Durante este tiempo en que estamos viendo el mundial, recuerdo claramente Medellín 89. Un sacerdote en Medellín, en el seminario, ante el triunfo del Nacional decía «¡Ojalá vibraras así por Cristo! Quizás alguno dirá «Padre, no pues, son dos cosas que no se pueden comparar». Y es verdad. Yo he practicado deporte competitivo y sé bien la pasión que se vive en el deporte. Es algo único.
Sin embargo, sí vale la pena preguntarnos hoy, en este tiempo que celebramos la solemnidad del Corpus Christi, si es que estoy tan atento a la misa como estoy atento a un partido de fútbol. ¿me esfuerzo por llegar a tiempo como me esforzaría por llegar al estadio antes de que comience el partido? ¿Lucho en mi vida por ser fiel con la misma «garra» con la que jugaría la final de un campeonato?
Bueno, queridos hermanos, bien ha dicho el Papa Francisco que «Jesús nos ofrece algo más grande que la Copa del Mundo, la posibilidad de una vida fecunda y feliz». Y cuando estemos frente al Santísimo Sacramento demos gracias a Dios por su presencia frente a nosotros.
Pensemos en el inmenso tesoro que significa la Eucaristía. Alguna vez, un amigo que se convirtió recién a los 50 años, luego de una vida muy accidentada, me contó que cuando descubrió que Jesús era Dios y que a Jesús lo podía encontrar en cada misa, decidió ir a misa todos los días. Y un día le pregunté: «¿Cómo te va con esa práctica? Él me respondió: «No imaginé de todo lo que me estaba perdiendo. Es increíble que toda la gente que no va a misa o que no comulga es porque no sabe lo que se está perdiendo».
A raíz de esto, quizás alguno de nosotros pueda preguntarse «cuál es la parde más importante de la misa». ¿La homilía? ¿La comunión? ¿El momento de la paz? Pero el momento más importante es la consagración junto a la plegaría eucarística, en la cual se ofrece a Dios el santo sacrificio. En la consagración ocurre algo maravilloso: la transubstanciación.
En la transubstanciación cambia la sustancia, pero permanece la apariencia, permanece el accidente. Yo sigo viendo pan, yo sigo viendo vino, pero la Fe me dice que el pan se ha convertido en el Cuerpo de Cristo y el vino en su Sangre Santísima.
En cada Eucaristía se renueva el sacrificio del Calvario y se hace presente Jesucristo todo entero, de modo verdadero, real y sustancial: con su Cuerpo y con su Sangre, con su Alma y su Divinidad.
Una vez me reuní con un grupo de universitarios y les pregunté: «¿Ustedes creen que cuando comulgan comen el Cuerpo de Cristo o comen un pedazo de pan que simboliza el Cuerpo de Cristo?». Y la respuesta fue increíble: Creyeron que el pan era un simple simbolismo. Justamente, esa es la doctrina protestante sobre la Eucaristía.
Cristo se hace presente todos los días, a cada momento, en un fragmento del pan. Y es el amigo que siempre te está esperando en el Sagrario, en las miles de capillas del Santísimo, en las cuales te dice «Ven a Mí cuando estés cansado o agobiado».
Muchos deciden aliviar sus angustias o sus problemas del momento tomando antidepresivos o acudiendo a un psicólogo, a alguna persona que lea las cartas, o algún baño de energía, o simplemente se refugia en el alcohol, las drogas y la pornografía. Pero queridos hermanos, no nos engañemos, la mejor ayuda de todas te la ofrece Jesús. Él te dice «No tengas miedo, yo voy a estar contigo todos los días, ven a mí cuando estés cansado o agobiado y encontrarás alivio para tus fatigas. El nos quiere dar su paz, una paz que es más profunda que nuestros problemas».
Busquémoslo a Él. Así como uno hace lo imposible para no perderse un partido del mundial, así debemos buscar al Señor. Y no tengan miedo en buscarlo, que sea cual sea la situación, Él siempre estará disponible.
Que así sea, Amén.