santa María.
Y, sin embargo, esta joven laica ha sido tan importante para la Iglesia, no solo del Perú, sino de toda América. Más importante que muchos obispos y cardenales.
Cuantas ciudades, diócesis, parroquias, seminarios tienen por patrona a Santa Rosa. Sólo en Perú hay más de 72 pueblos con su nombre. Se han escrito más de 400 biografías sobre ella.
¡Qué importante es la santidad! Que importante es desear ser santos y poner todos los medios para colaborar con la gracia en el camino a la santidad, que consiste en cooperar para que esa semilla de la gracia bautismal se despliegue en nosotros.
Hoy que contemplamos horrorizados cuanta corrupción hay en el mundo y cuanto pecado existe dentro de la Iglesia. Cuantos crímenes y abusos han sido cometidos, incluso por aquellos que ostentan más importantes, por pastores que en lugar de cuidar las ovejas se han aprovechado de ellas. Problemas no solo de pedofilia, sino redes de homosexualidad en los seminarios, alimentadas por una agenda y lobby progay y contra el celibato en algunos círculos eclesiales.
Hoy es frecuente escuchar a mucha gente decir: Creo en Cristo, pero no creo en la Iglesia. Son muchas las personas que se han alejado de la Iglesia a causa de los escándalos.
Estamos viviendo un tiempo de crisis. La dolorosa crisis que vivimos en el Sodalitium, es una manifestación de una crisis más profunda y extensa en la Iglesia y en la vida consagrada.
Es verdad, que la mayoría de sacerdotes y consagrados son fieles y ejemplares, que viven entregados a servir al Señor y a los hermanos y que no salen en los noticieros. Pero, no podemos por ello, cerrar los ojos a la profunda y extensa crisis moral que atraviesa la Iglesia, en medio de la crisis de valores que vive el mundo de hoy.
La crisis no está sólo en los abusos sexuales o en la decadencia moral del clero, sino sobre todo en la confusión doctrinal y en el relativismo moral. Cuántas veces en nombre de una mal comprendida misericordia, se cuestiona la sacralidad de la vida humana, la indisolubilidad del vínculo matrimonial, la identidad sexual natural o el valor del celibato. Como decía el Papa Paulo VI: el humo de Satanás se ha infiltrado dentro de la Iglesia, o como denuncia el profeta Isaías: ¡Ay de los que llaman al mal bien y al bien mal, que tienen las tinieblas por luz y la luz por tinieblas, que tienen lo amargo por dulce y lo dulce por amargo! (Is 5,20)
Ya en el año 2005, el entonces Cardenal Ratzinger denunciaba en el Vía Crucis del 2005:
¡Cuánta suciedad en la Iglesia y entre los que, por su sacerdocio, deberían estar completamente entregados a él! ¡Cuánta soberbia, cuánta autosuficiencia!…¡Qué poco respetamos el sacramento de la Reconciliación, en el cual él nos espera para levantarnos de nuestras caídas! También esto está presente en su pasión. La traición de los discípulos, la recepción indigna de su Cuerpo y de su Sangre.
Y concluía con esta súplica:
Señor frecuentemente tu Iglesia nos parece una barca a punto de hundirse, que hace aguas por todas partes. Y también en tu campo vemos más cizaña que trigo. Ten piedad de tu Iglesia: Satanás se alegra, porque espera que ya nunca podremos levantarnos; espera que Tú, siendo arrastrado en la caída de tu Iglesia, quedes abatido para siempre. Pero Tú te levantarás. Tú te has reincorporado, has resucitado y puedes levantarnos. Salva y santifica a tu Iglesia. Sálvanos y santifícanos a todos.
Estamos viviendo un momento crítico en la historia de la salvación. Un tiempo de prueba, de purificación, de escándalo, de confusión, pero también un tiempo de renovación, que exige de nosotros fidelidad y santidad.
Tenemos que ser santos para hacer a nuestra Iglesia más santa. Como enseñaba San Juan Pablo II, en la Reconciliatio et Paenitentia: Toda alma que se eleva, eleva al mundo y embellece a la Iglesia; por el contrario, el que se rebaja por el pecado, rebaja consigo a la Iglesia y al mundo entero.
Que Santa Rosa interceda por la Iglesia y que recordemos las palabras de Jesús: Sin Mí no pueden hacer nada (Jn 15,5).
Juan Carlos Rivva
Párroco