Homilía a la familia Sodálite, el 8 de diciembre de 2015 en la Parroquia de
Nuestra Señora de la Reconciliación
Mons. Adriano Pacífico Tomasi, OFM – Obispo Auxiliar de Lima
–
Hijos e Hijas de la Gran Familia Sodálite:
El Papa Pio IX proclamó en el año 1854 el dogma de la Inmaculada Concepción
de María, pero muchos siglos antes, el amor de la gente de fe sencilla veneraba
la plenitud de la santidad de María Virgen a la que los Evangelios llaman
«llena de gracia”, «madre del Salvador”, y se había formado desde antiguo
la tradición según la cual “Dios la había preservado de todo pecado y de
toda corrupción, por un privilegio singular, al haber sido escogida por Dios
para ser la Madre de su Hijo, Jesús Salvador.”
Es ésta de la Inmaculada también una fiesta de gran Esperanza para todos
nosotros porque lo que ha acontecido en ella es el anticipo de la victoria de
Cristo resucitado sobre la muerte y el pecado.
Hace 44 años Luis Fernando y quienes entonces le acompañaban, no pudieron
encontrar otra fecha más acorde con el amor y la devoción del todo particular
que profesaban a nuestra Santa Madre que esta fiesta de la Inmaculada, la
“Tota Pulchra», y por eso el 8 de diciembre de 1971 daban vida al Sodalicio de
Vida Cristiana, al que más adelante se integrarán las Fraternas y las
Siervas.
Era el Sodalicio, una nueva realidad eclesial que suscitaba el Espíritu Santo
como fruto del Concilio Vaticano ll, terminado pocos años antes, una nueva
realidad que ha dado y sigue dando grande frutos que nacen de un nuevo carisma,
que enriquece a la Iglesia con grandes dones espirituales, distinguiéndose por
la fidelidad a la Iglesia y a los Pastores, en el servicio generoso y la caridad
a los más amados de Jesús y en la evangelización a través de religiosos y
religiosas, laicos y laicas consagrados, bien preparados para asumir los
desafíos de nuestros tiempos y testimoniar a Cristo y su Evangelio en todo
lugar donde la Iglesia les llame.
Por eso, en esta fiesta de nuestra Madre la Inmaculada nos reunimos entorno a
este altar, para darle gracias al Señor por los 44 años de vida del Sodalicio
de Vida Cristiana y pedir la intercesión de nuestra Madre, Nuestra Señora de
la Reconciliación, para que esta familia espiritual tan grande y
evangelizadora, pueda seguir sirviendo a Dios y a su Iglesia hasta que Él
quiera.
Pero, sabemos muy bien, hermanos, que todas las obras de Dios y hasta la misma
Iglesia han navegado y van navegando mares en tempestad que llegan a suscitar
miedos, sufrimientos e inseguridades como esa tarde en el mar de Galilea, y casi
nos hacen olvidar que al ser obras de Dios, es Él quien las conduce y no
dejará naufragar las obras de su Espíritu y de sus manos.
Ciertamente el dolor y la vergüenza que viven en este momento ponen a prueba su
vocación, su identidad y su consagración, y pueden llegar a ponerlo todo en
discusión, y reviven en su alma esa tercera lamentación de Jeremías profeta:
“Mi alma está alejada de la paz, he olvidado la dicha. Digo: ¡ha fenecido mi
vigor y la esperanza que me venía de Yahvéhl” Pero, no olvidemos que
después el profeta exclama: “Pero me digo: el amor de Yahvéh no se ha
acabado, ni se ha agotado su ternura; cada mañana se renuevan: por eso en él
espero”.
Al reconocer que el Señor nos ha escogido y nos ha llamado a todos sin méritos
propios y sólo por su Amor incondicional pese a ser nosotros vasijas de barro,
debemos aceptar con humildad la fragilidad y el pecado, que se hacen más
dolorosos cuando son del todo inesperados. Pero su actitud queridos hermanos, no
ha de ser de miedo sino de valentía: reconocer el pecado y orar por el pecador;
orar sobre todo por las víctimas y hacer todo lo posible para que se les haga
justicia, se repare el daño y se les acompañe con el afecto y la compasión
que les recompense y ayude a sanar.
Pero al mismo tiempo, dejen ustedes que quien tiene la debida autoridad y
responsabilidad, asuma la delicada tarea de soportar las críticas y acusaciones
y de asesorarse debidamente para tomar las medidas oportunas y responder a la
justicia y, al mismo tiempo, hacer que su familia siga cumpliendo como hasta hoy
con su misión de evangelización y caridad. Esto no significa ignorar lo que ha
pasado, sino dejar que quienes tienen el deber asuman las consecuencias y las
resuelvan, mientras todos ustedes van cultivando la Oración por todos los
involucrados, invocando la Misericordia de Dios que, como dice Papa Francisco:
“acaricia nuestros pecados. Nos habla de la misericordia divina como una gran
luz de amor y de ternura, es la caricia de Dios sobre las heridas de nuestros
pecados”.
Recordando la palabra de san Pablo a su discípulo: “Acuérdate de Jesucristo,
acuérdate de Jesucristo crucificado”, acepten con humildad una realidad que
causa vergüenza y sufrimiento, pero al mismo tiempo recuerden que por eso
Jesús está en la Cruz, y que por su bondad ustedes, los que forman la gran
familia Sodálite, son ajenos a este delito.
Tomen en cuenta también que el buen Dios ha querido que vivan esta experiencia
de fragilidad en el Año que la Iglesia consagra al amor misericordioso de Dios.
Por eso, vivan este tiempo de renovación y reconciliación, dejando de lado los
juicios y los chismes, y dándole gracias a Dios que les concede vivir estos
tiempos de la prueba, con la paz y la serenidad en el alma.
Cuando María quedó embarazada no se dejó amilanar por los chismes y
prejuicios: confiaba en Dios y le apremiaba la caridad, por eso fue de prisa a
la montaña para asistir a su pariente Isabel. Siguiendo su ejemplo, ustedes
también vayan entregándose más a la Oración, a la Caridad y a la
Misericordia, confiándolo todo en Dios y en su santa Madre, y encontrarán en
esto el bálsamo que sana sus heridas.
Y frente a la avalancha de acusaciones y críticas, no pierdan la paz y la
serenidad, y actúen con sentido crítico y discernimiento, de acuerdo a estas
palabras del gran convertido al catolicismo en el siglo XX, Chesterton: “Quien
no ama a la Iglesia ve los defectos de sus hijos e hijas. Quien la ama todavía
los ve mejor: pero no ve solamente esos defectos, ve también sus virtudes, que
todavía hoy, a pesar de tantas crisis, las hay en abundancia”. Estas palabras
les ayuden a saber discernir, cuando lean o escuchen palabras acusadoras,
sabiendo de quiénes vienen.
Y recuerden la que decía un santo Obispo italiano, Mons. Tonino Bello: “No
hay pecado, no hay tristeza espiritual de la que el Señor no nos pueda sacar.
No permitas, María, que caigamos en el sacrilegio de creer que nuestro pecado
sea más fuerte del perdón y del amor de Dios”.
Y aprecien y valoren siempre más a su familia religiosa, a su fraternidad y a
sus comunidades, con sus fragilidades y pequeñeces, porque hay momentos en la
vida que son muy especiales, como son los momentos del sufrimiento y de la
prueba. Y al compartir esos momentos con quienes aprecias y van contigo en el
camino de la vida, se vuelven más preciosos y santificadores.
Que la Virgen, nuestra Madre Inmaculada, los cuide y proteja con su Amor de
Madre. Amén.