loader image

Via Crucis Juan Pablo II

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

 

R /. Amén.

 

Hermanos y hermanas:

ha llegado la penumbra de la tarde,

tarde del viernes.

De nuevo la Iglesia

se prepara a revivir, en la escucha de la Palabra,

el último tramo de la vida de Cristo:

desde el Huerto de los Olivos a la tumba excavada en el Jardín.

 

 

 

PRIMERA ESTACIÓN

Jesús en el Huerto de los Olivos

  1. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos
  2. Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

 

 

Del Evangelio según San Marcos.14, 32-36

Llegaron a una propiedad, cuyo nombre es Getsemaní, y dice a sus discípulos: “Sentaos aquí, mientras yo hago oración”. Toma consigo a Pedro, Santiago y Juan, y comenzó a sentir pavor y angustia. Y les dice: “Mi alma está triste hasta el punto de morir; quedaos aquí y velad”. Y adelantándose un poco, caía en tierra y suplicaba que a ser posible pasara de él aquella hora. Y decía: “¡Abbá, Padre!; todo es posible para ti; aparta de mí esta copa; pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieras tú”.

 

MEDITACIÓN

 

El huerto plagado de olivos no ofrece alivio esta tarde.

Da pena el rostro abatido en tierra,

lacera la angustia que oprime tanto su corazón.

Los amigos elegidos como compañeros duermen,

los mismos que habían prometido:

Siempre estaremos contigo, Jesús.

También las promesas, ahora, duermen.

Poco antes, después de la cena, Pedro se jactaba:

Aunque todos huyan, yo no me iré.

Pero ahora, ni siquiera logra tener abiertos los ojos.

Jesús debía recorrer estos últimos pasos solo.

El largo trayecto de palabras y milagros,

un recorrido tan poblado de gente,

lo ha llevado hasta aquí:

a un rincón de tierra pedregosa,

a una soledad inmensa, que da miedo.

Rostro en tierra: nada de majestuoso en esta escena,

si no es la sinceridad de un hombre que confiesa:

Mi alma está triste hasta la muerte.

Él, que calmó las aguas agitadas por el viento,

ahora no puede apaciguarse a sí mismo.

 

La tempestad es la angustia,

que le hace temblar la mente y el corazón,

como inquieta el ánimo de millones de hombres y mujeres,

ayer, hoy y mañana.

La lucha puede durar mucho,

y en este jardín sólo acabará

cuando el Hijo le diga al Padre:

“Lo que tú quieras”.

Una paz profunda

seguirá a la oración.

 

PADRE NUESTRO…

 

 

SEGUNDA ESTACIÓN

 

Jesús, traicionado por Judas, es arrestado

  1. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos
  2. Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

 

 

Del Evangelio según San Marcos. 14, 43. 45-46

De pronto se presenta Judas, uno de los Doce, acompañado de un grupo con espadas y palos, de parte de los sumos sacerdotes, de los escribas y de los ancianos. Nada más llegar, se acerca a él y le dice: “Rabbí”, y le dio un beso. Ellos le echaron mano y le prendieron.

 

 

MEDITACIÓN

 

En aquella trágica noche oscura de Getsemaní,

“la noche en que fue entregado” (1 Co 11, 23),

el Hijo de Dios, con sus palabras y sus gestos, suscita en nosotros

sentimientos diferentes, a veces contrastantes:

advertimos la riqueza del diálogo espiritual con los discípulos

y experimentamos la alegría de la cena común;

contemplamos las más altas y puras intenciones

y nos estremecemos por la mezquindad de la traición.

Jesús, sabio y clarividente,

siguiendo el designio salvador del Padre,

se encamina hacia el sacrificio para la liberación del género humano.

Al discípulo traidor, le queda sólo el desprecio universal por los siglos, la “maldición de Judas”, el abismo tenebroso.

De la muerte de Cristo florece la vida nueva,

memoria y anuncio de una esperanza imperecedera:

la salvación universal.

 

PADRE NUESTRO…

 

 

TERCERA ESTACIÓN

 

Jesús es condenado por el Sanedrín

  1. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos
  2. Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

 

Del Evangelio según San Marcos. 14, 55. 60-62. 64

Los sumos sacerdotes y todo el Sanedrín andaban buscando contra Jesús un testimonio para darle muerte; pero no lo encontraban. Entonces, se levantó el Sumo Sacerdote y poniéndose en medio, preguntó a Jesús: “¿Eres tú el Cristo, el Hijo del Dios bendito?” Y dijo Jesús: “Sí, yo soy”. Todos juzgaron que era reo de muerte.

 

MEDITACIÓN

 

La máquina judicial se pone en movimiento.

Aquel que condena sin pruebas, acusa sin motivo,

juzga sin apelación, oprime al inocente.

Justicia sumaria, expeditiva, de las dictaduras modernas

y de las situaciones de guerra.

Justicia aplicada a veces –suprema blasfemia–

en el nombre del Dios que perdona y concede la gracia.

Jesús preso.

Como todas las víctimas de la arbitrariedad,

los presuntos culpables de delitos de conciencia.

Se resisten, se niegan a doblegarse al yugo del sistema,

de la imposición que sofoca y destruye la personalidad y la identidad.

Control de identidad: “¿Quién eres?”.

Cada uno que entra en prisión recibe un número.

En todo momento ha de mostrar la propia matrícula,

entregar la placa.

En la hora de la arbitrariedad,

tarea y mérito de la Iglesia es decirle

que él no es un número,

que cada hombre tiene derecho de ser llamado por su nombre.

“¿Eres tú el Cristo, el Hijo del Dios bendito?” (Mc 14, 61).

La respuesta es brillante: “¡Sí, yo soy!” (Mc 14, 62).

mostrar la propia identidad y anunciar la propia fe

son a veces hechos pasibles de muerte.

Pero ¿cuántos son los que buscan a Dios?

¿cuántos son quienes lo buscan tras las rejas?

¿cuántos están en la prisión de su vida, de sus sufrimientos?

¿cuántos en el escarnio soportado y en la tortura padecida?

Hombres y mujeres de todas las cárceles,

acorralados, marcados, heridos,

sin respuesta a las preguntas esenciales:

sobre el sentido de la vida y sobre el mal,

sobre el arrepentimiento, el perdón y la salvación,

sobre el misterio de la Cruz y de la Redención.

Pueblo de carne y sangre.

Tierra de encuentros, de rostros, de voces, de gritos.

Tierra del Evangelio.

 

PADRE NUESTRO…

 

 

CUARTA ESTACIÓN

 

Jesús es negado por Pedro

  1. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos
  2. Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

 

Del Evangelio según San Marcos. 14, 72

Inmediatamente cantó un gallo por segunda vez. Y Pedro recordó lo que le había dicho Jesús: “Antes que el gallo cante dos veces, me habrás negado tres”. Y rompió a llorar.

 

 

MEDITACIÓN

 

El gallo canta por segunda vez,

y las lágrimas de Pedro caen hasta el suelo.

¿Qué le ha ocurrido a Cefas, la Roca?

Ha vuelto a negar a su Redentor,

no una, ni dos, sino tres veces.

Así como vaciló su fe

cuando trató de caminar sobre el agua,

ahora, una vez más, Pedro manifiesta su debilidad.

Había prometido ostentosamente morir

antes que renegar de su Maestro.

Pero al final, basta una joven sirvienta

para que se avergüence

de su amistad con Jesús.

Pero, apenas la mirada de Jesús se cruza con la de Pedro,

el Apóstol reconoce su triste error.

Humillado, llora y pide perdón a Dios.

Grande es la lección de Pedro:

hasta los más íntimos ofenderán a Jesús con el pecado.

El canto del gallo

nunca será ya el mismo para el Príncipe de los Apóstoles:

le recordará para siempre

su miedo y su fragilidad.

 

PADRE NUESTRO…

 

 

QUINTA ESTACIÓN

 

Jesús es juzgado por Pilatos

  1. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos
  2. Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

 

Lectura del Evangelio según San Marcos.  15, 14-15

 

Pero ellos gritaron con más fuerza: “¡Crucifícale!». Pilatos, entonces, queriendo complacer a la gente, les soltó a Barrabás y entregó a Jesús, después de azotarle, para que fuera crucificado.

 

 

MEDITACIÓN

 

“¡Sea crucificado!” (Mt 27, 22)

Este grito resuena con fuerza

cada vez que un ser humano es maltratado.

Diariamente cada uno de nosotros se convierte en juez.

Nos consideramos con derecho a juzgar

y condenar el comportamiento de los otros,

pero rechazamos de ser objeto

de la crítica o del juicio ajeno.

Siempre encontramos una justificación

para nuestras culpas y errores.

Jesús responde con el silencio

frente a la hipocresía y a la soberbia del poder,

la indiferencia de quienes no asumen su propia responsabilidad.

Confirma así la enseñanza que dio a sus discípulos:

“No juzguéis y no seréis juzgados,

no condenéis y no seréis condenados” (Lc 6, 37).

Jesús, maniatado, se siente libre.

Al aceptar el misterio de la Cruz

nos indica el verdadero amor y la verdadera justicia.

 

PADRE NUESTRO…

 

 

SEXTA ESTACIÓN

 

Jesús es flagelado y coronado de espinas

  1. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos
  2. Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

 

Lectura del Evangelio según San Marcos. 15, 17-19

Los soldados le vistieron de púrpura y, trenzando una corona de espinas, se la ciñeron en la cabeza. Y se pusieron a saludarle: “¡Salve, Rey de los judíos!” Y le golpeaban en la cabeza con una caña, le escupían y, doblando las rodillas, se postraban ante él.

 

 

MEDITACIÓN

 

Cristo, tú eres el verdadero Rey,

pero los hombres se han burlado de ti,

te han coronado,

no para adorarte, sino para denigrarte.

Sufrimos contigo porque los hombres

están ciegos y sordos a tu mensaje de salvación.

Tu Reino no es de este mundo,

sin embargo, nosotros, los hombres, esperamos favores, poder, éxito, riquezas:

un mundo sin sufrimiento.

Pero nosotros provocamos dolor a los demás,

incluso a los que aún no han nacido, y a los animales.

Con tu sacrificio

nos has enseñado a romper la espiral de la violencia.

Verdadero hombre, has sufrido dolores indecibles;

contemplando tu rostro,

logramos soportar nuestros dolores,

con la esperanza de ser recibidos en tu Reino,

el auténtico y único Reino.

 

PADRE NUESTRO…

 

 

SÉPTIMA ESTACIÓN

 

Jesús es cargado con la Cruz

  1. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos
  2. Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

 

Del Evangelio según San Marcos. 15, 20

Cuando se hubieron burlado de él, le quitaron la púrpura, le pusieron sus ropas y lo sacan fuera para crucificarle.

 

 

MEDITACIÓN

 

Jesús ha cargado sobre sus hombros

la cruz que estaba destinada

a cada uno de nosotros.

Ésta es, ante nuestros ojos,

el símbolo de la paradoja y la contradicción.

A pesar de estar investido de la gloria

y del poder que el Padre le dio,

Jesús aceptó una muerte horrible, deshonrosa,

más aún, vergonzosa.

Sabía que la Cruz era el único camino

para entrar en la intimidad del hombre;

una muerta violenta, como el único medio

para entrar dulcemente en nuestros corazones.

Es difícil llevar esta cruz paradójica

en el mundo contemporáneo, globalizado,

dominado por el poder económico, político, militar.

Los poderosos del mundo se alían,

para llevar a cabo represalias,

para atacar poblaciones pobres y exhaustas.

Se justifica incluso el terrorismo

en nombre de la “justicia” y de la “defensa” de los pobres.

Un mensaje violento,

el de los hombres poderosos:

irrumpe violentamente en nuestro corazón

y nuestro corazón se petrifica.

También por esta gran parte de la humanidad doliente,

por las víctimas de la violencia y la injusticia,

Jesús lleva la cruz.

 

PADRE NUESTRO…

 

 

OCTAVA ESTACIÓN

 

Jesús es ayudado por el Cirineo a llevar la Cruz

  1. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos
  2. Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

 

Del Evangelio según San Marcos. 15, 21

Entonces obligaron a uno que pasaba, a Simón de Cirene, que volvía del campo, el padre de Alejandro y de Rufo, a que llevara la cruz.

 

 

MEDITACIÓN

 

Un hombre que venía del campo

entró en Jerusalén por negocios.

Un cortejo extraño le cerraba la calle.

En una calle estrecha y abarrotada

soldados, mujeres que lloraban,

algunos fanáticos con ojos llenos de odio

y un condenado, que ya no tenía fuerzas

para llevar sobre los hombros el madero de la vergüenza.

Los soldados buscan a alguien

que le alivie de este peso.

No lo hacen por piedad:

han de respetar la hora de la ejecución.

Eligen al primero que encuentran a mano,

porque aparece bastante robusto.

Un hombre que venía del campo

entró en Jerusalén por negocios.

Ha ganado mucho:

cinco minutos en la historia de la salvación

y una frase en el Evangelio.

Ha conocido gratis el peso de la cruz.

 

Así se desvela el misterio.

La cruz es demasiado pesada para Dios,

que se ha hecho hombre.

Jesús necesita solidaridad.

El hombre necesita solidaridad.

Se nos ha dicho:

“Ayudaos mutuamente a llevar vuestras cargas” (Ga 6, 2).

Solidaridad.

 

PADRE NUESTRO…

 

 

NOVENA ESTACIÓN

 

Jesús encuentra a las mujeres de Jerusalén

  1. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos
  2. Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

 

Del Evangelio según San Lucas. 23, 27-28. 31

Le seguía una gran multitud del pueblo y mujeres que se dolían y se lamentaban por él. Jesús, volviéndose a ellas, dijo: “Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí; llorad más bien por vosotras y por vuestros hijos. Porque si en el leño verde hacen esto, en el seco ¿qué se hará?”.

 

 

MEDITACIÓN

 

Un lamento fúnebre acompaña

el camino del Condenado a muerte.

A lo largo de la calle que lleva al Calvario

las mujeres lloran y se dan golpes de pecho.

No saben que, a cambio de sus lágrimas,

recibirán la profecía tremenda

del tiempo futuro.

No lloréis por mí.

Ahorrad vuestro llanto

para los años y los días futuros,

Porque, si tratan así al Inocente,

¿qué será de vosotras y de vuestros hijos?

Jesús conoce la respuesta a la pregunta

que dirige a las mujeres de Jerusalén.

Él, cargado con la cruz,

se tambalea bajo el peso del pecado y del dolor de los hombres,

que ha querido como a hermanos.

Ya sabe lo larga que es en la historia

la vía dolorosa que lleva a los “Calvarios” del mundo.

 

PADRE NUESTRO…

 

 

DÉCIMA ESTACIÓN

 

Jesús es crucificado

  1. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos
  2. Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

 

Del Evangelio según San Marcos. 15, 24

Le crucifican y se reparten sus vestidos, echando a suertes a ver qué se llevaba cada uno.

 

 

MEDITACIÓN

 

Jesús es crucificado.

Sus manos y sus pies son traspasados por crueles clavos.

Despojado de sus vestidos,

es cubierto ahora por los pecados del mundo.

Por amor se deja crucificar

y en el amor el sufrimiento humano adquiere valor salvífico.

Apoyadas por esta certeza,

generaciones de hombres y mujeres, de jóvenes y viejos,

siguen al Crucificado

en esta radical experiencia de amor.

Las llagas del Salvador siguen hoy sangrando,

agravadas por los clavos de la injusticia,

de la mentira y del odio,

de los ultrajes, de los sacrilegios y de la indiferencia.

Sobre la palma de sus manos traspasadas por los clavos

está escrito el nombre de aquellos

que siguen siendo crucificados con él.

 

PADRE NUESTRO…

 

 

UNDÉCIMA ESTACIÓN

 

Jesús promete su Reino al buen ladrón

  1. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos
  2. Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

 

Del Evangelio según San Lucas.   23, 39-43

Uno de los malhechores colgados le insultaba: “¿No eres tú el Cristo? Pues ¡sálvate a ti y a nosotros!” Pero el otro le respondió diciendo: “¿Es que no temes a Dios, tú que sufres la misma condena? Y nosotros con razón, porque nos lo hemos merecido con nuestros hechos; en cambio, éste nada malo ha hecho”. Y decía: “Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino”. Jesús le dijo: “Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso”.

 

 

MEDITACIÓN

 

“Hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lc 23,43):

es la palabra más consoladora

qué Jesús pronuncia en el Evangelio.

Es aún más alentador el hecho

de que la dirija a un malhechor.

El buen ladrón seguramente había matado,

quizás más de una vez,

y no sabía nada de Jesús,

sino lo que había oído gritar a la muchedumbre.

Pero he aquí que escucha las palabras de perdón

que el Nazareno dirige a quienes los crucifican

e intuye, como en un relámpago,

de qué Reino había hablado aquel «profeta».

 

Enseguida lo defiende del escarnio del otro malhechor

y enseguida invoca la salvación.

Un sentimiento de solidaridad

y un grito de ayuda han bastado para salvarlo.

Aquel ladrón nos representa a todos.

Su rápida aventura nos enseña

que el Reino predicado por Jesús

no es difícil de alcanzar

para cada uno que lo invoque.

 

PADRE NUESTRO…

 

 

DUODÉCIMA ESTACIÓN

 

Jesús en Cruz, la Madre y el Discípulo

  1. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos
  2. Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

 

Del Evangelio según San Juan. 19, 26-27

Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: “Mujer, ahí tienes a tu hijo” Luego dice al discípulo: “Ahí tienes a tu madre”. Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa

 

 

MEDITACIÓN

 

María, tú estás erguida a los pies de la Cruz;

el discípulo más joven está a tu lado.

En medio del estruendo de los soldados y de la muchedumbre,

vosotros levantáis silenciosos, la mirada hacia Cristo.

María, has levantado las manos

para recoger la sangre que goteaba de la cruz,

¿savia del árbol de la vida?

¿Han regado tus lágrimas la tierra,

dónde tantas madres dejan a sus propios hijos?

 

Tú, desde el principio,

has meditado en tu corazón,

en el silencio y en el abandono,

en la paz y en la confianza

lo que viste y oíste.

Ahora ofreces a tu Hijo al mundo,

y recibes al Discípulo que él amaba.

Desde aquel instante, Juan te acoge

en la morada del corazón y en su vida,

y la fuerza del Amor se difunde en él.

Él es ahora, en la Iglesia, el testigo de la luz

y con su Evangelio revela el Amor del Salvador.

 

PADRE NUESTRO…

 

 

DECIMOTERCERA ESTACIÓN

 

Jesús muere en la Cruz

  1. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos
  2. Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

 

Del Evangelio según San Marcos.15, 34. 36-37

A las tres de la tarde gritó Jesús con fuerte voz: “Eloì, Eloì, lema sabactàni?”, -que quiere decir- “¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado?” Entonces uno fue corriendo a empapar una esponja en vinagre y, sujetándola a una caña, le ofrecía de beber, diciendo: “Dejad, vamos a ver si viene Elías a descolgarle”. Pero Jesús lanzando un fuerte grito, expiró.

 

 

MEDITACIÓN

 

Nunca como en la hora de su muerte,

la hora más importante en la historia de la humanidad,

Jesús ha estado más cerca de nosotros.

Como uno de nosotros, en el momento final,

Jesús se ve impotente y lleno de angustia.

Nos morimos solos.

Los clavos traspasan su carne,

pero sobre todo su espíritu.

¿Quizás el Padre lo ha abandonado?

Sufre por el dolor de su Madre,

escogida para dar la vida a un Hijo

que verá morir.

 

Sin embargo, Jesús, en el amor y en la obediencia,

acepta el proyecto del Padre.

Sabe que sin el don de su vida

nuestra muerte sería sin esperanza;

las tinieblas de la desesperación

no se convertirían en luz;

el dolor no desembocaría en el consuelo,

en la esperanza de la eternidad.

 

PADRE NUESTRO…

 

DÉCIMOCUARTA ESTACIÓN

 

Jesús es puesto en el sepulcro

  1. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos
  2. Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

 

Del Evangelio según San Marcos.15, 46

José de Arimatea, comprando una sábana, lo descolgó de la cruz, lo envolvió en la sábana y lo puso en un sepulcro que estaba excavado en roca; luego, hizo rodar una piedra sobre la entrada del sepulcro.

 

 

MEDITACIÓN

 

Tras el estruendo del trueno en el momento de la muerte,

el gran silencio.

Los discípulos en la noche,

que por temor siguieron a hurtadillas al Maestro,

ahora ya no tienen miedo.

A la luz del día,

piden a Pilatos el cuerpo de Jesús para enterrarlo.

La Virgen del gran silencio,

que ha llevado en su vientre el Fruto bendito

– Aquel que el universo no puede contener –

acoge de nuevo en su regazo

el cuerpo de Jesús bajado de la Cruz:

lo contempla y lo adora, lo venera en su inmenso dolor.

 

El Rey duerme, pero su Esposa vela:

es el día del descanso de Dios.

también la creación duerme con su Rey

en espera de que despierte.

El Hijo de Dios desciende a los infiernos

para rescatar a los retenidos por la muerte.

Su luz interrumpe las tinieblas del Hades.

Tiembla la tierra y los sepulcros se abren.

Jesús viene para liberar a los justos

y llevarlos a la luz de la resurrección.

 

Él ha sido absorbido por la oscuridad de la muerte,

pero para ser devuelto a la plenitud de la luz y la vida:

como la ballena retuvo en su vientre a Jonás,

para devolverlo después de tres días,

así también la tierra abrirá sus fauces

para liberar el cuerpo luminoso del Viviente.

 

PADRE NUESTRO…

 

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

 

R Amén