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Solemnidad de la Sagrada Familia – 28 de diciembre de 2014

Esta fiesta es muy apropiada para este tiempo, porque en estos días la mayoría de las familias se reúnen, pasan tiempo juntas, a veces los hijos que están lejos vienen a visitar a sus padres, o uno se reencuentra con los hermanos, los primos, los sobrinos. Como dice el Papa: Nos hace bien estar con nuestros seres queridos y construir una cultura del encuentro.

Por eso mismo, muchas veces se siente en estos días una nostalgia particular por el papá o la abuela que ya partió, o por el hermano que está lejos. O se experimenta un dolor profundo cuando estamos distanciados o en conflicto con las personas que más queremos.

La primera lectura: Honrar al padre y a la madre… Respetarlos y cuidar de ellos en la vejez. Hijo mío, sé constante en honrar a tu padre, no lo abandones mientras vivas; aunque chochee, ten indulgencia, no lo abochornes mientras vivas. La caridad con el padre no se olvidará, será tenida en cuenta para pagar tus pecados. A la luz de esta lectura y viendo el testimonio de estos dos ancianos Simeón y Ana que aparecen en el Evangelio, quisiera decir una palabra sobre el papel de los ancianos en la sociedad y en la familia. Empiezo por reivindicar la palabra anciano, que no tiene ningún contenido peyorativo. En la Iglesia a los sacerdotes se les dice presbíteros, que quiere decir los ancianos, y la palabra señor viene del latín «senex» que quiere decir viejo.

En las culturas antiguas los hombres y mujeres ancianos eran venerables y eran por su experiencia los pilares de la sociedad, que representaban la historia, las tradiciones, la doctrina, la sabiduría. Era un honor sentarse entre los ancianos.

Hoy en cambio, para ser competitivo en el trabajo, más importante que la experiencia es el manejo de las nuevas tecnologías, con lo cual las personas mayores son rápidamente desplazadas por los jóvenes. Y por eso, en esta cultura donde las personas valen por lo que producen, los ancianos no cuentan, se descartan, a pesar de que todavía puedan aportar muchísimo a la sociedad. Un pueblo que descarta a los ancianos es un pueblo sin identidad, porque no tiene memoria, porque no tiene raíces, y por ello tampoco sabe hacía donde dirigir su futuro.

El Papa Francisco contaba una historia que escuchó cuando era chico. Del abuelo que se ensuciaba la cara tomando la sopa en la mesa y era desagradable verlo así. Por eso el padre mando hacer una mesita especial para que el abuelo pueda comer solo y no fastidiara a la familia. Un día el papa llega a su casa y ve a uno de sus hijos cortando madera.

“¿Qué haces?”, le pregunta. “Una mesita”, responde el niño. “¿Y para qué?”. “Para ti, papá, para cuando tú te vuelvas viejo como el abuelo”.

Que importantes son los abuelos, que importante la sabiduría, la mesura, los consejos que pueden dar a sus hijos; cuanto sufren los ancianos al ver que los hogares de sus hijos se resquebrajan y ver el sufrimiento de sus nietos.

Que importantes para suplir muchas veces a los padres en la formación en la fe de sus nietos, San Pablo en la carta a Tito recomienda a las mujeres ancianas que enseñen a amar a las jóvenes, cuanta sabiduría se encierra en esta frase.

Y los ancianos por su parte deben ser capaces de adaptarse a los cambios y apreciar los valores que portan los jóvenes y no vivir creyendo que en su tiempo todo era mejor, deben ser prudentes y no impertinentes, (traición de Pedro), y deben ser un modelo de fe y de esperanza como Simeón y Ana que no se cansaron de esperar. Ustedes queridos ancianos nunca se cansen de esperar y de rezar por la conversión de sus hijos o la reconciliación de su familia.

Pidamos hoy al Señor por nuestras familias, demosle gracias por la familia que tenemos, con sus virtudes y defectos, con su historia donde quizás muchas cosas nos enorgullecen y algunas nos avergüenzan) y cuidemos las relaciones en nuestras familias, especialmente valoremos y cuidemos a nuestros ancianos.