Cuando nos preparamos para rezar el Via Crucis, especialmente en Cuaresma, nos preparamos para meditar el camino a la cruz del Señor Jesús.
Un camino que luego de su muerte, cuenta la tradición, siguieron su Madre y sus discípulos como una práctica piadosa en memoria del sacrificio de amor de Nuestro Señor.
Los viernes de Cuaresma a través del Via Crucis, los cristianos acompañamos los pasos de Cristo rumbo al Calvario, con el corazón conmovido, esta oración es un gran recuerdo para cada uno de nosotros.
Pero hay un punto que a veces solemos perder de vista. Jesús vino al mundo y se hizo hombre para vivir con nosotros el dolor y lo temporal de la carne.
Su camino, lleno de caídas y de dolor es un recuerdo de lo que es el camino del ser humano. Un camino actual y que recorremos día tras día.
Jesús como único camino
Desde el momento de la caída inicial (y motivo de la misma), los hombres nos hemos empecinado en definir nosotros mismos el significado del bien y del mal.
Elegimos ser autorreferentes, nuestros propios dioses, en lugar de seguir el camino del Creador. Las consecuencias han sido y siguen siendo (porque repetimos la historia una y otra vez) la desdicha y la destrucción.
En este año tan particular para la humanidad, queremos meditar juntos el camino de la cruz recordando que es como nuestra propia historia. Sí, la tuya y la mía, la que vivimos a diario.
Durante los viernes de Cuaresma estaremos meditando cada una de las 14 estaciones del Via Crucis. Aquí te dejamos la primera entrega que comprende las tres primeras estaciones.
Si aún no sabes cómo rezar el vía Crucis, aquí te lo explicamos paso a paso. ¡Empecemos!
1.Primera Estación —Jesús es sentenciado a muerte
Vía Crucis: Reflexión de cada estación
Desde el momento en que nacemos estamos sentenciados a muerte. No hay verdad más clara que esta. Qué difícil ver o reconocer esta sentencia en un recién nacido. Tanta ternura, toda una vida por delante. La inocencia de su rostro, ¿cómo algo tan tierno puede tener un destino tan duro?
Jesús mío, ¡qué difícil es aceptar el destino de la muerte! Qué duro es tener que renunciar a una vida que queremos para siempre. Dios mío el miedo es grande, necesito de tu fortaleza.
Ya no soy aquel pequeño niño, he pecado mucho. Me he resistido a seguir tus mandatos, esos que solo quieren mi bien, pero mi carne es tan débil.
Que esta vida mía no sea una vida muerta, que mientras recorro este camino, mi vida esté llena de ti. Que este cuerpo frágil y temporal esté siempre fortalecido por tu espíritu.
Sentenciado a muerte camino junto a ti, tu eres mi fortaleza, acepta mi compañía, no quiero estar solo. ¿Dónde están todos los que me acompañaban? Frente a la muerte vamos solos, pero yo quiero ir contigo.
Quiero enfrentarme a ese juicio, que aún me parece lejano, de tu mano. Vamos Señor, caminemos juntos.
2. Segunda Estación —Jesús con la cruz a cuestas
Vía Crucis: Reflexión de cada estación
Mi vida es hermosa Señor, es tan bueno estar vivo, contemplar tu creación, los amaneceres lentos y los atardeceres que pintan todo de naranja.
Tanto por hacer, estar vivo es un mundo de posibilidades. Tantos caminos por seguir. ¡Cómo quiero vivir intensamente! Recorrer el mundo, descubrir cada rincón y vivir las más grandes aventuras.
El mundo me ofrece tantas cosas, Señor. Suelo olvidarme de ti, sobre todo cuando no tengo dificultades y todo parece ir tan bien. Discúlpame, Señor, no quiero cargar la cruz.
Tú que me lo has dado todo, lo sé. Pero, Señor, ¿por qué tiene que ser tan difícil?, ¿por qué una cruz?
Tu amor es tan grande que, aunque yo te abandone, Tú cargas la cruz por mi, siempre fuiste Tú. Mis dolores, los conoces. Mis debilidades, las conoces. Mis tantas miserias, Tú conoces todo de mí, Señor.
Ayuda a este pobre corazón a volver a ti. Y mientras me caigo, tu cruz me levanta. Vamos Señor, cargo mi cruz, caminemos Juntos.
3. Tercera Estación —Jesús cae por primera vez
Vía Crucis: Reflexión de cada estación
Te he abandonado, Señor. Una vez más, y Tú has caído adolorido por el peso de mis pecados. Si solo entendiera que al abandonarte soy yo el que cae, Señor.
El mundo, el mundo tiene la culpa. Hay tantas cosas que me distraen, que me gustan tanto. No puedo rechazarlas, son más fuertes que yo. No quiero la cruz, Señor y te he abandonado.
Me pesa el abandono, pero me pesa más aún la soledad de mi vida sin ti. Nada tiene sentido, estos atardeceres anaranjados me recuerdan a ti. Te necesito en mi vida, Señor. ¿Cómo puedo volver si te he abandonado? No merezco ya nada de ti.
Nada ha salido como quería, Señor. Me pesa el dolor que llevo dentro, me pesan las injusticias de este mundo. Yo también he sido injusto, Señor. El único justo eres Tú, déjame volver a tu lado, ayúdame a levantarme. La cruz pesa. Vamos, Señor. Caminemos Juntos.
Esperamos que estas reflexiones del Vía Crucis te hayan gustado y puedas compartirlas con tus familiares o amigos. Te dejamos algunos recursos que pueden servirte ¡Nos vemos el otro viernes!
En la entrega pasada, reflexionamos en las tres primeras estaciones del Vía Crucis. Hoy pasaremos a las siguientes con el corazón dispuesto y el alma sedienta de amor. Hagamos que esta Cuaresma sea involvidable. ¡Empecemos!
4. Cuarta estación: Jesús se encuentra con su madre
Vía Crucis: reflexión de cada estación (segunda parte)
María, la más pura y hermosa entre todas las mujeres. Su corazón tierno y maternal te acogió en su vientre, cuido tus pasos, veló tu sueño y alimentó tu cuerpo con el suyo.
María, tu primer discípula. Un corazón unido al tuyo por toda la eternidad. La elegida, tu madre y que ahora también es mía.
La Inmaculada Concepción, corazón puro y sin pecado. ¿Cómo poder entender tanda maldad en el mundo? Están matando a su Hijo, sus ojos se encuentran con los tuyos, Señor.
Tu dorso está en carne viva. Esa frente que tantas veces acarició y besó, ensangrentada, atravesada por las espinas. María, tu corazón se ha quebrado y el de tu hijo al verte también, y aún así, te consuela.
El viejo Simeón tenía razón, tu corazón ha sido atravesado. Señor, yo también me he encontrado con mi madre. Lamento tanto las lágrimas derramadas por esos ojos dulces.
Quisiera nunca haberla hecho llorar, pero soy tan débil. ¡Cuántas veces me he olvidado de ella! Y ella, sin embargo, nunca me ha abandonado. María, madre nuestra, camina su propio calvario. Vamos Señor, con María, caminemos juntos.
5. Quinta estación: El Cirineo ayuda al Señor a llevar la cruz
Vía Crucis: reflexión de cada estación (segunda parte)
La Cruz pesa. El Cirineo es esa imagen que nos recuerda a todos los cristianos el motivo de nuestra misión: servir a los demás y a través de este servicio amarte a ti Señor.
A ti que durante toda nuestra vida has estado cargando con el peso de nuestros pecados. A ti Señor, que también tienes sed de nosotros.
Que tu amor es tan grande que, en este momento de dolor, y siempre, necesitas que volvamos a ti. Que ayudemos a cargar con esa cruz que casi rompe tu espalda.
Quiero ser ese Cirineo Señor. Quiero poder dejarlo todo y aunque me cueste, escoger estar a tu lado y cargar con mi cruz.
Ya no sé si soy yo quien te ayudo o eres tú el que me llevas. A tu lado la cruz pesa, pero la carga se hace ligera. ¡Vamos Señor!, caminemos juntos.
6. Sexta estación: La Verónica enjuga el rostro del Señor
Vía Crucis: reflexión de cada estación (segunda parte)
«Tu rostro buscaré Señor, no me ocultes tu rostro» ¡grito como aquel Salmista, que te busca desesperadamente! Pareces tan lejano, Señor.
Tan ausente a veces y yo te necesito. Y, sin saberlo yo, ahí estás tú, en cada rostro doliente. En todo aquel que sufre, incluso en aquellos que desprecio o frente a los que soy indiferente.
La Verónica, se acerca y con ese corazón compasivo que te ama, hace un gesto que nos acompañará toda la vida. Enjuga tu rostro. Un pequeño alivio en semejante viaje Señor.
Y tú, ¿cómo respondes? Quedándote con ella y dejando como señal tu rostro impreso no solo en aquel pedazo de tela. Tu rostro se quedó impreso en su alma.
¿Cómo podría ser yo tu Verónica?, ¿cómo podría yo también aliviar el dolor de otros, aliviar tu dolor Señor? Quiero verte en los demás, no me escondas tu rostro, Señor.
Ayúdame a superar mi miedo al dolor, mi miedo a ver cara a cara la miseria de lo humano y poder ofrecer mis manos para enjugar los rostros de aquellos que necesitan un descanso en el camino. ¡Vamos, Señor! Caminemos juntos.
Que estas reflexiones del Vía Crucis que venimos compartiendo contigo estos viernes de Cuaresma, puedan servir para acercar un poco más tu corazón al sacrificio de amor divino que Nuestro Señor hizo por cada uno de nosotros. ¡Hasta el siguiente viernes!
En la primera y la segunda entrega meditamos hasta la sexta estación. Hoy reflexionaremos la séptima, octava y novena estación del Vía Crucis.
Sigamos acompañando al Señor, o tal vez sea más preciso decir que Él es quien nos acompaña en este caminar a veces incierto, a veces duro, pero siempre con un solo destino: la eternidad.
7. Séptima estación: Jesús cae por segunda vez
Vía Crucis: reflexión de cada estación (tercera parte)
Haz caído por segunda vez Señor, no puedo imaginar el peso de mis propios pecados, de los pecados de todo el mundo. Todos, los de antes, los de ahora, incluso aquellos que aún no hemos cometido.
¿Por qué tendrás que cargarlos tú, Señor? Es que no puede ser alguien más. Tan humano como yo has caído, y siendo inocente abrazas este encargo del Padre y te levantas. ¡Levántame también, Señor! Que yo sin ti no puedo.
¿Cómo continuar? Tu espalda rasgada por los látigos que apresuran tu paso, y por esa cruz que parece incrustarse ya en tu piel. Una cruz que empieza a formar parte de quién eres.
La cruz que ahora contemplo, fríamente, colgada en una pared. Pareciera que se me olvida todo lo que aquello significa. El madero empieza a arder en mi mente y en mi corazón. Y te levantas, Señor. ¡Vamos, caminemos juntos!
8. Octava estación: Jesús se encuentra con las mujeres de Jerusalén
Vía Crucis, ¡Vamos Señor, caminemos juntos! Meditación del Vía Crucis (tercera entrega)
Aquellas mujeres que han acompañado tu peregrinar en esta vida te esperan en el camino. Mujeres fieles, fuertes. Aquelllas que escucharon con atención, que salieron con urgencia a contar la buena nueva.
Que recibieron el agua nueva que les ofrecías. Aquellas mujeres que aprendieron de ti a amar con gran misericordia.
Sus ojos, llenos de lágrimas se han encontrado con los tuyos. Cómo detener ese dolor tan inmenso que aprieta sus pechos. Parece que ya nada tiene sentido. Es que sin ti Señor, ya nada importa.
En tu infinita ternura, y a pesar de todo tu dolor y sufrimiento, tienes espacio para ellas, para llevarles consuelo. Tú, víctima inocente, ¡las consuelas!
Les dices que no lloren por ti, les adviertes el sufrimiento grande que ellas y sus hijos podrían tener, que todos nosotros podríamos tener. Pareciera que tus llagas ya no te importan, tu amor por nosotros es tan grande. ¡Ay si solo supiéramos!
No encuentro consuelo más grande que estar contigo, Señor. ¡Vamos, caminemos juntos!
9. Novena estación: Jesús cae por tercera vez
Vía Crucis: reflexión de cada estación (tercera parte)
Tres veces has caído, Señor. ¿Cuántas veces más caeré yo? Si solo entendiera que tus caídas son un preludio a las mías. ¡No quiero caer! ¿Por qué el camino no es más fácil? Nuevamente te he abandonado, Señor.
La vida del cristiano, del ser humano ¡está llena de caídas! No importa lo que hagamos, siempre vamos a caer. Y de tu mano, Señor necesito levantarme. Solo no puedo, no quiero que otras manos me levanten, solo las tuyas.
Solo en ti puedo seguir caminando con confianza. Con esa confianza de saber que tengo un amigo. Que si me caigo no me dejará abandonado en el camino sino que hará todo lo posible porque vuelva al camino.
Solo quiero caminar contigo. ¡Vamos, caminemos juntos, Señor!
Que estas reflexiones del Vía Crucis que hemos hecho durante este tiempo nos recuerden todo el amor y sacrificio que Dios ha hecho por nosotros. Y que nos sirvan para preguntarnos en cada momento: ¿qué puedo hacer por ti Señor?
¡Seguimos con el Vía Crucis! En la primera, segunda y tercera entrega reflexionamos hasta la novena estación. Hoy empezamos a vivir la décima, onceava y doceava estación, estaciones que nos conmueven profundamente y nos exigen abrazarnos al Señor con todas nuestras fuerzas.
Sigamos caminando, que el dolor no nos permita abandonarlo especialmente ahora que el camino parece insoportable.
10. Décima estación: Jesús es despojado de sus vestiduras
Vía Crucis, ¡Vamos Señor, caminemos juntos! Meditación del Vía Crucis (cuarta entrega)
Te han despojado de todo, Señor. Cuando parece que ya no te quedaba nada, las pocas telas que cubrían tu cuerpo pegadas por el sudor y la sangre son arrancadas sin piedad. Tus heridas vuelven a sangrar.
El dolor es insoportable. A mí también me lo han quitado todo, Señor. Estoy desnudo, ya no tengo nada. Mi carne también sangra. Han arrancado vida de mis entrañas y la he visto desaparecer entre mis dedos.
Me duelen las heridas, Señor. Me duele tanto la separación de este mundo. Me duele tanto los que ya han partido, los que sufren inconsolablemente, inocentemente. Si solo pudiera huir de todo esto…
Pero huir de ti me duele, se me desgarra el alma al apartarme de ti. Lo único que poseo ahora es mi amor, un amor que es tuyo.
Y aunque el camino es cada vez más duro, entiendo que a tu lado todo lo puedo. Lo entiendo Señor, no me sueltes. ¡Vamos, Señor! Caminemos juntos.
11. Décimo primera estación: Jesús es crucificado
Vía Crucis: reflexión de cada estación (cuarta parte)
El sonido del martillo golpeando los clavos contra tu piel y el madero retumban en mi interior. Si solo pudiera callarlo ¡Cómo se puede soportar tanto! ¿Qué he hecho yo para que me ames tanto? No lo merezco, Señor. No lo merezco.
Cada gota de tu preciosísima sangre es el pago por cada una de mis faltas. Pero ¡qué he hecho! He sido yo quien te ha traído aquí. Perdóname, Señor.
He cargado la cruz contigo. Me he resistido, pero hasta aquí hemos llegado juntos, sin ti jamás hubiera podido. El dolor, no sé si pueda soportarlo, Señor. Me resisto a morir, Señor. ¡No quiero morir! Quiero vivir para siempre.
Levanto mis ojos a lo alto y veo tu cruz. Ahí clavado, soportando lo indecible, me amas. ¡Cómo no amarte! Vamos Señor, el camino aún no acaba. Caminemos juntos.
12. Décimo segunda estación: Jesús muere en la cruz
Vía Crucis: reflexión de cada estación (cuarta parte)
¿Y ahora dónde estás, Señor? Solo hay silencio. Ya no puedo ver la luz de tu rostro. ¿A dónde te has ido Jesús mío?, ¿por qué me has abandonado? Yo solo no puedo continuar. ¡Por favor regresa!
Miro tu cuerpo sin vida y no puedo soportarlo. La soledad parece eterna, has muerto por mí, Señor. Yo te amo tanto y tú has muerto por mí. Ya no te escucho, no sé a dónde ir. Solo en ti encuentro mi fuerza, por favor vuelve, Señor.
Las lágrimas no me dejan ver. En el silencio recuerdo tus palabras, recuerdo tu sonrisa y la compañía de cada día. Aunque no te escucho, aunque me siento sola y perdida.
Tu amor por mí es lo que me mueve. Estás ahí en la cruz, y yo contigo. ¡Vamos, Señor! Aquí me quedo, contigo, juntos.
Llegamos a la etapa final del Vía Crucis, las cuatro entregas pasadas nos permitieron meditar de una manera hermosa. Hoy llegamos al momento más doloroso, Jesús ha muerto.
La última estación meditada no solo nos ha dejado el corazón partido, sino que también nos ha permitido reflexionar sobre la grandeza de un amor que lo ha entregado todo por nosotros.
Al lado de la cruz, con el cuerpo de Jesús aún tibio en el madero, esperamos dolidos. Terminemos juntos este Vía Crucis.
13. Décimo tercera estación: Jesús en brazos de su Madre
Vía Crucis: reflexión de cada estación (quinta parte)
«Y una espada te atravesará el alma…». Tu hijo descansa muerto entre tus brazos. No existen palabras, solo el dolor y las lágrimas.
María, tu «sí» era tan hondo, jamás imaginé todo lo que significaba hasta hoy. Lo aceptaste todo, incluso ahí al pie de la cruz. Te hemos matado Cristo, el hijo al que llevaste en el vientre ahora está clavado a la cruz.
Pero tú madre mía, nos has adoptado a todos. ¡Ayúdame, mi corazón no puede más! Mi Salvador ha muerto y yo he sido culpable.
Dame un corazón como el tuyo, capaz de amar tanto y perdonar lo imperdonable. María Santísima esta estación es tuya, abrazada a Cristo aunque Él parezca muerto, con el corazón roto, no pierdes la esperanza.
Señor, yaces en brazos de tu madre, yo también quiero abrazarte. Quiero decirte que lo siento, quiero que vivas y quiero vivir por siempre a tu lado. ¡Vamos, Señor! El camino aún no acaba.
14. Décimo cuarta estación: El cuerpo de Jesús es colocado en el sepulcro
Vía Crucis: reflexión de cada estación (quinta parte)
Todo ha terminado. Tu cuerpo embalsamado descansa sobre la roca, con cuidado hemos perfumado hasta tu cabello y hemos llorado todo lo que aún nos faltaba por vivir juntos.
Cuando alguien muere el recuerdo de todo lo que dejamos de hacer juntos o de decir, retumba en el alma. «Si solo te hubiera amado más», «si solo hubiera pasado más tiempo contigo».
Tu muerte me recuerda lo temporal de mi vida, yo también moriré algún día. ¿Seré capaz de vivir como tú?, ¿podré amar hasta el extremo?
«Yo subiré con ellos al pie de la cruz, me apretaré al cuerpo frío, cadáver de Cristo, con el fuego de mi amor…, lo desclavaré con mis desagravios y mortificaciones…
Lo envolveré con el lienzo nuevo de mi vida limpia, y lo enterraré en mi pecho de roca viva, de donde nadie me lo podrá arrancar, ¡y ahí, Señor, descansad! Cuando todo el mundo os abandone y desprecie…, serviam!, os serviré, Señor» (San Josemaría Escrivá).
La piedra del sepulcro es movida y tu vida termina de ser arrancada de nuestro lado. La oscuridad va conquistando la luz que iluminaba tu rostro.
La muerte es tan dura, es tan difícil vivir con la ausencia de aquellos que amamos tanto. Tú conoces este dolor, y ahora también has muerto. ¿A dónde iremos, Señor?
15. Décimo quinta estación: Jesús resucita de entre los muertos al tercer día
Vía Crucis: reflexión de cada estación (quinta parte)
La oscuridad ha terminado. Me lo has dado todo Señor, y aunque me considero incapaz por fuerza propia de serte fiel, sé que a tu lado lo podré.
Tú que todo lo has vencido eres ahora no solo esa roca firme donde me sostengo, sino el compañero de camino, mi Maestro, mi Señor, mi principio y mi final.
Sintiéndome infinitamente pequeño, me siento también infinitamente amado y ¡lleno de alegría! Mi Señor, ¡has resucitado! La muerte nunca más tendrá una victoria. Contigo y por ti, ahora todos aspiramos a una vida sin fin.
Mi camino aún continúa, mi historia no ha terminado. Queda tal vez mucho por recorrer, no sé el tiempo, el día, ni la hora en que el padre llamará por mí. A tu lado nada temo. ¡Vamos, Señor! Caminemos, siempre, juntos.
«Y cuando llegue la hora de la muerte, que vendrá inexorable, la acogerás con gozo, como Cristo, porque como Él también resucitaremos para recibir el premio de su amor» (San Josemaría Escrivá).