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Homilía del domingo 14 de setiembre de 2014

¿Por qué suceden tragedias en la vida?

¿Por qué así es la vida? ¿Por qué nuestra vida es contingente y frágil, y ninguno de nosotros está libre de tener un accidente, un cáncer o de vivir situaciones tristes y dolorosas?

Tiene que existir una mejor respuesta a esa pregunta. Dios no causa el mal, pero lo permite por alguna razón, y Dios tiene un designio, un plan para cada persona. Si no existe un Plan de Dios, si no existe una mejor respuesta a la pregunta ¿Por qué? Entonces la vida, el sufrimiento, la muerte misma no tendrían sentido. Nuestra vida no estaría en las manos de Dios, sino en las manos de la suerte, del absurdo, de la casualidad, del vacío.

Una cosa es no conocer la respuesta y otra muy distinta que no exista una respuesta. Hay muchas cosas que suceden en nuestra vida cuyo sentido no comprendemos, pero que tienen un sentido, quizás solo comprenderemos el sentido con el paso del tiempo, o quizás solo lo comprendamos cuando estemos en la eternidad, y podamos pasar del caminar en la fe a la visión, a ver nuestra vida con la mirada de Dios.

Veamos el caso San Juan Pablo II: Su madre murió a los 9 años, su único hermano cuando tenía 12, y su padre cuando tenía 21 años. Fue testigo de la ocupación y crueldades primero de los nazis y luego de los rusos comunistas durante su juventud. Dios lo estaba preparando para algo que quizás el no comprendía.Y finalmente, descubrió que el Señor lo llamaba a amar en grande, a servir a los demás.

La Cruz es la respuesta de Dios frente al misterio del dolor y del sufrimiento
En la Cruz contemplamos a Jesús Crucificado. ¿Quién era? Jesús no era simplemente un hombre condenado injustamente, sino el mismo Dios hecho hombre que entregó su vida libremente por amor y que quiso cargar sobre sí todos los sufrimientos de la humanidad.

La Cruz es la paradoja más desconcertante.

  1. La Cruz era la muerte más infame, la muerte reservada para los peores criminales. En la Cruz, pareciera que el proyecto de Jesús ha fracasado, Jesús padece el odio, la violencia, la traición, la crueldad y el desprecio de todos; los judíos y los romanos se burlan de Él y le dicen, si eres el Hijo de Dios, bájate de la Cruz para que creamos en Tí.
  2. En la Cruz, el Señor estaba salvando y reconciliando a toda la humanidad. La Cruz es el campo de combate donde Jesús el guerrero, el Hijo de David, libra su última batalla y vence el poder del enemigo. Él vence el poder de la violencia con el poder del amor, del perdón, de la no-violencia.

Carga sobre sí los pecados de la humanidad y pide al Padre que perdone a sus enemigos porque no saben lo que hacen. La clave para entender la Cruz es la afirmación del Señor: «A Mí nadie me quita la vida, yo la entrego porque quiero».
Y así Jesús transforma el dolor y la muerte, de una maldición, en una bendición, en un camino de salvación.

Pero que quede claro: Los cristianos no somos masoquistas, no es que consideremos el dolor, la enfermedad o la muerte como un bien, son un mal, una desgracia. Pero esas desgracias pueden ser el medio del que Dios se vale para salvarnos y reconciliarnos.

Y la cruz no tendría sentido si el Señor no hubiera resucitado al tercer día, así como el dolor y la muerte no tendrían sentido si no existiera la vida eterna. ¿La muerte es una descracia? ¡Claro que es una desgracia, pero no es una desgracia definitiva y absoluta! No lo es porque existe la vida eterna y el camino a la salvación por el que Jesús nos abre las puertas del cielo. La única desgracia absoluta, queridos hermanos, es perder a Dios, perder la vida eterna.

El Señor nos dice hoy en el Evangelio: Porque tanto amó Dios al mundo… Yo creo que lo único que nos da paz y esperanza, cuando suceden desgracias en nuestra vida, cuando experimentamos la tristeza y el dolor, es saber que el Señor ha padecido todos esos dolores en la Cruz y que El ha resucitado y ha vencido la muerte y nos muestra la luz al final del túnel.

La Fe nos asegura que el Amor de Dios es más fuerte que el poder del pecado y de la muerte. Y esa fe es la que nos sostiene en los momentos más difíciles de nuestra vida.

Revisemos cual es nuestra actitud ante el dolor, ante esas cruces pequeñas o grandes de la vida cotidiana. Pidamos al Señor que nos conceda esa Fe, esa Fe que tuvo María al pie de la Cruz, esa Fe para descubrir en la Cruz y en la Resurrección la respuesta frente al porqué del misterio del dolor y de la muerte.